"La guarida del zorro”

 

 

 

Sancho: Pero dejando esto aparte, dígame vuestra merced que haremos destos regidores que ya presto se van.

 

 

 

Don Quijote: Por asnos os envié yo, so majadero, que no por regidores; pero volved y traedlos acá, por si ó por no, que quiero que se hallen presentes al pronunciar desta sentencia-

 

 

 

Por esta insignia sacó Don Quijote que aquella gente debía de ser del pueblo del rebuzno, y así se lo dijo a Sancho.

 

 

 

Sancho: Señor, en eso no hay que reparar, que bien puede ser que los regidores que entonces rebuznaron viniesen con el tiempo a ser alcaldes de su pueblo, y así, se pueden llamar con entrambos títulos, cuanto mas que no hace al caso a la verdad de la historia ser los rebuznadores alcaldes ó regidores como ellos una por una hayan rebuznado; porque tan a pique está de rebuznar un alcalde como un regidor.

 

(Persiles- Don Quijote)

 

Cervantes

 

PRÓLOGO......

                                    

INTRODUCCION

 

 

 

Quince o veinte días después que yo había llegado de la misión de Chitaraque a esta villa del Socorro, una noche, después de la media, estando recogido del frío en mi aposento, vino un frayle menudo de cuerpo, ceceño y bien compuesto, de la Orden de nuestro padre Santo Domingo de Guzmán, desde la Corthe de Santafé por la posta y me dijo que me quería allegar valiosos documentos y hablar en el secreto de la noche, preguntándome que si como el como sacerdote corría el riesgo en su Orden por descubrir  cosas por donde podrían suceder sentencias de muerte, alborotos de la tierra o sublevaciones contra el Rey y, yo entendiendo que debía de tener algún caso grueso, grande e importante de que avisarme, díjele que no.  Y así me dijo que mirase por mi persona y por todo este reyno  que con calor y favor del marqués de san Jorge se estaba previniendo. Y le sonsaqué lo demás que pude y convenía en el negocio. Ya para despedirse me dijo en son de grave amenaza: Esta vá con el sigilo a que os obliga…..y me extendió su pálida mano.  Se perdió en la oscuridad de la noche y no le he vuelto a ver hasta el sol de hoy. Quédome pensando en voz alta: que no estaba tan lejos de los hechos el extraño fraile visitante. De verdad, estamos asistiendo a los últimos extertores del Imperio de la arrogancia y con el secreto que convino a tan grave embrollo, proveída ronda y guarda en esta villa, acordé que el cabo Castellanos fuese a Tunja a  inquirir el sigiloso caso con el corregidor Campuzano, el cual fue y en el camino topó con don Nicolás de Archila, secretario que fue de este gobierno, vecino de la parroquia de San José de la Robada quien venía con cartas y recaudos de la justicia sobre este grave caso que tanto nos trasnocha.

 

Francisco  dVargas

 

Firmado y rubricado, Mtro. D.D. Francisco de Vargas

Nuestra Señora del Socorro y Marzo 2 de 1781 años.

 

Es un verdadero dolor para el corazón sufrido del Común el sensible fallecimiento de nuestro santo varón D. Francisco de Vargas (que Dios lo tenga en la Gloria). El ha sido nuestra alegría y felicidad, el confidente y amigo verdadero, el patrocinador y el dispensador de oficio de las noticias venidas desde Santafé sobre los varios acontecimientos revolucionarios del reino. Hijo de nuestras entrañas, se ha ido al cielo, sin arriesgar el alma y sin pasar trabajos.

 

“Dr.Dn. Francisco De Vargas.- 50 ps. En treinta de marzo de mil setecientos ochenta y uno, yo el cura theniente, dí sepultura en esta santa iglesia parroquial del señor Santiago, al cuerpo difunto del doctor don Francisco de Vargas, cura que fue de la Villa de San Carlos del Socorro. Recibió los santos sacramentos. Doy feé. Andrés de la Parra” (1).

 

 

 Brutus: Héme allegado hasta aquí para pedirte consejo: mis resoluciones y artificios no se cumplen al pedido de mis labios sino al capricho temerario del azar y la fortuna.


Sybila: detestable es confesarlo, querido Brutus, pero el destino no está en tus manos, sino escrito en las estrellas.


 Como era lo ordenado por la ley natural y su costumbre fervorosa los tres dioses poderosos del olimpo: Kronos, destinarius y futuranius se reunieron en algún lugar del universo frente a la gran penumbra del futuro para programar los acontecimientos a suceder durante todo el siglo dieciocho.  Llevaban la loable intención de inducir el pensamiento y enriquecer la razón de la raza humana sobre los aspectos sagrados de la fraternidad, la solidaridad, la unidad y la libertad durante los próximos cien años, quitando y borrando de paso el oscurantismo galopante que la asfixiaba sobremanera.

 

-D: ¿Es menester que hayan enfrentamientos y revoluciones, mártires y traidores?


-F: Sí, es la única manera de avanzar los hijos hacia el siglo de las luces.


-K: De los mártires me encargo yo de llevarlos en mi memoria. De los perjuros y traidores se ocupará de borrarlos de ella Mefistófeles.

 

Dicho y hecho. Los acontecimientos se precipitaron como si fuera un relámpago….uno de ellos, corto pero violentísimo, oloroso a sangre: La revolución de los comuneros.

 

Bañados por el Pienta y el Táquiza que ya juntos se enroscan como culebras, formando el peligroso Charalá, aparece en la espesura de los bosques, un pueblo de indios guanes casi inabordable, cobrizo su color, de gentes sencillas, pero no pendejas. Al fin y al cabo esos seres humanos trashumantes solo fueron figurones de unos paisajes y una geografía que a lo largo de los años solo podemos comprenderlos como el de uno de los tantos grupos sociales que se formaron en función de unos espejismos sobre los que suelen moverse como les pega la gana.  Tal parece un mundo  extraño que parece poseer su propio y sempiterno ritmo de vida, donde la naturaleza ha hecho un esfuerzo supremo de derroche y picardía en la creación de estas regiones, además de ser sitios estratégicamente moldeados y donde obligatoriamente trajinan y se cruzan rápidos caminos de montaña que mas parecen senderos al infierno, donde sus gentes dependen de la habilidad que tengan para esconderse de sus enemigos naturales o huir de ellos si se viesen amenazados de un peligro dado en algún momento indeterminado. De aquel recuadro patético que logra presenciar el ir y el devenir de muchos hombres  y mujeres, viejos luchadores por la vida sobresalen los animales de la piel lustrosa, los aullidos de lobos y coyotes, los osos y venados y los tramperos indios amen de los rústicos colonos y pioneros de la antigua zona aislada y virginal.  En todo caso fueron años de tanteo, de roces y perpetuas inquietudes, en medio de una sociedad con mucha imaginación y sobre todo con mucha identidad propia como la prolongación de unos lejanos ancestros que hace ya rato se partieron.

 

Cierto día del año cuarenta y ocho los invadió el cruel Ursúa con su soldadesca carnicera violando y asolando su    sagrado asentamiento, convirtiendo la tribu y el terruño del amado Girareo en un mosaico leguleyo de reducciones, resguardos, cabildos y terrajes y en la práctica un pequeño reducto, “refugio de varones altaneros, casi brutos, de cejas y pelambre grueso, bien fornidos de tanto caminar y mujeres de harto rezongar” (2). El navarro se marchó bien lejos y los indios aglutinando fuerzas dispersas y acumulando su potencial de lucha sacudieron la región por varios lustros. Su tarea fue exitosa a pesar de la ruda oposición de las autoridades y terratenientes, al comienzo de una tarea tenaz cuya postrera etapa consistía en querellas, enfrentamientos, agrias protestas represadas en contra de unos ancestrales enemigos que cada día se hacían más numerosos y violentos. Andando el tiempo se fueron consolidando las haciendas señoriales  procedentes de veneros bien antiguos creando con el tiempo diversos tipos de relación servil. Empleando el gusto por una refinada crueldad son tratados como esclavos y como siervos expoliados  por la sequía y a esterilidad de la tierra los jornaleros y peones agrarios, los esclavos y los indios con una, eso sí, acentuada resistencia a la movilidad geográfica y un viejo apego  a los valores, cánones y actitudes de comportamiento tradicional.

 

Unas comunidades sometidas casi por ley natural a unas actividades primarias atrasadas, en un largo periodo de mucho dolor y sufrimiento, siendo cuna de guanes y añejo terreno de rebeldías nativas ha sufrido con mucho desasosiego el peso de los conflictos, sintiendo en más de una ocasión  la mano dura de los opresores y foráneos.  Sin contar las invasiones sangrientas a sus predios, premeditados por una clase dirigente servil  y eclesiástica venida de Loyola, amen de las grandes porciones de la tierra que les fueron legal o ilegalmente arrebatadas, de esta sutil manera han sido constreñidos a abandonar sus heredades para que otros puedan venderlas al mejor postor.

 

Gústenos o no, estamos asentados sobre una tierra áspera, dura y recalcitrante circundados por muchos pueblos criados sobre la piedra. Obligados a fuerza de la costumbre a dormir  sobre ellas crearon un ambiente hostil como el aguerrido Marte y  para completar el colorido panorama revueltos españoles con indios; negros y mestizos; criollos y pardos; pajizos y pintados; cenizos, colorados y patiamarillos, mezclados en un solo haz de voluntades rebeldes.


 Por ir tentando el vado del camino nos hallamos a la entrada de la boca del monte observando las silenciosas  piedras burdas con pinturas rupestres  como reserva del antiguo pasado de escrituras guanes en un sitio escogido al adrede por  su impresionable melancolía: Es la tierra de los mayores despojados de sus tierras y de sus libertades. Estamos pues, justo en el corazón de la cueva del zorro.

 

En la luminosa carrera del sol perseguida muy de cerca por la oscuridad misteriosa de la noche dominamos con la vista una larga serie de villas, aldeas y parroquias desde los alcázares del águila, soberana de los aires.  Son lugarejos pequeños prendidos a la montaña, ardorosos y sofocados de mucho calor y movimiento que “habitan unas regiones arriscadas de pocas planicies que van de uno a otro extremo subiendo y bajando serranías abruptas, espaciándose un segundo en la hoya profunda de sus ríos o de vez en cuando en las faldas de la cordillera, para formar un recodo en donde asentar un pueblecito. A muchos hombres les ha tocado vivir  arrinconados en sus riscos y aislados  de la intensa relación civilista.  Tal vez el aislamiento en sus abruptas breñas le ha proporcionado el temible hábito  de valerse solo, de una autarquía inquietante.  Quizás el loable hecho de ser propietario de pequeños fundos, solamente ante sí responsable, independiente, en su soledad y en su trabajo, añada validez a su personal autonomía” (3), porque aquí cada quien anda como puede, sin que nadie le ose poner ningún reparo.  Son como legendarias y misteriosas tierras holladas en el corazón de la montaña y que antiguamente fueron encomiendas de fieros hispanos que allí criaron y cultivaron ganados, donde el español aventurero no tuvo ningún reparo en mezclarse con las indias produciendo un mestizaje intenso y profundo.

 

Luego vinieron los deliciosos tiempos del ochavo, del ocio elegante y de la calma chicha. Ahora son pueblos de cabrones criollos  forjados al calor del dolor y de la fe.  Es fácil  concebir que la mayorías son ahora mestizos de piel roja, casi indios, acostumbrados al trabajo duro de sol a sol y a la poca paga, que a fuerza de innumerables fatigas y sinsabores consiguen el pan diario.  Siempre han estado organizados desde inmersos tiempos por “los que rezan en el templo, los que luchan en la guerra y los que cultivan en la tierra”, (4) privilegios estos que la pequeña burguesía y el beatífico clero fueron acumulando en forma de diezmos y limosnas. Y donde había tiempo para todo: incluso para que la sangre se mezclara en los campos de batalla y en los lechos amorosos. Mientras algunos señorones disponen a su antojo de servidores para las faenas más duras de la casa, otras  llagas sociales son pasadas por el ojo de la aguja como la esclavitud y el servilismo más abyecto.  Es fácil comprobar que los peones son serviciales y amables,  pero poco habladores, pudiera decirse de ellos, que mientras más aislados viven de la aldea, más callados son. Visten ropas de estilo bien ordinario y se alimentan estoicamente de maíz y fríjol y solo comen carne cada ocho días  menos los viernes por vigilia. Conocen muy poco de la higiene, viviendo de una anarquía relativamente fácil usan de alpargatas y aprecian mucho el feo vicio de mascar el tabaco, no importando que sean damiselas o sujetos rubicundos, broncos de presencia o mestizos de rostros ahumados por el sol.

 

Era la época de los buenos tiempos cuando se amaban las cosas sencillas, como sencillo y humilde es el transcurrir de la vida, de unas comunidades revueltas de ortografía dudosa, donde la vanidad de los ricos, la perfidia y la falsedad de los menos reinan por doquier. Sobra decir que en las montañas levantiscas socorranas donde nace la cabra y el macho cabrío, donde el hombre envejece horadando los surcos de la tierra virgen y donde el sudor a chicha son las gotas de oro que producen la riqueza y la nobleza del carácter, allí transcurren las horas y los días en medio de la natural monotonía, sin que en ningún leve suceso alterase el curso parsimonioso y la vida tranquila de estos pueblos allende al Chicamocha, acomodados como siempre a su modorra habitual. Cuan grato debió ser el yantar  y la sobremesa ociosa en este ambiente penumbroso y ventilado al medio del día cuando reverbera encendido el sol canicular y las chicharras entonan su canto monocorde. Es sabido que el espíritu de la rutina obra sobre los eventos de una manera increíble  para los lejanos observadores que no los aprecian en su justo valor sino en sus transitorias iras revolucionarias.

 

Las villas, las parroquias, las aldeas y lugarejos de este lado de la América se solazan en un transcurrir pausado y ceremonioso solo interrumpido por el semanal día de mercado indio, por la santa misa del domingo, el día del Señor o por esporádicas calendas o celebraciones santorales.  Uno que otro levantamiento o protesta de     la    chusma irrumpen violentamente levantando la natural polvareda hasta aplacarse para volver a esa quietud de convento muy propia de la rutina colonial.  Villas tradicionales y viejas como Santafé, pequeño villorrio  de quince mil habitantes mal contados, Tunja, Popayán, Cartagena, Mompóx, El Socorro, Santa Marta, Girón, Ocaña, Pamplona y Mérida, con alguna leve dinámica económica y social no hablan muy bien de un desarrollo acelerado, ni de ningún avance tecnológico como el de las viejas ciudades europeas con una cultura superior.  Las comparaciones son odiosas pero podemos imaginar que Girón tendría ochenta buenas casas en diez manzanas a la redonda de la plaza y tres mil almas, a lo sumo.  A Tunja la habitarían ocho mil seres y Cúcuta sería por entonces una misérrima aldea fronteriza.  También por este lado del río en la que cualquier despistado transeúnte descubre muy pronto otros caseríos como Chima, Simacota o La Robada, que no dejan de ser míseros y analfabetos pero que su ajetreada vida comercial los convierte en las despensas donde se trapichea con todo tipo de mercaderías y donde el dédalo unitario de callejuelas del burgo se mezcla con los barrios más caóticos de carácter pobretón y de desplazados indios. Están repletos de callejones tortuosos, muchos de ellos sin salida al arcabuco y muchos de sus aires son fétidos y hediondos.  Todos tienen la vulgar virtud de ser sucios y viciosos: polvorientos en verano y charcosos en invierno.


Sus casas y covachas no son de teja y sillería, apenas de caña, paja y tierra ocre de la mina. Huele a una legua la candela, a causa de los chismes y novedades sembradas por algunos susurrones.  Ello nos hace casi presumir que no andamos muy lejos del camino real que nos conduce a Cincelada y San Joseph de los Confines.

 

Estos son los lances y percances que ocurren en el patio trasero del virreynato y la vida íntima y solaz de estos solares calentanos,   junto a sus desgarradoras miserias y sus gravosos dolores casi de parto, que como olas sociales de aquellos agitados días se reflejan en la díscola parroquia de Charalá.  Nada allí es tan discreto y generoso como mal se presumía. La vida misma es tormentosa y difícil, y, el vivir de mala gana es casi un milagro. Además aquí no se respetan los secretos, porque una cosa piensa el burro y otra cosa piensa el que lo está enjalmando.  Sus hombres son toscos, no muy altos de cuerpo, morenos y fuertes; hacen corrillos y ponen zancadillas; otros tienen la expresión cavilosa y hepática de la chicha; algunos parecen pulperos viejos; otros panzudos y regordetes, son conocedores empedernidos del hayo y del tabaco de quien comen su humo con alegría  manifiesta. Otrora una aldea bucólica  y solariega que deja transcurrir sus tristes días tras una serena paz de anacoretas, de un ambiente provinciano donde parece que no existe el viejo vicio de la prisa y que donde marchar sin despedirse es cortésmente prohibido.  Sus nativos fieros, orgullosos y soberbios además de alevosos y matreros solo observan y cavilan, como si el resto del mundo les fuera ajeno y peligroso.            

 

 Son sus callejuelas estrechas como si sus humildes casas tampoco quisieran separarse mucho,  empedradas unas con la sangre de los guanes, a veces empinadas y salpicadas aquí y allá de olvidadas construcciones de paja y de bahareque y algunos restos de la de San José, la añosa ermita quieta y desvencijada,  de ancestrales galanes de fácil recordación en estos lares.  Silvestre como su cura permanece olvidada en el escenario lejano de la distancia, pero muy presente en los detalles y agazapada entre las sombras de la floresta, fielmente escondida en los requiebros de un terreno montuoso, al cual no se llega impunemente. La verdad es que se goza de un cierto gusto provinciano por lo nuevo y lo suntuoso en unos seres reales vivos y entrañables eternamente acompañados de un destino colectivo con su pavoroso final ya pronosticado de antemano, al fin de cuentas la fortuna y el infortunio tienen de mortaja a la muerte inútil: cruel, cuando interrumpe la felicidad y bienhechora solo cuando irrumpe en la desgracia.  La llegada de la noche deja a la parroquia oscura y desierta, solo con el incierto brillo amarillento de algunos candiles de sebo que iluminan perezosos las delicadas imágenes religiosas, olvidadas por Galiano, adosadas  a las blancas paredes de la iglesia de Nuestra señora de Monguí, proporcionan leves puntas de la luz.  Pocos valientes riesgosos que se aventuran en las tinieblas tras los pasos presurosos de las culiprontas llevan criados y servidores zambos que portan hachones de esparto encendidos para ahuyentar a los hampones y criminales.  Los viajeros mercachifes que parten de allí a lomo de mulas pajareras y de bueyes en compañía de una que otra carreta llevan en comboy hacia las villas del Socorro y de San Gil  los cueros, la miel, el tabaco, el plátano, la yuca, las frutas, verduras y algodón.  Volverán el domingo cargados de hierros, herraduras, camisas, sal, espejos, peinetes, alpargatas, cenojiles y sombreros de jipa. Y al aparecer la noche, el grueso grupo de amigos y compadres se detienen en la venta de la posada de la Berta o la Dolores u otros que salpican con irreverente gusto el largo camino de herradura. Aunque algunos les limpian el piso con la escoba de esparto y se hallan aseados, los marchantes critican muchas veces la falta de la higiene porque en muchos de estos sitios de ventolera también  se imponen la molicie y suciedad dando cabida a los bichos sempiternos: los chinches, cucarachas, los piojos y las niguas.  Estos lupanares dan lugar a proseguir la farra al son de guabinas, uno que otro coplero, cantoras, tonadas y torbellinos, valses, cancioneras,  pasillos , danzas, marchas y gavatas; mazurcas y serenatas terminando al cruce de la media noche en reyertas y refriegas a bala, machetes y hasta palos. Con las primeras luces del alba algunos indios trajinando en la noche encaminados con el patrón, entran a la aldea empujando las recuas de mulas abultadas de cargazón de mercadurías y frutas de los fundos vecinos y, poco a poco, con meditados espacios van llegando los indios baquianos, los capataces y mayorales.  No muy lejos de allí se otea al trapiche en medio del bagazo y el bagacillo que nos señala el tizne oscuro de la humareda, la cetrina palidez de los peones, la hirviente cachaza y la miseria más infinita.  Aquí también cocinan el masato,  suelen sacar burdo aguardiente y tienen la fábrica de labrar el estaño, pero también sus obreros son los primeros en caer en manos del tifo y las viruelas.

 

Por fin hoy, viernes, día de mercado indio hemos logrado penetrar con sumo cuidado al Socorro, villa realenga y peligrosa guarida del león. Es menester caminar con pies de plomo porque aquí el sol feroz hace de las suyas haciendo hervir la sangre, los corazones palpitan con más violencia, el cabello se vuelve rucio de tanto divagar en libertad, los músculos también se tensionan y viene el choque inevitable con la autoridad. Aquí todos miran frenteros con ese aire pretencioso y altanero del cobrizo enfurecido que con palabras mal aprendidas y peor pronunciadas se lía a puño limpio con el primer enemigo que se plante a la vera del camino.”Agrestes, incultos, soberbios, inquietos y pendencieros: pelean con machetes y bordones, y se matan como brutos (5).  Pero eso no quiere decir que los habitadores de estas benditas calles empedradas sean muy valientes, es que se han enseñado a ocupar el puesto que les corresponde, porque en ellas no se puede correr a la ligera. El día de mercado es talvez el más agitado de la semana y así se verá la plaza de Chiquinquirá, más caótica que nunca, hinchada de gentes y de bestias que corren y se angustian sobre sus mugrientas rúas, estrechas y salpicadas de barro y polvo amarillo empalmando con casonas señoriales de balcón salidero y muchas de ellas chatas y aburridas. Nunca nos cansaremos de observar con incansable admiración a las vagamundas y trotacalles metidas en chicherías y ventas de mala muerte, al que vende abarrotes, al chulo robaculos, al empeñador, al haragán, al doctor sin título, al hampón, al rapaz, al rico malafamado. Son los febriles y agitados momentos de los tenderetes de calzado, de las posadas, los descansaderos de las recuas, los albergues de los transeúntes, los estanquillos de tabaco y el superior aguardiente amén de las famas, las pulperías, tenerías, los especieros, las alondras, las rondas y reformas, metederos estos de la apetencia de la chicha, el hayo, el piquete de la gallina criolla y la mazamorra de maíz amarillo. También sobre la tortuosa calle del cabrero rueda un grueso número de labradores, cosecheros, señores de fundos, obreros, peones, mercaderes, frayles y clarisas, aventureros, verduleras con cestos y canastas, los rompederos de la tierra, los reclutas, las carretas, mulas y caballos. Olvidaba mentar que aquí se trueca o se vende de todo como en botica: las lanzas, las pesa, camisas de ruán, calzones, frenos, sillas, enjalmas, mantas, cobijas, esmeraldillas, tejidos de fique, paja, pitan lana, sedas, vegetales, hamacas, mantas de lana y algodón, ruanas, ponchos, bayetas, lienzos, pellones, papel, obras de madera, obras de hueso, yeso, piedra, cera, caucho, metales, lienzos listados, conservas, dulces, frutas pasas, harinas y pescados, terrones de azúcar, panelones, hilos, tejidos de algodón, banano, café, cacao, calabazas, añil, vainilla, maíz y lentejas, chorizos y jamones.

 

Es temprano aún y todavía no aparecen otros rostros de personajes de cualquier color, condición y oficio que aquí se concitan  casi en forma obligada.  Es saludable como un deber semanal de la conciencia  hacer acto de presencia, aunque sea un ratico, porque allí está presente la ocasión propicia de vender o trocar el ganado, el cuarto de panela, el poco de sal y el arroz, “las papas, tinajas, peces, alpargatas, la sal en granos, ocas, cueros, piscos, puercos, gallinas, oro en polvo, loza y brevas, huevos, cabuyas, plátanos, zarazas, múcuras, patos, piñas, carne, esteras, tunas, naranja, azafrán, fríjoles, cal, tasajo y brea.


 Acabo de cruzar la plazuela, en el centro una fuente tosca, arrojando el agua por numerosas plumas colocadas circularmente. Sobre sus gradas, gran cantidad de mujeres del pueblo, armadas cada una de sendas cañas huecas, en cuyo extremo había un trozo de cuerno que ajustaba el pico del agua que corría por el cañón así formado, siendo recogida en una ánfora tosca de tierra cocida.  Todas estas mujeres tienen el tipo indio marcado en su fisonomía. Su traje es una camisa, dejando libre el tostado seno y los brazos y una saya de un paño burdo y oscuro.  En la cabeza un pequeño sombrero de paja; todas ellas descalzas. Los indios que impiden el transito, tal es su número, presentan el mismo aspecto.  Mirar a uno es mirar a todos. El eterno sombrero de paja, el poncho corto hasta la cintura, pantalones anchos a media pierna y también descalzos. Una inmensa cantidad de bestias: asnos y burros cargados de frutas y legumbres y, una atmósfera pesada y de equívoco perfume.  Después, al final del día este, se verán escenas tristes y a veces repugnantes.  Las chicherías son el sitio predilecto donde todos estos miserables confluyen al final de la jornada para las compras de llevar a casa, para emborracharse con la ancestral bebida o para quedarse a dormir su beodez” (6).

 

Y en las noches cuando se ahúman los candiles de sebo entre los tinglados y barracas y cuando interrumpe el frío registro de la niebla, nada mejor que arroparse con la vieja ruana amiga. El criollaje hacendista se estaciona al ruedo de las mesas y mesones de ruletas y de naipes, con tableros del azar y la fortuna fullera y camorrista, circulando impacientes y aceitosos los racimos de la plebe cobriza, greñuda y patilisa oliendo a ajos y cebollas y a uno que otro perfume barato de albahaca o alelí. Por las anchas arcadas de la iglesia los indios olleros venden y canjean la burda orfebrería de la tierra.  Monjas y beatas mercan las fúnebres estampas de bruñido de tan triste melancolía que les recuerdan los estados lastimeros de frayles y cartujos venidos desde Leyva.  Por las pulperías y reventas rascan las guitarras, las corridas y las zumbas de santos milagreros y de pillos arrepentidos saltando a cada rato con sus risas y bravatas.  Algunos bravucones  dialogan  sentados, orondos, redondos y pedantes, tomando la palabra para no soltarla hasta la hora de la media ración.  Mientras en la otra esquina meciéndose la abundante barba blanca algún benemérito patricio apellidándose el Chinchilla, como raro ejemplo de virtud y un dejo de hidalguía, caviloso se pregunta cuanto amigo lo estará pensando ahora que se halla eternamente solitario.  Mientras los ricachos se divierten con el juego de las cartas y los dados o en ruidosas cacerías, el sencillo pueblo campechano mitiga sus penas y pesares en las fiestas populares al calor de la chicha, el tabaco y el aguardiente del trapiche.  Así el bullicio y los saraos coexisten con el lado tenebroso de la vida, de esta manera están bien conscientes de la inútil precariedad de las cosas. Otra cosa piensan los jinetes y fantoches luciendo sus arabescas monturas en reñidas carreras y terciando apuestas, luego yéndose despacio, metiéndose por la rueda de charcos y boyeros, que sin apearse de las mulas beben desaforados a la puerta de una guisa. En las casas de los ricos, los hombres, las mujeres y los niños se reúnen en grupo en la amplia alacena y cocina, a lo largo del almuerzo.  Los criados y servidores comen aparte los sobrantes de las ollas de sus amos a excepción de las sopas o mazamorras que engullen muy aparte en los rincones. El menú tradicional incluye las sopas espesas, los cocidos de las carnes o las menudencias de cerdo, ave, o animal de monte y pan de trigo.  Cuando hay buena caza se deleitan con el siervo, pavo o jabalí montero. Las bebidas predilectas, el agua zarca, el vino  o la chicha.

 

Por aquí se murmura también de los barraganes, aquellos curas que viven en sigilo con sus queridas y amantes, a las que mantienen en el secreto de la alcoba para evitar la chismografía de los libertos y pacatos. Por otro lado, funcionan casi en forma anónima, a lo sumo, una o dos casas de prostitución o lenocinio. De esta manera ciertas personas reconocidas, de baja estofa, aumentan sus rentas con los pingües beneficios obtenidos del burdel. La única salvedad de gozo y distracción se establece en la Semana Santa.  Es fiel costumbre que durante estos ocho días, las alegres mujeres de la vida pública abandonen la villa. Pasada la Semana Mayor las meretrices vuelven a su casa de mancebía, que lo celebran con gran festejo de los mancebos el día denominado jocosamente, “Los lunes de aguas calientes”.


 Es ya una ola tradicional que la mayoría de lugareños criollos y mestizos poseen dos nombres compuestos quizás en íntima venganza hacia los blancos españoles que mentaban dos y hasta cinco apelativos de rimbombante acento.  Y entre la gleba y el populacho se señalan solo con apodos y remoquetes de muy mal gusto, arropados con las plumas del desparpajo y la solemnidad, nacidas del villano encuentro y de la pícara sabiduría popular.  La vida familiar en estas comarcas casi siempre se comparte con parientes muchas veces lejanos y con esclavos y sirvientes.  La componen también los más de las veces por razones económicas circunstanciales: los abuelos,  los tíos, los primos, los suegros, los yernos, los cuñados y los ahijados.  Todos ellos reunidos fortalecen y vigorizan el dulce hogar paterno dando rienda suelta a la alegría, a las penas, los afectos y la compañía.  La feliz circunstancia de vivir con la estrechez los diversos hermanos o hermanas con sus hijos en casa de los padres motivan la cohesión económica y social, el ahorro, el trabajo familiar, el rezo diario del rosario y hasta los bochinches revolucionarios.


 “Los que demoraban allende el Chicamocha afanaban solícitos en las labores campestres, especialmente al cultivo y beneficio de la caña de azúcar, del algodón y del tabaco o del añil.  La Industria era principalmente fabril, que no extractiva y consistía en filaturas y tejidos de algodón y de fique, en sus infinitas variedades de costales, lienzos, mantas, toallas, frazadas, suelas de fique y capelladas para alpargatas, cenojiles, cintas tahalíes, bandas, chinchorros, hamacas, mochilas, fabricación de crinejas y sombreros de caña-brava, lazos, sogas, artefactos menudos, etc. Todas aquellas ocupaciones y muchas mas eran la providencia de centenares de familias que de esos productos vivían pobre pero independientemente, circunstancia que siendo general, contribuyó poderosamente a moldear la psicología popular, porque la independencia económica es la base misma de la independencia personal.  Poner cortapisas a estas  mil pequeñas industrias que pululaban por estas tierras, grabar tan flacas granjerías, andar los corchetes oficiales metiendo las narices e hincando las uñas en todas las transacciones, ínfimas necesariamente las más de ellas, simples permutas con frecuencia, entre el ovillo de hilo, el pan de jamón, el huevo, las pastillas de chocolate, el terrón de sal o el cuarto de panela, y sobretodo, estancar la venta del tabaco, prohibir el cultivo del mismo, con el consiguiente desempleo y lucro cesante para infinidad de ancianos, mujeres y niños, con la paralización de las infinitas cigarrerías; el arrasamiento de los tabacales, la quema de las semillas, el decomiso de los tangos con la multa y prisión consiguientes:  Y todo eso agravado con el allanamiento de los hogares, las violencias, las zozobras y constantes pesquisas, la detención injusta, las delaciones, venganzas, vejaciones, retardos en el despacho de las provincias oficiales y los atentados contra el pudor; y todo ello en detrimento de un pueblo activo, muy apegado al goce de sus fueros, criado en relativa independencia económica, tan irritable situación era una concitación a la rebeldía y un tentar al pueblo mas allá de sus fuerzas.  La libertad se siente, no se raciocina” (7).

 

Aquí donde la inquieta naturaleza ha moldeado con curia y con paciencia al hombre y al paisaje en forma caprichosa es indispensable, mantener la calma y la sobriedad en nuestros pasos, por ello, ni se preocupe ni se afane vuestra merced si nos topamos con envidiosos a la vuelta de la esquina, a mentirosos y falsarios en la plazuela o el odio y el chisme verdulero tras los anchos portalones; la indiferencia y la soberbia sobre las balaustres. Todo hace parte de la vida de estos villorrios y del diario transcurrir de nuestros prójimos, algunos envilecidos por la chicha, otros por la brillantez del oro, muchos por el cargo que les ocupa y los más por amañarse en el poder y por conseguir la hacienda que no tienen.  Mientras el sol se deja sentir con inaudito vigor, por allí se abren paso a brazo partido por entre la apretada multitud variado número de mendigos expeliendo el nauseabundo olor de sus eternas llagas que nunca llegan a curarse.  Con el murmullo apacible del frayle de clausura quien reza melancólico “las horas” de la tarde, aparecen de repente el tropel de azadoneros, poniendo el picante requerido y la bullería delirante, sin que dejen de apagar las resoluciones atrevidas de las gentes del común.  Siendo la murmuración, la vanidad, la envidia y el chiste mas grosero, los platos favoritos de parroquianos y vecinos, habitadores de estas villas, poseen todos ellos la rara actitud petulante y preocupada de aquel cómico de opereta que entre bastidores espera impaciente su salida a la escena que prosigue.

 

Entre tanto dos viejos tradicionalistas y coloniales ex-comenderos, al otro lado del corpulento samán hablando a señas se entendían manejando muy bien ante el profano la vacua egolatría del ricacho prepotente. Otra cosa medita alegre la masa india haciendo gran revuelo entorno a los faroles de la plaza, mientras el tranquilo viento noticioso trae un cadencioso oleaje de clamores y de gritos como vistosas ondulaciones de alucinante vibración que resumen con vapores la chicha y el tabaco.  Otros grupos de la puebla se estacionan con rumorosa impaciencia frente a la casa del gobierno, acompañados de algunos zoquetes de prebenda, mayorales de poncho y machete y uno que otro indio serrano.  Hablan con voz queda y ronca sobre impuestos y alcabalas.


Muy cerca de allí, un elegante cincuentón, bien conocido como asentista egoísta y mendaz, con buena mugre de chupatintas y algo picado de viruelas, llamado don Salvador, toma asiento a la diestra de su colega fray Anselmo de La Cruz, escuálido cura doctrinero y escolar del Santo Oficio en Cartagena, de visita en estos extraños lugares, tratando de romper el hielo, entablan un repelente diálogo:

 

-       ¿Cómo le parece buen frayle, el tiempo que transcurre por aquí?


-       Muy bueno para vuesa merced que no paga barlovento, pero muy dolorosa para esta pobre feligresía que es la más de por aquí.


-       Esos son solo  discursos de estos pueblos de mucha osadía y de otra tanta paz dispersa, además de habladurías de algunos golosos de poder que andan tras la fea costumbre de añorar antiguas prácticas elitistas.


Se distraen a menudo con las descargas del fusil que levanta harto humo allá a lo lejos por la otra banda del río, mientras que sobre las derruidas tapias corren asustadas las verdes lagartijas.

 

-       Examine vm. muy bien los principios que corresponden al Rey y comprenderá el delito que echa de menos.


-       A su reverencia se le oye muy mal al hablar así del soberano


-       Esos son votos temerarios que no obligan, además la política es una cosa de rosca universal.


-       Aquí no se tolera un pecadillo.


-       Pero el hilo se revienta por lo más delgado.


-       Esas son ideas perversas para estremecer al pueblo.


-       Espero no tenga vm. novedad alguna.


-       Vm. me ha oído conversar algunas palabras sospechosas?.


-       No, pero es de inicuos fomentar la discordia.


-       Los amos y los siervos son todos iguales.


-       El fanatismo es vuestra única disculpa.


-       Es oportuno que sepa vm. que los hombres son iguales y todos deben gozar de las delicias de la libertad.


-       Se equivoca vuestra señoría, es peor la tiranía de muchos que la de uno solo.


-        Es lo mismo, da igual.


-       Eso comentan los jesuitas hablando de cosas increíbles, seguramente porque tienen muchos enemigos.


-       Está vm. informado de las infamias de los godos?.


-       Sí, porque chilla mas el lazo que el marrano.


-       Llega la lluvia señor frayle


-       Seguramente va a tronar


Todos se fueron a dormir y el pueblo quedó sepultado en el más profundo silencio.

 

Ahora, puede ser que nos estemos amañando y a cualquier descuido perdernos en la brumosa mañana del blasón y del terruño.  Pero no hay cuidado, ya los peligrosos personajes nos esperan tras el terrible umbral del teatro de la vida. 


Como hijo del destino, exactamente doscientos años después que apareciera por estos lares del Charalá el navarro Pedro de Ursúa, fue engendrado aquí el niño José Antonio, “nacido como pez en el agua”, el lunes diecinueve de marzo  del cuarenta y nueve, “y que es de edad de treinta, y dos años y responde”: (8), del signo del pescado, de naturaleza maléfica por parte de Neptuno y signo negativo por cuenta de Júpiter.  Bautizado José por nacer el día de su santo patrono y Antonio por un tío materno, muy querido de la familia.  Amamantado en predios de un pequeño fundo,  muy cerca del pueblo de indios y asentamiento guane, por el camino real a Cincelada.  Hijo legítimo de Manuel Galán y de Paula Francisca Zorro, quienes concibieron durante su largo matrimonio nueve hijos en su orden: Hilario, Dolores, Rafael, Eugenio, Margarita, José Antonio, Juan Ignacio, Agustín y Juan Nepomuceno, el menor de todos.

 

“Margarita -. En la parroquia de Ntra. Señora de Monguí en veinte y siete de marzo de mil setecientos cuarenta y siete. Yo Don Jacinto Joseph de Los Santos Gijón, cura ecónomo vicario y juez eclesiástico, bauticé, puse óleo y chrisma a una niña que nombré Margarita, hija legítima de Manuel Galán y Paula Zorro, fue su padrino Miguel de León Carreño de que doy feé. Dn. Jacinto Joseph de los Santos Gijón” (9).

 

No obstante ser nombrado este siglo como el de las luces también se conoce como el de los aventureros.  Ñor Manuel, como lo apellidaban los guanes, fue uno de los cientos de peninsulares que cruzaron el Atlántico para venir a buscar fortuna a América, pues en Galicia su patria, ya no hay cobija para arropar tanta gente y peor aún si estos individuos ociosos y vagamundos hablan mas de la cuenta o se atreven a disentir con “bastardas ideas”.  Y más grave el caso si cargan libracos sospechosos o escritos de  “ideas perniciosas” debajo del sobaco, con ínfulas de agitadores sociales y sin un ochavo en el bolsillo, alimentando de paso, las vagas sospechas de autoridades acuciosas y arbitrarias.  Muy joven, casi niño, había quedado huérfano de madre.  Después de recorrer sin rumbo definido la sagrada ruta Jacobea, buscando en vano de algo en que ocuparse, atravesó el terrible  y peligroso territorio vasco hasta dar a Francia.  Decepcionado, después de un infernal rosario de naufragios, de mucho aguantar necesidades, el hambre, el frío y las crueles humillaciones, resolvió embarcarse nuevamente, llegando a tiempo a Cádiz para tomar un raquítico pasaje rumbo a las Indias en la flota que se preparaba para zarpar.  Dios proveerá, dijo Abraham y se echó la cabra al hombro.  Traficante o negociante como fuera, Manuel se cargó a sus espaldas unos pesados rollos de telas y de sedas con la esperanzadora idea de cambiarlas por turmas o venderlas por oro allá en las tierras de “El Dorado”, en medio de una difícil situación internacional pues la Gran Bretaña con la chocante insolencia de su escuadra, apedrea descaradamente la alcoba de su vecina España.

 

Natural de un lejano reyno de quien solo se conoce el certificado de bautismo y ciertas habilidades en el comercio pero nada de su linaje y que al casarse con una Zorro mestiza, medio guane, le dirán los socarrones charaleños que: “tendrá vuestra merced, nobleza en lo ojos, mas no en la sangre”. Su mismo apellido, Galán, que no le fue dado en forma gratuita facilita la remembranza de una región agreste y violenta pero al mismo tiempo animosa y gallarda, garbosa y elegante, fiel a la raza y a sus costumbres, sin un ápice de “dejarse requebrar” de superior alguno.

 

“En la jurisdicción que hoy es de la villa de San Gil….había tres pueblos que en lo antiguo tendrían mil indios, que son Guane, Chanchón, Charalá y Oiba, y hoy en todos esos pueblos hay doscientos indios y hay de los que se llaman españoles(los mestizos) y hay de todo, españoles, mestizos, cuarterones, y cholos, mas de diez mil, y en verdad que de España no habrán venido a avecindarse ni doscientos españoles”. (10).

 

Se alega con mucha frecuencia, y algo tendrá de cierto, que desde los tiempos del rebelde  Charalá parece que el contacto con la tierra siempre seca y templada daña los corazones y modifica las costumbres, haciendo que los hombres se sientan alejados de todo y dominados por sus instintos más primarios, por un dañino afán de definir sus destinos y desentenderse fácilmente de las normas de la sociedad consagrada y de las autoridades legítimamente constituidas por la Corona. Las malas influencias emanan también de ciertos núcleos de extranjeros que no creen en la permanente vigencia de las viejas bulas papales.  Tampoco hay que olvidar que en estas villas y parroquias se escribieron hace mucho rato las primeras crónicas rojas de la conquista.  Por eso todo se ha convertido en una tierra de nadie, donde impera la ley del más fuerte, la política del crimen, y la diplomacia del primer  llegado.   Tal fue el caso de Manuel Galán y su sexto hijo donde el asombro inicial se convirtió en estupor cuando se supo que aquel parecía tener la firme creencia de que José Antonio tenía marcado un destino manifiesto en el transcurrir de la historia rebelde.  Por ello no es de extrañar que este muchacho con arrebatos de aventurero, inquieto y algo perspicaz tuviera ciertas extrañas influencias.

 

Comenzando a enseñarse a leer y escribir y entrando ya en gramática moviose los problemas de familia con los indios, y así fue quitado de las letras y su estudio.  Aún no habiendo corrido diez años comenzó a tratar de algunas armas y de otros haberes de oficios y tareas propias de haciendas y de campo.  Siendo ya mayor y no pudiendo darse a las letras, caresció mediamente dellas. “Perdonará usía los vocablos y yerros por ser yo tan tosco en estos negocios de vocablos” (11). “Mas le ayudaban las grandes fuerzas de su padre Manuel y del cura Gijón quien le dio las primeras lecciones de aritmética, historia y religión y de su ingenio joagazo en conversaciones largas y sabrosas con él, así salió algo entendido de las cosas del reyno como si fuera enseñado por doctos maestros” (12). El terruño lo era todo. El enérgico hogar paterno, suavizado con el lazo y el dulce entronque  de una madre atávicamente amorosa y siempre disponible al sacrificio.  Las cruces y los ayunos, la pobreza, el atraso, la oscuridad, las necesidades más apremiantes, la lucha diaria, el pan amargo, la enfermedad, las cuitas y la suciedad apaciguadas por un padre entrañablemente querido y estricto hasta la paranoia y una madre fuerte, dulce y querendona.  Como joven fue discreto y silencioso y pasó por incontables noches de soledad en medio del susurro y el desconocimiento de los hombres.  Los ya olvidados testimonios póstumos de gentes que le fueron próximos o creyeron serlo, como sus hermanos, demuestran con patética elocuencia cuan lejana y hermética fue su corta juventud.  Muy pocos estuvieron tan cerca de ese espíritu enigmático y callado cuando emergía de su misterioso viaje por el averno. Jamás pretendí, dice Manuel, y estoy seguro de no haberlo intentado, aproximarme a su secreto, a su más íntima personalidad, a su vida interior, como si lo hubiera hecho y lo hice con sus demás hermanos. Le respeté su reserva infranqueable y jamás le pregunté a él o a alguien a donde iba mi hijo que se desvanecía en la oscuridad hacia un sitio desconocido del cual emergía renovado con nuevos bríos a su diario trabajo de campo.  Su muerte me produjo tanto dolor como rabia infinita.  “Hombre de oscurísimo nacimiento, y vil persona”(13).

 

La imagen de la cara libertad, imprecisa y furtiva debió cruzar muchas veces por sus inquietos sueños juveniles, de lecturas apresuradas que tal vez hallaría entre los papeles viejos de don Manuel, que como Aspasia y como Lais hubiese frecuentado la escuela del bienamado Sócrates: “Te quejas amargamente de que no te haya escrito una palabra en estos tiempos tan fecundos en acontecimientos, cuando sé que en tu pecho puedo depositar con mucha confianza los más caros de mis secretos; yo ingrato soy ; yo olvidarme de ti. Tu sabes, bella hechicera, que el que una vez te ha conocido y tratado, jamás te puede olvidar.  La razón de no haberte conocido antes ha sido porque, aunque las cosas se mudaron tardíamente, no por esto hemos estado mas seguros de poder hablar de la verdad impunemente”. Sus ideas necesariamente se hallan en la trémula y embrionaria etapa de las primeras confusiones, pero el terreno estaba abonado y además poseía la dichosa facultad de entusiasmarse.  Sacudido violentamente tomó la sagaz determinación de defender los derechos y la vida de los pobres indios guanes.  No se trata de un caso aberrante de frustración personal, ni jugaron en él sentimientos de rencor hacia el sistema operante de la Corona dentro del cual  había sido relativamente bien tratado.  El resentimiento puede ser un gran motor en las grandes sacudidas sociales.  No parece advertirse en José Antonio por ahora, ningún estigma de resentido social, “les dijo que no era tiempo de vengar pasiones sino de mirarse como hermanos”(14), apareciendo de repente en medio de la gleba guane como un prodigioso defensor de sus derechos con sus arrestos y veleidades de abogado del diablo y con mucho olor a subversión. “Era puro idealista y pasó su vida apoyando y defendiendo las buenas causas” (15).

 

Montado ya en su propia vida el diligente Galán es un pequeño zorro de carácter montubio  que no acepta reproches ni reparos, sobrecargado de muchos poderes que siguen aún durmiendo en el barro humano, dedicando primero su tiempo a una corta pero seria evaluación de su modesta condición de mestizo en medio de una sociedad ignorante, prejuiciosa y desconfiada de blancos y chapetones, amos voraces de la tierra y llena de odio y de envidia contra sus hermanos mas desharrapados, los guanes.  La más clara manifestación política del conflicto se refleja en la relación del blanco con el indio: apatía y paternalismo por una parte y la explotación y el choque a nivel parroquial.  Es la confrontación de las culturas extremas y en el centro un cetrino criollo llamado mestizo.  Comprende también la expansión del blanco, que también es rico y poderoso, a costa del miserable indio y de paso arrasando al criollo pobre, siendo la política oficial específica, aunque casi nunca mencionada la asimilación e incorporación, frecuentemente racionalizada e impregnada del impajaritable sello religioso. A menudo toma la forma casi institucional de guaniar o cazar guanes, como método de exterminio, alternado con la perversidad de las autoridades y la fría indiferencia de los menesterosos, porque no hay nada más cobarde que un hombre.  A veces creo, diría hoy Galán, que es una falsa ilusión de algunos pueblos en buscar una hipotética liberación en donde nada se les ha perdido. Allí nació la inmensa posibilidad de la violencia física como un hecho cuotidiano hacia el individuo  aunado al más serio y al de mayor peligro para su supervivencia como es el de su propia destrucción cultural.  Al final, son  despojados de sus tierras, mientras sus valores tradicionales fueron puestos en duda y atacados sin ninguna misericordia.

 

El guane, aunque lentamente sometido, debido al acoso a  que era inducido por sus enemigos blancos se volvió casi un nómada errabundo y poco estable. Debido a su movilidad, hábitos vagabundos, al ancestral apego a la libertad personal y a su comportamiento casi incontrolable es difícil de alfabetizar y muy susceptible a contraer las enfermedades. Con altos índices de morbi-mortalidad y una gran pobreza material y espiritual muy pronto vá desapareciendo y diluyéndose como arte de su propia magia. Si bien el cura aconseja en el púlpito,” Tratar con dulzura a los indios castigando severamente el primer agravio que se les hiciese”, otra cosa ordenan  las autoridades:” que se les escarmentara con rigor, persiguiéndolos con fuerzas suficientes hasta dejarlos imposibilitados de manifestar su altivez y su malicia, sin creer las sumisiones, ni lágrimas de ninguno porque no son verdaderas” (16). Se le impondrán penas de azotes y martinete a cualquier criollo o plebeyo que vendiera cosa alguna a los indios para su uso. Aquellos que son  tomados en guerra o en entradas a la tierra, ya que fuesen cogidos por españoles, ya presentados por otros indios o vendidos por estos, los podrán  conservar o cederlos a otros españoles, teniéndolos bajo su protección, nunca como esclavos por el término de ocho años, y a los que cogiesen sin estar en armas, se los quedasen solo por cuatro años comprometiéndose en uno y otro caso a educarlos e instruirlos en la verdadera religión y en la vida civil. A los indios que voluntariamente se pasasen a vivir con los españoles se les había de instruir y hacerles el repartimiento de la tierra que mandaban las leyes “(17). Pero en la práctica, allá en el terreno, la situación era mas grave aún,  su aislamiento fue violentado muchas veces.  La penúltima cuando una fracción grande de la tribu fue reducida por los capuchinos en el cincuenta, abandonada luego, los guanes volvieron a la selva. La última del setenta y cuatro por orden del virrey don Manuel  Guirior y cuidadosamente planificada en la nefasta política del mariquiteño dr. don Francisco Moreno y Escandón, fiscal protector de la Real Audiencia de Santafé y juez conservador de rentas, criollo y burócrata de tiempo completo, fiel cancerbero del monarca  en estas partes el reyno, quien se dedicó con tripas y corazón a dar aplicación a la campaña más diabólica de exterminio y desaparición de nuestros antepasados, bajo la mas ingenua y soslayada reforma educativa pensada en una retrospectiva moderna a la que enérgicamente se opusieron los jesuitas, que consistía en colocar en lugares estratégicos cercanos a las comarcas y parroquias a los indios reducidos a la esclavitud, sitios estos conocidos como reducciones o pueblos de indios, buscando de paso varios fines a su desaparición progresiva. Los inmensos territorios vacos abandonados por los naturales son vendidos por la Corona y por fanegadas a precio de buen oro a los latifundistas blancos o criollos ricos españolizados, descendientes y biznietos de los antiguos amos encomenderos de dichas villas y parroquias, con el beneplácito de las autoridades de estos lugares.  Luego de allí mismo salían partidas o cabalgadas de peones al mando de tenientes o capitanes asesinos a capturar, masacrar y violar a los pobres habitadores indios de la tal reducción, pagándose dinero por cada cabeza de indio muerto o de cada ser vivo que se capturase en la dicha entrada.  Ostentosamente valientes, sus actos venidos de lejanas costumbres bárbaras constituyen remedos de valentía y muestras seguras de virilidad.  En los duros contactos y violaciones a que son  sometidos se les infecta  de virulentas enfermedades que muy pronto diezman  a la población india, amén de la orfandad de los niños y el daño moral y económico ocasionado en viudas y en ancianos de la reducción. En sus rápidas correrías y rapiñas, estos guanemios arrasan  habitaciones, sementeras, sembrados y fauna montera, base de la alimentación aborigen, muriendo muchos de ellos de hambre y de defectuosas defensas genéticas, creando de esta manera desplazamientos furtivos, confinamientos cada vez mas lejanos e inhóspitos de su hábitat natural y transhumancia esclavista. Esta insostenible situación de injusticia, maldad y perfidia la enfrentará muy pronto un joven rebelde y violento, nacido de las breñas y engendrado en las entrañas de unos pueblos sojuzgados. 


Muy pronto, mas presto que tarde surge como mandón carismático del entorno de su región liderando con pasión manifiesta el resultado de la conjunción de vastas redes comerciales campesinas e indígenas establecidas primariamente por su padre Manuel y con la comprensión de los padecimientos del indio, asumiendo con decisión y valentía su defensa.  El territorio que le tocó vivir es bien conocido como refugio de indios huidos y donde las  relaciones entre españoles, criollos, mestizos y nativos se regulan por tácitos tratados de mutua tolerancia.  Es bien sabido que la comunidad india intuía en las autoridades reales y en la burocracia criolla una aleve amenaza para su forma de vida y un instrumento represivo de los gamonales pudientes para apropiarse de sus fértiles tierras.  Galán organizó a su numerosa familia de hermanos y amigos mas cercanos a la cabeza de su padre ,creando puentes de ayuda, auxilio, cooperación y protección al reducto guane, ya menoscabado por cierto y cada día mas desvertebrado y acosado hacia arcabucos y montañas lejanas, intentando por todos los medios de evitar campañas de exterminio, contra sus hermanos naturales, alternando con la persuasión y con la fuerza, ganando con ello sus simpatías y la ampliación de su área de influencia personal.  Estas siniguales circunstancias unidas a la profunda convicción justiciera de sus actos, al entrañable amor por su terruño y a la reciente amistad adquirida con algunos de sus amigos y conocidos decidieron con el tiempo su ferviente adhesión a la defensa del Común y a la pronta organización de milicias de los rudos labriegos cultivadores de tabaco, de la caña y de algodón, de antiguos banderizos y contrabandistas de aguardiente y de la sal. Ya no estaba solo. Siempre acompañado de fogosos partidarios, muchos de ellos sin tener la conciencia clara pero sencillos y fieles como sus hermanos: Hilario, Andrés, Juan Nepomuceno, sus primos, de mujeres non santas, jugadores, borrachos, pardos, indios, mestizos, de cabos en las juntas, reuniones, fiestas, bailes, conciliábulos y todo el germen y efervescencia, unidos por una causa común: la salud del guane.

 

Pero todo no paró allí, muy pocos indios se percataron ya bastante tarde que se hallaban al borde del abismo, arrinconados de espaldas contra los farallones y escogieron tres estrategias tan viejas como ellos para evitar la contracción: pelear, apretar o huir.  Parece que la estrategia huir no tenía ningún uso en su natural comportamiento.  La pelea, es evidente que se empleó hasta cierto punto.  Fue el momento de la aparición del ardoroso Galán quien recomendó esta última y la de apretar.  Es muy cierto que la combinación de estas dos últimas se encuentran dentro de las reacciones naturales de los pueblos humanos que sufren la presión de sus tierras y el acoso inhumano del blanco opresor. Como el enemigo avanza  con preferencia hacia las zonas mas bajas de la región, los guanes a  falta de otra alternativa, buscaron la sierra y la montaña, como apoyo a este movimiento general hacia las elevaciones mas altas: los riscos, las cuevas y  las guaridas del oso que inverna. Se observan  pues, las pequeñas filas de bohíos  en la marcha ascendente hacia las fronteras elevadas de la cruz morada.  La apretada fuga al paso de los años llegó hasta las más inaccesibles pero paradójicamente las menos productivas tierras. Allí los encontró Galán para redimirlos y Moreno y Escandón para reducirlos, que como feroces animales transhumantes y desharrapados fueron  lentamente trasladados  en largas y penosas hileras indias hacia su fatídica cárcel: la reducción de Chitaraque, umbral del infierno, tétrica tumba de nuestro amado hermano guane.

 

Tal vez haya ido demasiado lejos a esos lugares del trasiego de la transhumancia india más vil y denigrante de maltratar la ser humano, para moverse con pasión delirante en ese mundo indio, curtido y experto. Con los manes de la guerra, forjado poco a poco entre el martillo de la escaramuza y el yunque de sus apetencias mas antiguas, produciendo además un curioso fenómeno lingüístico de catalán y gallego, acompasado de sonidos nasales, muchas musarañas y señales de las manos y de la cabeza, traducido en una confusa sucesión de toscos modales y alaridos de festín.  En estos cortos lances dio sobradas muestras de arrojo y también de excesivo impulso, ganando con él el aprecio de sus paisanos. Muy despacio va templando su ardiente espíritu, arrojado en el peligro y la adversidad sin ninguna clase de temor, pues viviendo junto a ellos va aprendiendo el arte de la huída y los escarceos de guerrillas, adquiriendo gran destreza en tales lides. Son esas pequeñas proezas guerreras  que publica estrepitoso el clarín de los discursos que tanto deslumbran a estos pueblos ora salvajes, ora bárbaros, ora civilizados. Y mientras las tensiones sociales en el área van polarizando las banderas y ampliando los hechos políticos y los intereses de castas creó Galán fama de mujeriego y la sostuvo hasta la muerte, “siendo asimismo escandaloso y relajado en su trato con mujeres de todos estados,” (18), no entendiendo el perspicaz chisgarabís que esto publicaba que el impetuoso, rebelde de muchas sirenas atendido, era solo eso, un esforzado cultivador de la tierra”, y que oficio tiene, dijo, su oficio ,el de labrador”(19),  y que por lo tanto no podía contener su genio galantemente audaz y dominante venido e inspirado solo por la masa anónima, siendo solo un asunto de poco kilate y mucho parroquiaje. Bella cosa es la paz, pero nada vale sin el honor nos dice éste, “y estando en ella hicieron traer ante sí a un hombre”, (20) demasiado inquieto, de mediana estatura, bien proporcionado en sus miembros, de complexión pesada.  Las facciones de su rostro cordiales y harto compuesto, los ojos rientes y castaños, los cabellos gruesos, llanos y también castaños limpios. La nariz aguileña y los ojos grandes y diáfanos bien situados en un rostro redondo y avispado.

 

Muy temprano la vida dura le hizo desaparecer de su faz la timidez y la inocencia de aquel candoroso mozalbete campesino, convencido de ser el único capaz de redimir a su gente del oneroso yugo del ricacho prepotente así oliera un poquito a azufre, perfume este del que no gustaban ni los frayles, ni los guardas del tabaco, ni mucho menos los asesinos cazadores de cabezas.  Aguerrido y habilidoso es también audaz y temerario.  Me cuentan que le gustan las mujeres fáciles y los caballos pintados galoperos. Criado entre serpientes y alacranes, entre puños y reyertas y una que otra puñalada trapera, se conserva sobrio y sencillo pero altanero como bordón de guayacán.  De su lucha y de su imagen robada milagrosamente al tiempo conservamos su intensa pasión por los alborotos y las audacias juveniles, de la cual por cierto emana parte de su inalcanzable leyenda. No por cierto, ni de ninguna otra manera se atrevieron a parir los riscos y montañas de los procelosos guanes mezclados con blancos biliosos y coléricos a este bribón de mucha suela harto ánimo y sumamente arisco y chispero.


Hoy observamos con mucho estupor como había en aquel entonces una reserva de barbarie en estas gentes que desafiaron siglos enteros de prédicas cristianas y de convivencia caritativa y de cómo asumieron indeclinables los riesgos de una empresa de la cual nadie estaba preparado y para toparse de buenas a primeras con unos incidentes de poca monta, al decir de las autoridades virreynales, que se iniciaron por fricciones y deslices domésticos, por sugerencias atrevidas e incitadoras, pues son muchos los bochinches que, por una u otra razón tenían  ocurrencia en estas villas y que las autoridades con inexcusable ligereza intentaron desconocerlos, sin lograrse explicar con claridad el encadenamiento de los hechos que culminaron con los actos bochornosos del Socorro, presintiendo en el horizonte un cambio de color que no lograron concretar jamás. 

 

Unas son de cal y otras son de arena. Tiene diecisiete años y ya es un agraciado semental de mucha valía en aquella perdida aldehuela del reyno.  Tiene además bien ganada fama en el atrevido gremio femenino de ser un buen partido, creando también con ello un peligroso sortilegio de envidias y resquemores ente los machos de la parroquia.  Llegó el amor y se apasiona de una manera profunda: “es una linda pecadora que parece la primera luz del día y en lo negro de sus ojos la mirada tentadora”. La agraciada, una morena charaleña, mestiza como él Toribia Verdugo.  Como tantas jóvenes de su generación sucumbe a los encantos del galán, con quien inicia una casi secreta relación de amoríos peligrosos. Los padres de la novia mestizos como ella lo acogieron en su casa y lo trataban con la intimidad del caso, sin embargo advirtiendo que la amistad de José Antonio con su hija se tornaba en coqueteos vanos y que esta le atendía sus procaces galanteos, fue reprendida agriamente por sus celosos hermanos quienes le prohibieron sus encuentros amorosos:”visitaba esta casa diaria y nocturnamente viviendo en esta satisfacción, y mas cuando experimentaba que el mismo cariño se le dispensaba por la señora mi esposa, con quien por vía de una honesta diversión empleábamos la tertulia en bailes  del que llaman minué y el cantar canciones que también llaman boleros.” (21). Conocemos a no pocas parejas que adelantan relaciones prenupciales clandestinas, que pueden concluir en embarazos consentidos, para que con este artificioso argumento presionar la aprobación de padres y parientes a un matrimonio prohibido. A todo ello los jóvenes empiezan a argumentar el gusto, la afinidad y voluntad, afecto y amor, como razones válidas incontrovertibles para disponerse a efectuar a su antojo las uniones.  Esta descarnada versión nacida del eco pacato mas profundo de la aldea y despojada de cualquier acento dramático, debió de tener mucha verdad siendo corroborada por el secreto rumor  de que la Verdugo se hallaba en estado grávido sin contar con las estampas mordaces de carácter popular y las urticantes opiniones y protestas condolidas de escandalizadas comadrejas que amenazan con los mismos argumentos de siempre y tan contundentes como la cárcel o el destierro.  El, sin embargo, decidió olvidar muy pronto el enervante asunto. La perjudicada Verduguera, al sentirse a la deriva en el corazón del joven casanova decidió confiar a su padre Juan y a sus hermanos hasta los más minuciosos detalles del grave asedio. Estos, como era de suponerse, engaritados en una comunidad tan pequeña y victoriana como ésta, formaron la de san Quintín y en gavilla fueron a casa de los Galán a buscar la satisfacción del honor perdido así fuera a las buenas o a la fuerza bruta.  Y  yo  puedo hacer de él cera y pabilo, decía un hermano. Es menester dejarlo reposar como el vino en fermento, para hallarlo mas tarde suave, añejo y gustoso, respondía mas calmado su padre Juan Verdugo, de lengua áspera y muy larga.


      -Es vm. muy joven para recordarlo, pero como muchos

      jóvenes  de su generación, cometió un serio error. Pero el

      actuó de buena fe, se lo puedo asegurar.  En todo caso el

tema es apasionante y la secreta investigación de Santos Bobadilla trae sorpresas inimaginables.


- Algo se trama contra vuestra merced.


- No. Son solo escrúpulos para estos tiempos de

  persecuciones y trabajos.


- Oigo el ladrido de los perros.


- Son fandangos que terminan en borracheras.


- Importa es alejarnos.


- Tengo un alegre dolor en el corazón.


-  Son las virtudes del licor espirituoso


Se caminaba ligero, subiendo y bajando los callejones del bisque.


-       La precipitación, querido amigo, es un delito en un rebelde como vos.


-       Los violentos querrán sacarnos del corazón.


-       Si especialmente esta sociedad criolla, criada con mazamorra y delicada del buche, que vive con especial aflicción las uniones que intentan los feligreses.

 

En una conversación muy íntima el padre de la pretendida se mantuvo remiso a cualquier arreglo y acentuó su odio y su demanda para que el novio fuese procesado y encarcelado. Los afectados tras el ropaje de unas complejas vacilaciones, porque el palo no estaba para hacer cucharas, se avinieron a aprobar la unión y oponiéndose a otros argumentos: “lo impediría si no estuviera hecho cargo de la honradez y hombría de bien que tengo del dicho José Antonio, quien sin duda sabrá atender a las obligaciones de alimentos y abrigos, precisos a mi hija, siendo notoria la miseria y desnudez en que me hallo”. (22) Efectivamente Galán va a procurársela a sabiendas de que la cuenta de cobro que le pasaban sería muy alta. Son alegrías de perro flaco, le dijeron, pues la Toribia es mujer mayor que Vos, de genio atrevido, de carácter autoritario y no hay cuña que más apriete que la del mismo palo. No importa, se dijo: contigo pan y cebollas. “Joseph Antonio Galán. Toribia Verdugo. Parroquia de Monguí y octubre 22 de setecientos sesenta y seis.  Yo el Dr. Dn. Domingo  Viana cura y vico., casé y velé según orden de Ntra. Sta. Ygla. A Joseph Antonio Galán con Toribia Verdugo, vecinos de esta parroquia. Testigo el Dr. Ruiz. Doy fee. D. Viana “(23). No hay que perder de vista a este Dr. Ruíz, que no es otro que el español Manuel Ruiz de Cote, casado con Feliciana Molina y teniente de corregidor y justicia mayor de la villa de San Gil, en el año sesenta y tres y tío político de nuestro buen amigo Isidro Molina, entrañable amigo fiel confidente y compañero de aventuras revolucionarias. También hay que informar que por este tiempo llegaba el  doctor don José Celestino Mutis, sabio gaditano, al real de la montuosa baja de las Vetas de Pamplona, como intendente jefe de las minas reales de plata, de propiedad de la Corona.

 

Mientras los años corren desvergonzadamente lentos, no así los movimientos y el diario transcurrir de sus gentes y por extrañas razones que también han quedado ocultas en los recodos de la ruta del acontecer de los siglos, Charalá es el paradero obligado de viajeros, traficantes, revoltosos y contrabandistas que parten de la villa cosmopolita del Socorro hacia centros de mayor importancia como Cúcuta, Caracas, Málaga, Pamplonilla  la loca y Casanare.

 

Ella, erguida, inviolable, con el callado orgullo de toda aquella tierra que tiene gran valor por derecho propio, siguió representando la estrella que sigue guiando la abierta libertad de sus gentes, la gentil Numancia que llamó mas tarde el arrasador Pascual de Enrile, como la actriz fiel de los acontecimientos.  Ella que ha vivido todas las angustias de la más feroz opresión, a pesar de sus indecibles  vicisitudes ha mantenido con desdén manifiesto la conciencia de su identidad ideológica y la vigorosa reafirmación de su más íntima esencia colectiva. En realidad la importancia está en su pasado proceloso, incluso sus atrevidas gentes  comenzaron a olvidar muy  pronto que alguna vez las cosas habían sido diferentes.


-       Estamos viendo cada día que pasa un panorama bastante desolador.


-       Al mal tiempo buena cara


-       Pero vendrán días mas aciagos


-       Cuando el río suena, piedras lleva


-       Y cuando corra todo turbio, menos mal hace el hipócrita que se finge bueno que el público pecador.


-       Por eso, cuando venga el bien, mételo en tu casa


-       Además, es de buena fortuna acompañarse de la luna llena.


-       Ya se están promulgando por ahí, ideas absurdas y contrarias a Dios y al Rey.


-       Que la autoridad de los reyes dimana de los pueblos


-        Y que la voluntad mayor es la de todos


-       De eso no hay nada nuevo bajo el sol


-       Aun hay sol en las bardas, dijo Don Quijote


-       Tal vez tengas razón


-       Yo no entiendo ese lenguaje engañoso y colérico.


El que hablaba, un viejo de cortas luces, a la vez que duro y fanático, con supersticiosa devoción por los autocráticos principios de autoridad que más  rayaba en la ignominia.


-       Vuestras mercedes no comprenden que el adelanto y el estudio pal’ indio  es la ruina pal pobre estanciero.


-       Obvio es, imponiendo brutales planes de expropiación.


-       Y el consentimiento cómplice de las autoridades


-       De este heredado desprecio por el indio se nutre el criollo rico, dueño de la tierra.


-       Por otra parte el indio es ruin y jamás agradece beneficios.


-       Si, aparenta la humildad y en cambio a toda hora está afilando su cuchillo.


-       Solo anda con el rebenque


-       Y jamás podrán ser redimidos


-       La redención del indio es un sentimiento muy cristiano


-       No soy ni de raza blanca, ni pretendo serlo, ni tengo simpatías por los blancos.


-       Y si somos tiranizados por ser humildes y buenos cristianos…


-      Entonces, dejemos ya las bondades y hagamos lo que

      nuestros   enemigos hacen

                                                          

-       Y para que en lo venidero, no nos fiemos ya de  nadie.


-       Es un compromiso terrible


-       Lo que importa es matar a quien nos mata


-       Guárdeme el secreto


-       Siembra vientos y recogerás tempestades


-       Este secreto queda entre nosotros


-       Traigan las tulpas para hacer el fogón, otros la leña, otros  las ollas, otros la sal, otros la carne, otros los aderezos y los que no tengan nada que traer, esos que soplen.


 Quien así habla no es otro que Galán, quien comanda ya con sus hermanos un buen golpe de amigos y gavilleros, inmensamente conocido por todo el pueblo bajo. Indudablemente posee en forma temprana unas excelentes cualidades de líder.  Algunos lo dibujan como poseedor de un tipo extraño de figura hermosa casi blanco y con un ímpetu revolucionario de peligroso juicio jacobino. Como buen conversador, campechano y sencillo, muy pronto logra conseguir una gran popularidad, que según ellos se debe a su cercanía con el pueblo raso. De espíritu algo melancólico, soñador y fantasioso no es fácil doblegarlo, algunas veces terco, muy pronto se deja seducir por ideas ilustradas, “y prestaban ascenso a sus patrañas y fantásticas ilusiones”(24). Su vida diaria es de una actividad hiperdinámica  de alto vuelo empleada en el cultivo, cosecha, negocio y venta del tabaco,“y añade que un vale que tiene con Juan Francisco Moreno, de cantidad de ochenta pesos, estos no sabe si los cobró dicho Nieto o no; que otro que está contra don Lorenzo Bravo, este no debe nada, porque nunca se le entregó nada de tabaco, porque aunque se había entregado lo quitaron, y responde.”(25). Es un tropero, todos lo siguen como el hierro al imán. La nobleza heredada de su padre lo hace sin embargo, presa fácil de aduladores y traidores agazapados a su alrededor. Fácilmente hace amigos y fácilmente lo abandonan, porque ellos no darán la talla a su personalidad arrolladora y violenta. Estos, incómodos con su impetuosa presencia se convertirán rápidamente en sus mas encarnizados enemigos,” abultando el número de malvados secuaces, y pueblos rebeldes;” (26). Tenía la soltura y ese garbo natural del semental humano como lo tienen los hijos de esa tierra estéril y bravía allende al Chicamocha. ”Indolente se había recostado perezosamente sobre la candorosa enjalma en tanto que fumaba con deleite un grueso tabaco hilvanado por las diligentes cigarreras de la calle del sereno mientras le alumbraba una  humilde esperma, con gran pesar de los ratones: se lamenta a cada rato del estropeo de la bestia y del cansancio del camino, de las raras y poquísimas posadas y de las raídas estancias.


-       Por lo que hace a mi acomodo, yo en cualquier almohada quedo bien.


-       La pobreza no da campo al ocio.


-       Si algún bochinche no me llama, buscaré la cama.


-       Todo era secundario en su presencia.


-       Coma algo vm., solo es mazamorra de maíz partido.


-       Si es el primer repique, procura que no tarden los otros dos.


-       ¿Sabe usted? mi señora no se amaña, ni le hace el temperamento.


-       Está viajando por Barinas y no viene a casa sino por San Pedro, pero ni caso ni cuenta hace de nosotros.


-       Viene cuando se le antoja.


Y volviéndose bruscamente, me dijo, pintada la audacia en su mirada:


-       Que nadie sepa de mi paradero” (27).

 

Hastiado un día de ensartar las hojas, de formar andullos, de colgar al zarzo las olorosas pencas del tabaco negro; de comer el peto sin sal, el arroz sin la manteca y el empalagoso cuchuco de maíz pelado, se embarca en la difícil pero prometedora empresa del negocio y contrabando del tabaco en socia y por insinuaciones del hombre menos indicado, personaje funesto, el capitán de milicias del Rey don Pedro Antonio Nieto, líder político y gamonal importante de Charalá, sujeto aprovechado y traidor al Común y a Galán. A este individuo a quien venimos siguiendo la pista con mucho cuidado, y a la suma peligrosidad que representa para el candoroso José Antonio, pues poseía sobre el líder una ascendencia que no logramos descifrar todavía, quizás aprovechando en un comienzo de la pobreza de Galán, “y lo demás lo percibió don Pedro Nieto, que fueron sesenta pesos que tenía en casa de don Javier González, tres fusiles con bayonetas y cartucheras, un caballo ensillado; que los fusiles donde estaban era en casa de don Pedro Molina, en Jatativá, y que estos le dieron por razón los había pedido dicho Nieto y mandado para Santafé, y lo demás no sabe si lo mandó ó no”(28).

 

 

-       Vm. caerá en la telaraña.


-       ¿Y donde está la araña?.


-       El lenguaje de amigos y enemigos sirve para distintas alineaciones.


-       Así paga el diablo a quien bien le sirve.


-       ¡Qué recurso le queda al desvalido para no ser oprimido por el poderoso?


-       El derecho a sacudir el yugo es norma incuestionable.


-       Vm.es un obstinado insolente y embustero.


-       Que solo sabe decir desvergüenzas y dicterios.


-       Ya no somos colonos, pero no podemos pronunciar palabras atrevidas sin que nos tachen de insurgentes.


-       Además, el pueblo está cansado de sufrir un gobierno más misterioso que el de los antiguos gobernantes.


-       No es la opinión de un miserable lo que decide la bondad de las justas reclamaciones.


-       Yo solo convido a todo hombre de mediano juicio.


Era un enjambre bastante grande, agrupado en torno a dos ardorosos contendores, bajo una ceiba corpulenta; el uno con la bilis exaltada de un frenético capitán que corta a raso y velloso sin reparar a donde van los palos y el otro un desquiciado demonio, impío y detestable, vigoroso y atrevido.

 

     -      Ningún hombre recibió de la naturaleza el derecho de

            mandar a otros. 

            

     -      El hombre nace libre y la sujeción a un jefe es para

            mejorar su suerte


     -      Aún si son mestizos holgazanes, borrachos y

            desobedientes.


     -    Además que gustan de los bailes, de los juegos de

           naipes, de los gallos de pelea,del robo y de las mujeres.

         

-       Son de por sí, rebeldes, insubordinados y revoltosos.


-       La carcoma de la envidia ronda por aquí.


-       Porque la guerra la tenemos en casa y la pestilencia está llamando a nuestra puerta.


-       Por cada causa, dentro del plan del universo, bien vale la pena perder la vida.


-       Si, porque la España es una perversa nación que nos desprecia con maña y nos manda con alevosía.


-       Es saber que la justicia de la tierra nos ha sido contraria.


-       Muchos de nosotros arruinados en nuestras vidas y nuestras haciendas.


-       Y solo promesas y repulsa para nuestros guanes.


-       Nuestros hermanos menores.


-       Puede ser que la desdicha y la autoridad se canse de perseguirnos.


-       El Imperio, señor capitán, ofrece cada vez mayor estado de pobreza, de miseria, de hambre y de guerras.

 

“Esa noche hubo baile en la parroquia y algazara, con el buen gusto de beber chicha de ojo y aguardiente, tocar tiples, hablar desvergüenzas y pendejadas y oír cantar a las muchachas, con las insolencias de venteras y trapicheros, entre muchachos malcriados, mozas conversadoras, cosecheros y colonos burlones y engreídos, igualmente pobres, arruinados y sufridos.  Ahí lo vemos riendo, entre villanos y malandrines; es casi moreno, no mucho, membrudo, de calzones amplios, sujeto por un cincho por un gran brote de plata virgen, el cinto firmemente ajustado y el machete al flanco izquierdo, algo amistoso, pero jugando siempre con los labios alguna leve sonrisa, seguido de orondos compadres, de su hermano querido Hilario y de algunos amigos y componedores” (29).

 

José Antonio, con un miserable jornal, como simple rompedor de la tierra, día a día ,de seis a seis, de sol a sol, no le permitía sostener a su familia.  De varios hijos pequeños todavía, el último de los cuales apenas si gatea, nacido el lunes veinte de septiembre, día de san Mateo apóstol. “Matheo Joseph. En el Socorro en veintiuno de septiembre de mil setecientos setenta y cinco, yo el mtro. Don Joaquín de Arroyo puse bautismo solemnemente a Matheo Joseph de un día  hijo legítimo de Joseph Antonio Galán y Toribia Verdugo, fue su padrino Francisco Vargas, doy feé. Arroyo” (30).

 

Astuto como era, muy pocas veces se dejaba “ver” por el Socorro, manejando un bajo perfil, pasaba de largo, como cualquier hijo de vecino, con el sombrero gacho.

 

Ante esta situación económica y familiar un tanto caótica y en un acto muy común en su juicio como una forma un poco enfermiza de inmortalidad hacia su feroz independencia y su honestidad vital, la que le da el aliento y la que hace parte suya de su ancestral herencia, “a menudo llega a ser demasiado inquieto y se angustia ante la vida”, (31) lo obligaron a negociar con el capitán Nieto el traficar no solo con tabaco, mulas, aguardiente, sal y hasta fusiles y cartucheras, todo dirigido hacia lugares a los que va a conocer muy bien y muy desarrollados en el ráfago del comercio, el tráfico y el contrabando: Cúcuta, Ambalema, Honda y Mariquita, sobretodo Ambalema, puerto fluvial de primer orden donde se “bodega” todo el tabaco que se envía por grandes botes, río abajo hasta Barranquilla.  Inquieto, hábil e inteligente “va y viene hacia una espinosa zona compuesta por diversas regiones con fuertes economías articuladas que se vinculan casi directamente con el extranjero por el camino real a Santafé y sobre el espinazo de la arteria del río grande de la Magdalena, con ejercicio casi autónomo de poder local, con sus élites de caciques y líderes territoriales  y aún con procesos culturales propios en un espacio con geografía común y una historia comercial y traficantemente compartida”(32). Esto le permitió conocer ruta, caminos, gentes y puertos: Menchiquejo, Vergara, Río Viejo, Zorrilla, Durú, Garrapata, Pita, Lo de Aquino, Guaduas, Mariquita, Honda…..”Señora doña Ignacia Bodega. Muy señora mía: celebra mi cariño que  la salud de vuestra merced sea buena, y la que obtengo ofrezco, a la disposición de vuestra merced, para que me ocupe en lo que mí pequeñez valiere,  que serviré con buena voluntad; y que me encomiende a Dios, que el día que menos piense me tendrá por allá;….. Guaduas y Junio siete de mil setecientos ochenta y uno. M.S.M.”(33). En realidad se trata de doña  Ignacia Roa, mujer de don Joaquín de la Bodega y Llano administrador de la real renta de aguardiente de la villa de Honda.

 

Por otra parte la autoridad virreynal ha prohibido la siembra y cultivo de la semilla del tabaco, creando un malestar creciente, por el inicuo estado de las cosas, acompañado de un inconformismo  y una grave tensión social, abrazados sobre los rumores que cubren por las villas y parroquias sobre el inminente estallido de un volcán revolucionario.

 

-       No olvide vm. que no puede huir impunemente de las preocupaciones sociales, porque mas presto que tarde, será víctima de su propio olvido.

 

“Por quanto, habiendo mi superioridad expedido las providencias conducentes a fin de establecer estanquillos en las dos administraciones de tabacos de la Villa del Socorro y esta capital, para acudir al remedio de las dificultades que objetaron los respectivos administradores para su establecimiento, y a las muchas siembras de tabaco en los territorios prohibidos de esas siembras:….. por tanto acordé librar y libro el presente, y por orden y mando de las justicias de la villa de San Gil luego como en cualquier manera le sea entregado, sin la menor dilación, excusa, réplica ni reparo vean todo su contenido, y en su inteligencia harán publicar bando en aquella villa en día de mayor concurso, previniendo la absoluta prohibición que desde antes de ahora está puesta a todos de sembrar, cosechar y beneficiar tabacos en los parajes no permitidos para las siembras:….comunicando otras iguales a las justicias de Charalá y el Valle, y demás lugares de aquella jurisdicción, en donde no sea permitida la citada siembra, ordenen  y vigilen de su puntual cumplimiento precisa y puntualmente y sin hacer cosa en contrario bajo de la pena de doscientos pesos aplicados en la forma ordinaria”(34).


Y no pasa de una semana que no se produzca un atropello, alguna detención arbitraria, un decomiso de alimentos o de cultivos. Así pasaron varios años en el ir y el devenir por las orillas, merodeando aquí y allá, “en muchos casos es completamente ignorante en cuestiones de la vida de cada día y va errante por todas partes como alma en pena” (35), en transacciones y contrabando, mejorando su suerte un poco, “y que también es cierto que parte del importe de lo dicho era ganado al juego”, (36).  Muy sensible ante el sufrimiento la injusticia y la pobreza, el audaz, valiente y denodado excitaba su codicia con la facilidad con que se entrega el corazón.  Como buen mestizo, entre inquieto y atrevido está enseñado a realizar cualquier cosa, sin presumir siquiera que lo pusieran preso, asi cualquiera puede fácilmente imaginar el posible grado de maldad a que está sometido por su misma naturaleza colmada de vigor y de malicia.  Corajudos y voluntariosos, distinguidos y bien reconocidos dentro de la parroquia eran los hermanos Galán- Zorro. Vestían grueso calzón de manta, corriendo su mala fama de ser díscolos vocingleros y violentos, revoltosos y mujeriegos, permitiéndoles vislumbrar con esos “atributos negativos” no solo los desafíos y las rupturas que asumieron con decisión, sino acentuar el impacto  que sobre una sociedad medrosa y moralista tuvo su opción pionera con la agitación de ideas revolucionarias, como floración de la semilla dolorosamente sembrada por el líder.

 

Ya en la práctica, y con el fin de dar cumplimiento a la disposición del virrey Guirior sobre el malhadado confinamiento de los indios de Oiba y Charalá hacia el pueblo de indios de Chitaraque, el alcalde pedáneo de Charalá, don Remigio Santos Bobadilla, “invitó” a dos individuos de cierto liderazgo y mando dentro de la parroquia para que se encargaran de contratar gentes y cumplir así este cruel mandato: los responsables, un tal Diego de Puelles, y el otro, Juan Verdugo, suegro de Galán. El primero de los cuales, descendiente un tanto lejano de un celoso asesino de indios, Pedro de Puelles, teniente de Ursúa y oscuro soldado rodelero llegado al Nuevo Mundo con las huestes del Licenciado; y el segundo Juan, familiar sanguíneo  del antiguo gobernador de los llanos don Andrés Verdugo y Oquendo, burócrata español, a quien hallamos metido en delicados pleitos con la venta de la vieja reducción de indios denominada “pueblo viejo de la Cusiana”, allá por el año cincuenta y ocho. Y mientras llega  la corrupción con la ignominia  dos viejas aliadas cogidas de la mano, la autoridad charaleña pagara diez pesos, de a diez reales de plata cada uno, por cada indio vivo que le presentaran; ocho pesos por cada cabeza de indio muerto y seis pesos por cada guane que se sometiera libremente a vivir en reducción.  Galán, como líder indiscutible y escudero celosísimo salió presuroso en defensa de los nativos tratando por todos los medios de colocar cortapisa a los abusos y vejámenes por parte de estos desalmados, pajarracos del infierno.  Los guanes quedaban  pues, solo con dos trágicas opciones: o se reintegran a la parroquia a vivir en policía, como sirvientes y como esclavos, aislados y discriminados en su pueblo o prefieren vivir y morir libres como el viento y huidos estar dispuestos a ser cazados como peligrosas alimañas, creando también zonas ariscas de refugio y centros dispersos en conflicto.  Aquí estaba comprometida la dignidad del ser humano y el derecho indiscutible de la vida.  Galán, sin preocuparse en lo más mínimo por el revuelo que causaba, tomó con decisión cartas en el asunto, pues mas que un deseo, es un deber de la conciencia. Entusiasmado, creyendo que el verdadero héroe era el pueblo, puso sobre la mesa la cuestión de los maltratos de los fuertes y los ricos esclavistas; la corrupción rampante de los funcionarios del gobierno que toleran eventos ilícitos con alianzas de las autoridades peninsulares que se hacen de la vista gorda, cohechados por guanemios asesinos.  Hombre de abultada pretina designado por la providencia para el alivio de sus pasados infortunios, se ocupa personalmente de la difícil situación de sus amigos, como Bolívar, años mas tarde lo inculcaba: “los pobres indígenas se hallan en un estado de abatimiento verdaderamente lamentable. Yo pienso hacerles todo el bien posible: primero por el bien de la humanidad y segundo, porque tienen derecho a ello, y últimamente porque hacer el bien no cuesta nada y vale mucho” (37). Aunque fue desolador el primer resultado, se dio el delicado paso, que de por sí abrió las anchas puertas a la realidad de algunos pueblos que reivindican su futuro, explorando experiencias históricas en la lucha social. Mas tarde hubo reclamos y denuncias de los indios sobre cobros indebidos de tributos y despojos de la tierra de labranzas, pero no se hizo justicia, asi todo reclamo fue hecho en vano, de allí nació el inconformismo y más tarde la violencia más funesta. 


De todas maneras los guanes guardan la bien ganada fama de vivir independientes acompañados de algunos hechos incomparables, que hizo que blancos e indios vivieran en permanente zozobra y una situación beligerante.  Los antiguos charalaes aprendieron muy pronto que los elementos básicos en defensa de su vida y libertad son las armas de fuego y los briosos caballos.  El virrey Messía de la Zerda, lo sabía muy bien: “por lo que respecta a hacer la guerra, los he visto manejar un fusil y fatigar un caballo como el mejor europeo, sin olvidar su arma nacional, la flecha. Y estos hombres, se mantienen sin comer ni beber dos y tres días y les satisface abrir en breve instante la tierra con sus manos y beber un sorbo de agua de cualquier calidad que sea, comen raíces de yerba y frutillas silvestres, que unos y otros acabarían con un hombre de los nuestros en pocos días…. Son bárbaros, ladrones cuatreros, dignos de la muerte, sin Dios, sin ley y sin Rey….. son ambiciosos, traidores, vengativos, desconfiados y llenos de abominaciones”(38).

 

En noviembre del año setenta y cuatro, Verdugo y Puelles al mando de una pequeña tropa montonera de atrabilarios y matones “se dejaron ver” en la plaza de Charalá, con talegas de fique a las espaldas que contenían las oscuras cabezas de quince guanes. Sabedor del hecho y airado con la presencia de tanta vecindad, tan rápido como era, Galán se dirigió al lugar donde todos los curiosos se encontraban consternados a la vera de la callejuela, no eran muchos, pues la mayoría se hallaba en misa.  Con su llegada reinó un profundo silencio solo roto por el sonido fúnebre que repetía con doloroso acento los lejanos ecos de la montaña y la voz  congrua del frayle  Villajoyosa, el mejor conventual de la comarca, en la prédica de su sermón dominical, llevando su retórica del infierno al purgatorio, pasando por reales palacios hasta elevarse a lo sublime: “los invito a la unidad, aconsejaba, la conformidad, la regularidad, el temor a la justicia del Rey y el respeto a sus autoridades, comulgando una a una con todas sus sagradas decisiones.  Me preocupa que se relajen las costumbres de unos pocos revoltosos que inculcan cosas vanas e inducen a cometer desobediencias y hechos atentatorios a la majestad del soberano. Aún osan responder del otro lado del tabique y todavía con braveza se profana, se insulta y se pervierte todo. Que vaya anatema a todo ello” (39). Levantose, de pronto de entre la gente chismosa del evento la voz de una gruesa mujer que susurraba: el diablo cantará en su entierro, habiendose reído de ello toda la canalla.  Arrebatado de mucho acaloramiento, respiraba con violencia, se tocaba la cintura de la que empretinaba atrás un largo y filoso puñal, los ojos desorbitados y el ceño fruncido, revelando la furia que lo invadía. La brisa siempre altanera del alma del charaleño, el aire autentico de su vigoroso espíritu humanista, abriendo horizontes insospechados de rebelión ante la injusticia y el crimen, ofrece muestras claras de su integridad personal y su riesgosa serenidad en tiempos tan borrascosos. Hombre de pelo en pecho, rudo y violento, jamás se amilana ante el injusto y el cobarde, lo desafía con su recia y arrolladora personalidad con el valor y la energía desacostumbrados en una sociedad henchida de temeroso respeto, akilatado miedo y acatamiento casi servil a la autoridad superior.

 

Digiriéndose a los cazadores:


-¿ Así te burlas de un pueblo que sabe como hacerse respetar?.


- Fueron casados con la miel y el aderezo.


- Con la hiel y el sieso, dirás, maldito servilón.


- Eres poco tolerante.


-  No hay excusa para el crimen alevoso.


- Me aprieta vm. y me expone a una fatídica venganza


- No se atore y suelte el gallo.


- En boca cerrada no entran las moscas.


- Entraran  ellas, cuando estés bien muerto y por mi mano.


-Eso lo dirá el jefe de la caza, para prever si ella fue un éxito o     fracaso.


- No hay más que un firme acatamiento a lo ordenado por el alcalde Santos.

 

Taciturno, recorría con sus ojos el corto panorama, acompañado ya de una tropilla de vecinos, moviéndose inquieto como ganado importunado por la mosca, mientras desde una escueta rendija de una ventana de la casa de gobierno lo observa  interesado el alcalde Bobadilla. Es todo un semental, cuchichean en secreto las mujeres.

 

-       Están todos embromados.


-       El que está por debajo no tiene libertad, ni siquiera para hablar paso ni quedo, perro indio so ladrón.


-       ¿Quieres ver como le compongo el bulto?


-       Pues, aprieten la clavija hasta donde puedan, que a cada puerco le llega su san Valentín.


-       Los perros cazadores se callaron.


-       Si, quedaron persuadidos de su crimen.


Y aquí fue Troya. Se formó enseguida una gresca y un tumulto multiforme de los mil demonios. Echando pestes y reniegos quedaron varios tendidos en el piso, algunos zambos y pintados que corren y que gritan, los indios quedos y tranquilos y los blancos y mestizos que se escudan en el templo. El descontento popular al fin tomó ciertos aires de asonada y de sublevación organizada por las gentes bajas de la poblazón. En actitud maquiavélica los jefes guanemios se retiraron prontamente sin tener el coraje suficiente para rebatir la criminal acción; tan ciegos estaban y tan confiados en su prepotente posición. Es tal el estado de alarma del gobierno local, sin tener guardas suficientes en número para repeler cualquier eventual agresión que se intentase por parte de la plebe. “es de tanta gravedad que ni aún confiarlo puedo al sigilo de una esquela.” (40).


La tradición oral,  como así siempre así lo hace, acabó de adobar el trágico suceso comentando que el tan trinado primer acto dio como resultas la muerte de dos compinches de Verdugo: El “Ripios y el Ortiga”, dos pájaros de mucha cuenta y de los más exaltados, embestidos, según se supo, por Galán. No obstante, las declaraciones de algún godo rico, quien asegura: “que son solo labradores humildes que llevan por certificado de buena conducta un garrote de guayacán, un viejo tiple a las costillas y una mujer detrás; sino que algunos son cavilosos y astutos para llevar adelante sus venganzas, pero como corren tiempos tan difíciles en que no se puede hablar ni callarse so pena de perder la vida” (41). Y como sucedía con otros actos bochornosos nada se hizo por investigar los hechos, solamente fueron catalogados como oscuros episodios, como disturbios de poca nimiedad, promovidos por indios y tunantes sospechosamente borrachos que solamente piensan en divertirse, terminando heridos o trágicamente fallecidos. Por otro lado, se necesita de mucha sonrisa en los labios y la gravedad de Maquiavelo para poder sujetar a estas turbas sin cultura.  El alcalde Remigio, para cubrir sus apariencias inició de oficio la rápida y profunda investigación de los hechos, llamando a los testigos y encausando a Galán como motor del bochinche.  Demandado civil y criminalmente por tumulto, muertes, alevosía, heridas y maltratamientos, conspiración expresada en palabras de grueso calibre, improperios y otros cargos más, mediante testimonios  amañados, dentro de la pieza del proceso. Por otra parte se le formaron causas secretas de desafección al régimen como prueba fehaciente para “echarle el guante” tan pronto ocurriese otro motín.  La medida era insidiosa, además, pero nada detenía a la medrosa autoridad puesta en el camino de las arbitrariedades.

 

Sin darse por notificado, emprendió las de villadiego, siendo el filo de la madrugada, tomando el camino trillado de la montaña de San José. Ninguno como él, sintió más hondamente en su corazón los dolores, el sufrimiento, las necesidades y sobretodo la humillación a su pueblo y a sus queridos familiares, los guanes, aclarando los pasajes que el paso del tiempo ha hecho borrosos, en medio de un silencio escalofriante, abocado a un sepulcro toda la tragedia de una raza mestiza, íntimo albergue de José Antonio. Nada ha  podido inquietarlo hasta ahora, pues parece tocado de eternidad, revaluando una vez más, de cómo su liderazgo social y político se apoya sobre todo en la creación de redes  de solidaridad local y en elementos de prestigio popular, no en los pasillos  de decisión  o  los corredores económicos como se fabula con mucha frecuencia y que las masas de los pueblos étnicamente oprimidos al reducto, si se pueden movilizar contra las estructuras arcaicas que los sujetan. No obstante la vigilia es primordial,  pues los pueblos como sujetos pasivos de la historia, si bien muy pronto  se avivan y se alistan galopantes para defender los objetivos próximos, muy pronto se olvidan de sus caros deberes, decayendo su genético ánimo para entregarse otra vez como damiselas desmayadas en los brazos amables de politiqueros y opresores de turno.

 

Galán no tuvo ninguna necesidad de forzar alguna cerrada puerta legal, pues todas estaban abiertas de par en par para cumplir  los objetos de su  destino. 

 

 

-       Es harto peligroso, podríamos descender súbitamente a extremos inauditos.


Dijo Hilario, su hermano mayor, nacido allá por el treinta y nueve. Mas alto y más fornido, quien se hallaba recién casado: “Hilario Josef. Feliciana. En la villa del Socorro el veintiséis de Junio de setecientos setenta y cinco años, con licencia del propio párroco, asistí al matrimonio que celebraron Hilario Josef Galán y Feliciana Sandoval, y en el mismo día recibieron las bendiciones. Fueron testigos Narciso Martín, Salvador de Lamo y otros muchos. Doy feé . A. García” (42). No le quitemos el ojo travieso a este Martín de Simacota y sobretodo a don Salvador de Lamo, hombre cojonudo, chispero y organizador de las alteraciones de marzo y abril con otros muchos” amigos, aquí en el Socorro, donde también fue bautizado otro hijo de Hilario: “Juan. En el Socorro a veinte, y seis de octubre de setenta y ocho el Mtro. Dn. Joaquín Ortiz bautizó, puso óleo y puso chrisma a Juan de edad de tres días hijo legítimo de Hilario Galán y Feliciana Sandoval. Abuelos paternos y maternos no supieron porque los padrinos no volvieron a dar cuenta. Dr. don Francisco de Vargas” (43). El ojo de buen cubero no perderá de vista tampoco, al dr. don. Francisco de Vargas, sacerdote amigo, espía y confidente generoso de los comuneros del Socorro, de quien decía agriamente el Arzobispo, “de un pastor que habiendo abandonado su grey, se entretiene en miras políticas tan perjudiciales a la seguridad, como ajenas a su sagrado ministerio”. Pero razón si tuvo el padre Vargas al escribir en la partida “que los padrinos” ni por la enjalma volvieron. Imaginamos la francachela tumultuosa y de muchos días,  formada por tan numeroso séquito de padrinos y compadres revoltosos, con José Antonio y el buen padre Francisco como invitados especiales, suponemos bien.


-       Es menester hacerlo. Es nuestro sagrado deber cumplir con nuestra madre. No olvidemos querido hermano, que ella es Zorro, como nosotros lo somos.


-       Dirá el cura que solo fomentamos el escándalo y la convulsión.


-       Son solo temores que no tienen fundamento alguno.


-       Por el amor se ofrecen hechos que después no reparamos.


Habían caminado cinco leguas y el peligro inminente ya ha pasado, solo quedan ahora pendientes las dificultades de la vida primaria en estos sitios, donde la fuerza de la todavía selva virgen, el paisaje subyugado por ríos y quebradas tormentosas que corren desenfrenadas, donde la jungla devora y los ríos ahogan en una selva impenetrable y densa de clima tropical, donde solo quedan leyendas, cuentos fantásticos de espíritus, de animales extraños y costumbres nacidas de este ambiente donde los curanderos indios y mohanes tienen la última palabra.


-       Lo seguiré hasta donde vm. lo tenga  a bien. Solo dependo de su única voluntad.


-       Si hermano, esas son gratas palabras de suma confianza y cariñosa costumbre, que brotan  del corazón.


Mientras comen  del fiambre del camino, fuman un oloroso tabaco, acompañado de unas arepas temblorosas y de una oscura panela.


No obstante estos pueblos ardorosos siguen esperando en el momento menos pensado un esporádico ataque indio anunciado por toda clase de rumores de colonos y mestizos. Mientras tanto, allá arriba, los guanes que no solo han aprendido de los blancos las estratagemas del asalto sino que se han mezclado bastante con ellos dividen sus famélicas escuadras para poder defenderse de los guanemios. Ya poseen algunas armas de fuego adquiridas desde Venezuela a los contrabandistas ingleses (44) y holandeses y muchas veces de los mismos españoles permitiendo con ello fortalecerse, atacar e incendiar una que otra aldea de la zona.  Este interminable conflicto, como tantos otros, demostraron que desde el momento mismo de la conquista con Ursúa, los advenedizos trataron de domeñar la región para evitar el crecimiento y la expansión del comercio del contrabando inglés. A veces trataron de sujetarlos con la fuerza de las armas, mientras en otros momentos se dieron situaciones de convivencia pacífica e intercambio comercial que produjeron como fruto un amplio proceso de mestizaje. Sin embargo, su débil estructura social basada en clanes o familias dependientes de un sistema centralizado casi vago, hizo muy fácil que fueran sujetados dominando a su cacique principal.  Su resistencia, fue en un comienzo muy costosa en vidas . La lenta pero pertinaz pérdida de sus mejores tierras los dejó muy vulnerables a las sequías y a las enfermedades que les produjeron hombrunas y muertes especialmente de niños lactantes.  Los extranjeros continúan avanzando a nombre de la civilización y de la religión, negándoles su derecho a vivir según su cultura y sus viejas tradiciones, en un medio caracterizado por el contrabando desde Cúcuta, la creciente invasión de colonos blancos y el mestizaje galopante.

 

Pasaron muchos meses, tal vez dieciocho, cuando su suegro, entrando a la tierra guane con excursión belicista trajo al poblado más cabezas de indios. No sabría cuantas informar. De ello quedó sustanciado el alcalde Santos, sin inmutarse siquiera. Las pasiones retenidas y, los instintos belicosos de los mestizos, estallaron como un reguero de pólvora.  Los de la plazuela regresaron al desorden y los cosecheros al frente de Galán atizaron el fuego,  cundiendo el vandalismo por todos los poros del pequeño terruño y la violencia prosperando abrasadora. Ya no era una tímida insinuación de desacato a hipócritas revelaciones sino la vigorosa novedad y la fresca rebeldía al crimen culposo, aleve y premeditado de unos cuantos asesinos protegidos por la superior autoridad. La vida da sorpresas, pero esta era previsible, porque ya existían antecedentes alarmantes que nadie quiso convenir.


-       Todo está sacudido y violentado.


-       Es necesario proceder con cautela y con urgencia.


-       Son golpes del  infortunio que España no perdona.


-       Cada prisa trae su despacio.


-       Es necesario interpelar su presencia en el lugar.


-       Es de la mayor urgencia aplicar la ley.


-       La autoridad y la justicia también solicitan el amparo de las armas, de las cuales se carece aquí.


-       El enemigo es numeroso.


-       Más que eso, es una serpiente con tres cabezas.


-       “El Fijo” vendrá a imponer el orden.


-       Llegará demasiado tarde.


-       Allá va Galán.


-       Es un malvado.


-       Es el hombre más vil que conocen por aquí.


-       Esa gente que corre por allí es curtiembre espantadiza que cuenta mil mentiras, tanto más, cuanto su placer es traer malas noticias.


-       ¿Con qué fines y por qué motivos se emprendió y se  ejecutó la facción?


-        Por algunos indios muertos.


-       Bobadilla es un jumento.


-       Vuestra señoría ha de hacer abrir los ojos a este pueblo que lastimosamente ha sido seducido por un gañan.


-       Son muchos los patanes.


-       Hay que utilizar con ellos los azotes, el cepo o la cárcel.


-       Ya se han replegado hacia la casa de gobierno.


-         Los seduce un hombre sin camisa.


-       Y ruedan por su pecho ríos de sudor.


-       Es el tal Galán.


-       El deber es alejarlo para quitarle pretextos engañosos.


-       O para matarlo a pesadumbres.


-       Dicen que anda amancebado con la Amanecer Fernández. (45)


-       Son chismes de damiselas y rejeras.


-       Mucho sentiré su ausencia.


-       Es muy grave la doble  moral de muchas.


-       Son vicios que hay que corregir.


-       Este es un lugar extraño, tan irreverente como ingrato.


-       Pero honrado y laborioso como pocos.


-       Es preciso confesarlo así.


-       Dejando correr adelante este abuso criminal.


-       Los odios y rencores se extenderán hasta el cementerio.


-       Desgraciadamente las preocupaciones se resisten aquí como en cualquier parte.


-       Lo estoy viendo con mis ojos y no puedo revocarlo a duda.


-       Entonces las cosas irán de otro modo.


Por fin llegó la enorme turba al despacho de la autoridad. Siempre quise conocer de cerca a un alcalde: quien tiene el poder en sus manos para quitar ó poner la vida y las haciendas nuestras. De una manera casi irónica se reviven con tristeza de los fantasmas como este incómodo personaje, quien sin embargo y por haber recibido su alta investidura podría resolver, en medio de su melancólico aburrimiento y tener algunas abúlicas actuaciones y en tal caso producir conflictos innecesarios e inconcientes a la salud de la parroquia. Viste un par de sandalias, pantalón y camisa anchos, y adornada su autoridad con una banda ancha de color rojo, amarrada alrededor de su cintura y, el bastón de su cargo en la mano elegante con cabeza plateada. Acostumbra a juzgar de pié, sin tribunal, las causa leves o pleitos sin sustancia. Atrevido y voluntarioso, era manso en la quietud, pero nunca fue piadoso. Los aduladores, de su pequeña corte herodiana, que lo rodeaban, sonreían con un aire de burla y de desprecio al aparecer en la portada la figura sudorosa del rebelde, jefe de la asonada.


-       El gobierno español que yo me enorgullezco de presidir en Charalá, siempre tenderá la mano noble y generosa, siempre invocará una oración y una lágrima para las víctimas de la ilusión funesta y del virus perturbador y engañoso como lo es el de la igualdad, sin embargo, no puedo menos de reconocer que en el inflexible cumplimiento de la ley y de la obediencia está la salvaguardia del orden y del feliz florecimiento del Imperio.


-       Imperio de la mierda, señor Remigio.


-       Infamia es. El respeto obliga.


-       Exigimos que la autoridad tenga más respeto y tolerancia por el pueblo.


-       Pero dices que son bandas de rufianes.


-       No ponga  vm.  palabras en mi boca.


-       Entonces, cuida tu boca muchacho.


-       Nos roban hasta la dignidad de vivir.


-       La emancipación del indio, ciertamente es un hecho fatal.


-       Fatal es la muerte, y toda la vida se construye en un sobrehumano esfuerzo para alejarla de nosotros.


Su semblante se arrugó con gesto ambiguo y fatalista.


-       Exigimos señor alcalde, que se instruya un largo proceso contra los asesinos de los guanes.


Fue un instante, una eterna chispa de solidaridad.


-       Eso rezan los carteles


-       En todo caso, si usía procediese con justicia y brevedad...


-       La recta aplicación de la justicia es la norma de mi conducta.


-       Pero no parece recta, sino chueca la justicia.


-       Denúncielos y se aplicará la ley.


-       Es capitán de milicias del Rey, que se precia mucho de haber cortado hartas cabezas de indios.


-       ¿Y el otro?


-       El otro, es mi suegro, padre de mi mujer.


-       Si hay ponzoña que los dos reventemos. El señor san Pedro y su celeste cofradía me sean testigos.


-       Su señoría los conoce de sobra, pues los ha enviado a cazar, pagándoles  sus  crímenes.


-       La tan mentada maldad india se confirma una vez más.


-       No es posible imaginar siquiera que el indio y el mestizo oscuro sean dueños de la tierra, aberración sería que no puede prevalecer en ánimos bien intencionados.


-       Solamente pido  una respuesta.


-       Usted la pide o la impone.


Usía no le dilate la entrevista, le cogería ventaja y delantera, le habían advertido a Bobadilla.


-       Mi admiración crece cuando le escucho.


-       Verdadera desgracia es esto para todos.


-       Perdonará usted que no lo acoja por más tiempo, pues necesito dél para otras obligaciones, impuestas por mi empleo.


  Y al cruzar el estrado donde las gruesas esteras de chingalé apagan el suave rumor de sus cortas zancadas, experimentando de paso todo el desprecio por Galán, sin perder del rostro sus avinagrados gestos. Mientras allá a lo lejos, en la cumbre del ocaso, sobre la cuchilla del Oiba, encienden  los arreboles de fantásticas figuras coloniales el grito bélico del gran Charalá: el que no la ha hecho la hará.


Y como todo funcionario irresponsable y corrupto escurre el bulto por la puerta de atrás para evadir la responsabilidad que lo obliga. Así lo hizo este alcalde de marras , poniendo los pies en polvorosa, saltando tapias y cobertizos, logrando aparecer en una callejuela con la intentona de hacer “junta de gentes” para sostener su menguada autoridad. Se asomó luego, hacia algunas bocacalles llamando a los vecinos, pero nadie vino en su auxilio y, hallándose solo y perdido, comprobando para sí el riesgo de perder la vida; poco a poco se fue extraviando inopinadamente hacia la casa del cura, amigo y confidente suyo. La gruesa turbamulta rodeaba en ese momento la manzana, con el secreto designio de sacarlo ignominiosamente de la localidad, montado en el cansado burro carguero de Patrocinio, a cuyo efecto lo tenían ya preparado con un apero de cargar leña y, hacerlo aparecer como un rey de burlas. Ya viendo los revoltosos que habían errado el golpe contra el mandatario se contentaron con expropiarle algunos libros viejos de leyes, bebiéndose todo el aguardiente que tenía decomisado y quemando los papeles del archivo y documentos que tuvieran  relación con el proceso seguido al joven revoltoso. El pírrico triunfo fue celebrado con algazaras y muestras profundas de sumo placer, gritando por las calles adyacentes. Admiración y comidilla era observar como un grupo  fuerte de presión pudo volcar energúmeno todo el andamiaje burocrático de la parroquia. Algunos se cruzan fumando tabaco y caminando con cierto aire de liviandad y burguesía. Los mercachifes ya llenan la calle de vocerías y frases vulgares. Los tenderetes abiertos al parroquiano expanden el delicioso olor de la chicha calentana y el envolvente aroma del puerco asado en los brazos del carbón. Al final de la tarde, solo se observa uno que otro borracho, día de mercado y  un corrillo de vecinos por los amplios corredores del cabildo.


El arisco Galán, sin importarle que camino tomaba su proceso, enrumbó los senderos de la montaña, en compañía de familiares suyos, entre ellos su hermana menor, Napo, hacía la garantía de los bosques interminables de la cordillera, lugar y habitación de sus entrañables hermanos los guanes, únicos amigos fieles, quienes lo eligieron, como cosa rara en ellos, como jefe suyo. No obstante el joven héroe de su pueblo, es víctima de hondos y profundos sufrimientos por su familia, especialmente por su padre Manuel, a quien había dejado convaleciente allá en su pueblo de un tabardillo; y por Toribia, su ingrata mujer, culpable de traición infame y aleve al aliarse soterradamente  con los Verdugo, y sobre todo con su padre Juan, quienes  preparan  con traición y felonía un plan maestro para perderlo. Nadie mas conoce, solo Dios, que sondea el corazón humano, sabe de su recto proceder. Quizás su único pecado es de oponerse con tenacidad, aún con la violencia y con la furia de sus brazos a los dos o tres más importantes cazadores de cabezas de la región. Al asomar al cerro de los conejos, observaron el sitio de la parroquia en donde se hacían sobresalientes sus casas blancas, de zócalos brillantes y por sus techumbres de palmiche. La  fuga estaba emprendida y ya no quedaba otro recurso que caminar antes que anocheciese  y los guardas le echasen mano antes de que llegara al poblado indio. Andan  callados y una mula suelta sin jinete.

 

-       Encomiéndeme a Dios comadre Paula, que es lo más importante.


Una lágrima  voló por sus brillantes mejillas, color moro, mientras se agarraba con firmeza al cabestro. Al fin se perdió en los vericuetos del delgado camino, como sombra redentora.

 

Si pobre es la herencia material del guane, su herencia cultural es todo lo contrario, pues impone una obligación básica: El derecho a la protección o el asilo y el de la hospitalidad. Se obligan ellos a recibir, alimentar y proteger a quienes llegan al pueblo de indios. Ya unido al grupo con carácter de cierta permanencia, digamos, durante una huída como el caso de Galán, inmediatamente se le considera un forastero miembro del clan.

 

-       Y para ti el maíz que hincha su grano, jefe altanero de la espigada tribu.


-       Nosotros le ofrecemos en honor a la hospitalidad, que por aquí no lo hallará nadie y si es menester lo pondremos mas adentro del arcabuco, a donde no penetra ni el baquiano más agudo de la comarca.


-       Muchas gracias jefe Neco, pero yo estoy dispuesto a salir a enfrentar a mis enemigos, el esconderme es darles ocasión a que tomen la delantera y prosigan sus hechos delictivos en contra mía y del pueblo guane. De mi vida y de mis hechos son testigos todos.

 

Aceptó el líder, con agrado, una estera limpia tejida de fique y una hamaca socorrana. No había a su alrededor ni tinaja de agua  zarca  para beber, ni piedra de moler, ni ollas, ni platos. Solo un chorote de agua de malvas, le ofrecieron.

 

-       Conmigo no se mete la justicia. No hay quien oprima mi libertad, ni quien me haga sufrir, porque mi tierra  no es lugar de esclavos.


Los rostros a su alrededor eran morenos y sonrientes, agraciados indios de Morcote y sus cercanías. Están callados, oyendo sus palabras y con los ojos fijos a orillas de la labranza.  Al poco tiempo de estar con ellos, Galán ya ocupa una situación extremadamente ventajosa entre los guanes debido a sus múltiples experiencias personales con su cultura, hablando y comprendiendo en grado mínimo su lengua.  Algunos principales y comerciantes, hombres pudientes, por supuesto, prefieren tratar los asuntos indios con el charaleño como líder representativo del clan indio regional. Hablar con otro es debilitar la posición y sufrir el riesgo de perder el apoyo popular. Y a medida que aumentaba su reputación de “jefe” atraía parientes y familiares indios hacia el poblado y su poder crecía como la espuma. Charalá, como población activa y relativamente poblada depende cada día más del líder, como su agente ante la indiada como participación de grupo con la economía agrícola y de mercado semanal. Entre los guanes, ordinariamente gregarios y sedentarios, las jefaturas eran efectivas solamente por tiempos prolongados cuando los otros miembros de la etnia no fueran capaces de negociar por ellos mismos. 


Pero seguía siendo la piedra en el zapato de los cazadores, porque los enredos del mundo meten al más santo en los calderos del infierno.  Puelles y sus secuaces trataron de penetrar a las tierras sagradas para traer más piezas, pero fueron rechazados y sufrieron siempre estruendosas derrotas, volviendo siempre a la parroquia con el rabo entre las piernas. Por ello resolvieron  idear una estrategia definitiva que les permitiera alejarlo para siempre del lado de los indios y eliminarlo para siempre de la región, pues el negocio no marchaba al dedillo y los guanes cada día se crecían en número y soberbia.  Corrieron el rumor en la montaña que don Manuel se hallaba enfermo y grave implorando que su hijo muy amado se hallara en cabecera para partir tranquilo al reino de los cielos. Prepararon muy bien la celada junto con Santos Bobadilla para que todo se hiciera con el manto protector del orden y la ley. Y aunque Galán se precia de “buena imaginación, inspiración y capaz de hacer grandes sacrificios personales, le falta esa capacidad práctica para intuir la jugada sucia y el artificio trapero de los enemigos. Apropiado de una mentalidad misteriosa y desconcertante tiene el defecto de la duda y se deja influir y embaucar por los argumentos” (46). El, que jactancioso jamás se doblega ante la injusticia, y casi siempre sometido a los embates del infortunio, tiene audacia y atrevimiento, pero calcula mal y  no prevé la reacción de los inicuos. Ya muy pronto irá a adquirir en Santafé y Cartagena la vivacidad y la experiencia apropiadas para trajinar con las verdaderas serpientes que se arrastran en el ancho mundo de la política y de la convulsión social próxima a parir en el Socorro.

 

-       Ya hay noticias ciertas que hoy brincará de la sierra.


-       Lo atalayamos cuando baje del caney de los aliños.


-       Es más fácil prenderlo por la vuelta de las margaritas.


-       Es mejor emboscarlo por el lado  del  zanjón.


Con los primeros destellos de la mañana,  se sentaron junto al pie de un brasero, acompañados de peones esforzados y diestros y un negro riguroso, que parecía muy amigo de la esclavitud.  Venía solitario y rápido. Es mejor caminar solo que mal acompañado, barrunta para sí. Se vino por el arrabal y se entró por el portillo del corral y a distancia de media cuadra lo sorprendió un piquete de ocho sujetos que saltó de entre las matas de la orilla del camino y  sin tener el tiempo justo para sacar su puñal fue atacado con deshonra y atado de los lagartos con un rejo de enlazar,  conducido por el camino público y llevado hacia la cárcel del común. Va sin sombrero,  sin un alpargate y desgarrada su ropa. No oye  las voces de los esbirros, ni el crujido de las armas, ni el tropel de las bestias o la gente, solo le asaltaba la idea pavorosa de su desdicha. Y la cándida Paula, la inocente Paula que exclamaba a grito entero:

 

-       Qué hazaña, traer entre ocho sayones a un hombre solo y amarrado como un cordero: cobardes, tiranos, infames.  Que no dilata una revolución en que los chapetones y los beatos vengan a quedar por debajo.


-       Pícaros, lo conducen como a un salteador de caminos, porque les hace el contrapeso para que no sigan chupando la sangre de los indios.


El preso ha llegado a la cárcel y la madre de Galán no cesa de insultar a sus perseguidores.  Le echaron el cerrojo, recomendando  su custodia a un capitán de guardas y seis hombres que envió el corregidor de forajidos con la providencia de remitir el reo con todo su asunto procesal hacia la capital del reyno.

 

-       Se le ha vuelto su Cristo de espaldas.


-       Yo soy la carne y usted el cuchillo, alcalde, corte como mejor le parezca.


-       Hay indicios graves. Yo pido que se le detenga, mientras se pone una posta al Socorro dando cuenta de su captura.


-       Todo se ha hecho a las escondidas y engañando a los testigos.


-       Permanezca preso el acusado.


-       Permanecerá en la cárcel como reo prófugo que es, convicto de horrendos delitos cometidos en esta tierra.


-       Se le ha levantado una sumaria sumamente gravosa.


-       A fuerza de persecuciones y de alborotos se ha hecho una víctima parroquial.


-       Pase usted, señor Galán.


Esparce el bobadilla, sobre sus labios apretados una sonrisa entre lenta y maligna, entre diplomática y grave.

 

-       Había yo dicho, si mal no recuerdo que el indio y el mestizo dueño de la tierra es una utopía imposible de practicar y peligrosa para el Reyno.


-       Otra vez la burra al trigo.


-       Qué dices?.


-       Es volver a llover sobre lo mojado

.

-       Entiendo.


-       ¿Qué remedio hay? No he podido sujetarlo a usted ni con ofertas, ni con amenazas, ni con documentos, ni con guardas, ni gendarmería.


-       La sociedad no es un trapiche.


-       A  quejarse  ante las piedras.


-       No puede darse una cosa más injusta que quitarle a los pueblos la libertad de chistar, de escribir o de leer sobre los objetos que más importan a su felicidad.


-       Todas ellas son aberraciones del demonio.


-       La  tiranía que corre es cada día más insoportable.


-       ¿Con ello justifica la aparente aberración de su conducta?.


-       Con ello creo haber disipado toda sospecha referente a mi  persona

.

-       Las leyes deben prevenir los delitos y cuando los malvados amenazan la legitimidad  la vida y la quietud de la gente pacífica, no queda otro recurso.


-       La ley, señor Remigio, es la expresión de la voluntad popular, ella debe ser igual para todos, sea que proteja, sea que castigue.


-       No se puede favorecer a los perversos con la indiferencia, es menester proteger a los inocentes con el auxilio de la fuerza.  Y es con el poder de la fuerza cuando ya no queda otro remedio.  El corazón del hombre es de por sí inclinado a hacer el mal. La reprensión de los malos es la única garantía que tienen las gentes débiles y virtuosas.


-       Es triste la suerte de esta parroquia, rezongaba al oído del alcalde el cura Jacinto Joseph,47 pero yo tengo la fe puesta en la esperanza que con nuestros ruegos el Señor mirará con ojos benignos a su dilatada grey.  José Antonio irá varios años a presidio en Cartagena, y mientras tanto la parroquia gozará de la quietud perfecta.


-       Irá a galeras o sometido como cualquier recluta a la disciplina del cuartel y a la intensa instrucción militar.

 

Inteligente como era, indudablemente entendió la dolorosa transición que lo obligaba a soportar. De una altivez rayana en el desafío como quien tiene de su parte la fuerza y el derecho aceptó el desprecio de los pocos blancos que pronto lo olvidaron y el odio de la mayoría de mestizos que nunca lo quisieron.  Indeseable en su parroquia, él bien supo, que nadie es profeta en su tierra.  Previendo algún alboroto grueso para liberarlo de la cárcel, Galán fue remitido a los dos días, con una fuerte escolta, con su proceso a bordo por la vía rápida a Santa fe sin demorarse en pueblo alguno. 


Seguro quedose Bobadilla en Charalá, satisfecho del deber cumplido y de haber resuelto la suerte de tan incómodo personaje que tanto le quitaba el sueño.  A este acucioso funcionario, esbirro inconfensable de la Corona, lo hallamos treinta y seis años después de estos hechos, como gobernador de Casanare.  Allí mismo, y en aquel mismo instante lo encontramos asociado a aquel antiguo capitán de milicias de Charalá, “amigo y ascendiente” de José Antonio Galán, que como el  traidor Judas le jugó una mala pasada a su antiguo pupilo de negocios del tabaco y aventuras comuneras.  Este ambiguo y avivato personaje el impajaritable Pedro Antonio Nieto, capitán comunero de apariencia, secretario de Berbeo, consultor - redactor de las capitulaciones en Zipaquirá y traidor como casi todos los capitanes de la insurrección. Mucho han progresado estos dos pícaros infames; tanto el primero como gobernador y el segundo como abogado de la Gracia, Justicia y Gobierno de la Corona llevaron al patíbulo a dos jóvenes patriotas socorranos: José María Rosillo y Vicente Cadena en la plaza de Pore.


El líder charaleño entregado en la capital al sanedrín de la Real Audiencia y esta, abocando el caso, lo despachó con proceso y todo al Oidor decano de la causa don Antonio Mon y Velarde.  Iniciado el juicio, fuéle asignado para defenderlo el bogado de oficio, el criollo dr. don Sebastián de la  Serna. Los datos incoados al proceso  y aportados por muchos documentos se hallan dispersos a lo largo de demandas y testimonios, además de la descripción de los hechos, incluye la declaración de los testigos y finaliza con un auto resolutorio de sentencia.  “Un Josef Galán, tan pícaro que fue desterrado a las fábricas de Cartagena por nueve años” (48).

 

El dieciséis de Junio del setenta y nueve, el señor Diaz de Rivera conde de Almodóvar, embajador de España ante el gobierno británico, entregó a este, por orden de su majestad el rey Carlos III de Borbón “una declaración de guerra”, y se retiró “disgustadísimo” de aquella Corte.  Por regla general los reyes y gobernantes de roja sangre azul, sin un real en la bolsa oficial, obnubilados por el poder y enceguecidos de prepotente orgullo cortesano, nunca producen nada útil en la vida.  Genéticamente nacen inservibles. Las grandes decisiones de estado las toman sus primeros ministros y delegatarios diplomáticos, considerando al resto de los mortales como gente vil estúpida y fácil a  la engañifa mas sutil. “Que en los empleos de primera, segunda y tercera plana hallan de ser antepuestos y privilegiados los nacionales de esta América a los europeos, por cuanto diariamente manifiestan la antipatía que contra las gentes de acá conservan, sin que baste a conciliarles correspondida libertad, pues están creyendo ignorantemente que ellos son los amos y los americanos todos, sin distinción, sus inferiores criados (49).


Acostumbran como sana política de Estado el declarar la guerra santa a cualquier país amigo, y si es vecino mucho mejor, imaginando ficticias ojerizas fronterizas, maniobras soterradas, subterfugios, fricciones parroquiales y escandalosas parodias trasnochadas para captar y atraer la atención y admiración de los incautos pueblos hacia insospechados derroteros y poder expandir así las nebulosas cortinas de humo –que hacen sonreír a los ilustrados-, y libres las manos exigir exacciones y tributos exorbitantes a sus súbditos, crearles nuevos impuestos, solicitarle graciosas contribuciones como sostén de la guerra, acompañados de la consabida corrupción rampante ,de la rebatiña al erario publico, los peculados, las comisiones por debajo del mantel,  los cohechos y las felonías sin sonrojo alguno.  Todo ellos para su propio beneficio y de paso tapar los huecos fiscales y déficits de la bolsa real, mientras el pobre, el infeliz pueblo se debate entre los chismes ,la algazara, los nacionalismos pingos, la pólvora, las campanas y, tristemente ocupado en estos santos menesteres, no se percata, que le están metiendo gato por liebre. “Qué novísimamente se ha pregonado una real orden, por la cual pide S.M. que cada persona blanca le contribuya con dos pesos, y los indios, negros y mulatos con un peso, expresando en ella ser este el primer pecho a contribución que se halla impuesto; y siendo tantos con los que nos han oprimido, no parece de ningún modo compatible esta expresión, por lo que en el todos nos denegamos a ella” (50).


De los tantos eventos que registran las páginas tormentosas del tiempo es ésta la que nos ocupa: agitación en las altas esferas cortesanas, mensajes presurosos que van y vienen; un tropel de áulicos personajes y emperifollados funcionarios que gritan desafueros con  denuestos y la alta diplomacia que urge la presencia inútil del primer ministro quien llama urgente a la cordura y a la resolución de los conflictos por la vía sosegada del diálogo fraterno entre naciones históricamente confederadas para derrotar al turco; de la intensa búsqueda de patrones de convivencia pacífica y mutuo respeto de los países a su propia iniciativa y, toda la pantomima que conlleva recorrer los grises velos presurosos del humo y de la niebla que se ciernen sobre san Lorenzo del Escorial y el inexpugnable  palacio de Buckingham.  Tal  fue el caso de don Carlos de Borbón y su favorito don José de Gálvez, orondo marqués de Sonora, amo del despotismo ilustrado en América, quienes dieron comienzo a la aplicación práctica del método más vergonzoso que recuerde nuestra memoria, insultando y pisoteando  con elegante solemnidad los más elementales derechos humanos y la implantación ramplona de la injusticia mas insidiosa y supina concebida por mentes enfermizas, miopes y absolutistas sin ningún ápice de compasión, atrincherados tras el pernicioso sofisma, “todo por el pueblo, pero sin el pueblo”. Lerdo y narigón como era, demasiado tarde se percató suspirando, de que sus súbditos al otro lado del charco estaban necesitados por ejercer la libre determinación de sus aspiraciones políticas, de higiene y salubridad, de educación universal, de libre tránsito de los productos que entraban y salían allende al mar.  En una palabra: libertad para gobernarse por sí solos sin el paternalismo asfixiante, sin la anuencia, sin la actitud genuflexa, sin el látigo del opresor y sus nefandas alcabalas. Y sobretodo están  cansados y aburridos de los cada vez más onerosos y recientes impuestos; del abuso y la rigidez de las reales disposiciones. Y sobre todo estan sumamente angustiados de observar semana tras semana en la espaciosa plazuela el rostro adusto y ofendoso del guarda alcabalero, indio so ladrón, que acecha muy puntual tras la esquina del convento. Y muy cansados del corchete mercenario que apunta los kilogramos sobre el sucio papel; del cura sermonero y mercachife que trafica con las misas mientras despotrica del infierno y purgatorio y del corregidor amenazante, manipulador y carcelero. “Que habiendo sido causa motiva de los circulares disgustos de este nuevo reyno y el de Lima, la imprudencial conducta de los visitadores, pues quisieron sacar jugo de la sequedad y aterrar hasta el extremo con su despótica conducta, pues en este nuevo reyno, siendo la gente tan dócil y sumisa, no pudo con el complemento de su necesidad y aumento de extorsiones, tolerar ya mas tan despótico dominio, que cuasi se han semejado sus singulares hechos a deslealtad, y para que en lo venidero no aspire, si encuentra resquicio a alguna venganza, que sea don Juan Francisco Gutierrez de Piñeres, Visitador de esta Real Audiencia, extrañado de todo este reyno para los dominios de España, en el cual nuestro católico Monarca, con reflexión a los  resultos  de sus inmoderadas operaciones, dispondrá lo que corresponde a su persona, y que nunca para siempre jamás se nos mande tal empleo, ni personas que nos manden y traten con semejante rigor e imprudencia, pues siempre que otro tal así nos trate, juntaremos todo el Reyno ligado y confederado para atajar cualquiera opresión que de nuevo por ningún título ni causa  se  nos  pretenda  hacer (51).


Mientras las colonias ultramarinas se debaten entre la pobreza y el atraso mas horripilantes: el analfabetismo y la descolaridad  pasan por sus mejores momentos, mientras el promedio y la expectativa de vida es casi  nula; el desaseo y la falta de higiene se acostumbran a convivir con los parásitos más aberrantes: la nigua, el piojo blanco, el chinche, la garrapata, el zancudo, la ladilla, el escozor del ano y el tabardillo,  amén de los asesinos males endémicos, que cada siete años azotan a la febril población: la peste negra, las viruelas, el cólico miserere, el tifo, el cólera, la tisis, el sarampión, la buenamoza, la fiebre tifoidea, la lepra, la sífilis y la tosferina.  Cuando el Rey Carlos se dio cuenta, o le contaron de los desaciertos de su equivocada política exterior, ya era demasiado tarde: el incendio de la revolución de los pueblos se había extendido por toda la América como un peligroso reguero de pólvora, necesitando más que buenas razones para apagarlo.

 

El alzamiento comunero fue, pues, un hito apresurado por las reivindicaciones de los filósofos y los economistas franceses del siglo dieciocho y motivada por la existencia de instituciones políticas cuya causa había desaparecido desde hacia mucho tiempo.  Los privilegios de la aristocracia y del clero tenían alguna explicación durante la edad media por la necesidad de protección que experimentaban los débiles contra los poderosos, pero dejaron de tener razón alguna cuando hubo reunido la Corona entre sus manos todos los poderes señoriales.  Afortunadamente para las colonias en América, el Rey en lugar de emplear su poder, su autoridad y su buen  juicio en mejorar la triste suerte de los pueblos oprimidos, dejó intactos los abusos y arbitrariedades económicas y sociales, y contrariamente los aumentaron, devolviendo con largueza de la mano a las clases oligárquicas lo que con la otra les quitaron antes. Había pues, sobre el panorama americano unos hechos sumamente graves: un precipicio peligroso de lucha de clases sociales, una desigualdad enorme en la repartición de las cargas públicas, una pereza paquidérmica en la preservación y vigilancia en la violación sistemática y prolongada de los derechos humanos, y la ausencia total de la libertad y de la igualdad.  En una palabra, muchos deberes que cumplir y ningún derecho para gozar. Algunos burócratas reales, de medianas luces intelectuales que intentaron realizar las reformas y aperturas sociales, reclamadas en forma imperiosa por los pueblos sojuzgados observaron impávidos como sus loables esfuerzos fueron a romperse estrepitosamente contra la tenaz resistencia de quienes no querían perder tan fácilmente sus antiguos fueros:  el clero y la nobleza confabulados.  Es decir el oro y el espíritu unidos. Dos inmortales enemigos, intrínsicamente enfrentados que cuando se abrazan en estrecho amancebamiento se convierten en fieros demonios, enemigos soterrados del humano devenir. Aparentemente es un derecho de lesa humanidad usar la fuerza y la unidad del Común y, llegado el caso la violencia del río humano.  Fue precisa una revolución para quitar los pechos, abolir de una vez por todos los vejámenes, el abuso y la opresión de unos amargosos amos y sustituir  de paso a una sociedad fundada en el privilegio y el rancio abolengo. Sea el caso para aplicar lo que barunta Don Quijote: “Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas, y poner a riesgo sus personas, vida y haciendas; la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera en defensa de su honra de su familia y hacienda; la cuarta en servicio de su Rey, en la guerra justa; y si le quisiéremos añadir la quinta (que se puede contar por secunda ), es en defensa de su patria.  A estas cinco causas, como capitales, se pueden agregar algunas otras que sean justas y razonables, y que  obligan a tomar las armas” (52).

 

Gobierna todo este vasto territorio el Excelentísimo señor Virrey , gobernador y capitán del Nuevo Reyno de Granada y provincias  de tierra firme y presidente de la Real Audiencia y Cancillería de Santafé de Bogotá don Manuel Antonio Flórez  Maldonado Martínez y Bodquin, Comendador de Lopera, de la real orden de Calatrava y teniente general de la Real Armada.  Hombre de buen natural, benévolo, afable,  militar de carrera y poco versado en los asuntos públicos se obligó a abandonar la fría capital para trasladarse a atender la plaza de Cartagena de acuerdo a la real orden por la cual se le hace saber que, “el modo de no quedar responsable y merecer la real gratitud, era que providenciase en todo con arreglo al dictamen del Regente Visitador, en cuanto perteneciese a la Real Hacienda” (53). Don Francisco Silvestre, secretario de cámara del señor Virrey nos comenta que ,“con las regencias y su institución quedó reducido a solo el nombre a un fantasma la autoridad del virrey…..y con el objeto de arreglar las rentas fueron estableciéndose algunos ramos suprimidos y aumentando excesivamente los empleados.  Esta novedad y la demasiada autoridad que se tomaban estos, faltando al respeto a las justicias, cometiendo no pocas vejaciones y fraudes y desatendiendo las quejas por suponerse que era odio a las rentas, el tratar de contener los excesos de aquellos, comenzó a inquietar los ánimos.  Los visitadores debían acordar con el Virrey las providencias que se fueran tomando. Como sus instrucciones eran secretas, y las facultades extraordinarias, viendo el señor Flórez aquí lo que sucedía al señor Güirior  en Lima, con motivo de hacer presentes algunos inconvenientes, que debían esperarse, no se resolvió a contradecir cosa alguna de cuanto le proponían los visitadores, sabiendo que estos estaban sostenidos y seguían ciegamente las órdenes del señor Gálvez.  El recelo de esto, que no dejaba de traslucirse, hacía decaer hasta lo despreciable la autoridad del Virrey, y engreía la de los visitadores y regentes, siendo lo peor que estos mandaban y disponían cuanto les parecía y era conforme con sus instrucciones; y saliendo las órdenes y providencias a nombre del Virrey, en la mayor parte gravosos, o considerándolas tales los pueblos, el odio público recaía sobre el inocente virrey, y los autores se resguardaban con sus capas y eran elogiados y temidos, considerándolos como unos redentores”.


Alguien estaba ganando indulgencias con avemaría ajenas, entonces quien en realidad mandaba y ordenaba a su antojo era don Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres, Regente de la audiencia de Santafé, del consejo del Rey, Visitador general de la Real Audiencia, sus cajas y sus diversos ramos en el Nuevo Reyno de Granada  y provincias de tierra firme con excepción de las de Quito e intendente de los reales ejércitos. Era este un déspota señorón, de carácter huraño, áspero y estrecho de miras, pero laborioso y hábil en el trabajo de exprimir a los pueblos, quien controla todo con la minuciosidad del usurero.   El burócrata trae su propia cuadrilla de banderilleros: como secretario general de la visita a don Francisco Fernández de Córdoba, oficial quinto de la secretaría de Estado y del despacho universal de Indias y el subdelegado don Pedro Fernández Madrid; para alguacil mayor y oficial primero a don Antonio Barquín y para escribano de la visita a don Joaquín Darechea de Urrutia.  Días después llega don Joaquín Vasco y Vargas, caballero de la orden de Santiago, investido más tarde como Oidor y alcalde de Corte de la Real Audiencia. Meses mas    tarde  se nombra otro Oidor para Santa Fe, al catalán  don Pedro Catani. Por real decreto se promueve al ya inaguantable doctor don Francisco Antonio Moreno y Escandón, fiscal de lo civil en la Audiencia de SantaFe a la misma dignidad a la Audiencia de Lima y con otro real decreto se nombra a don José Merchante de Contreras, fiscal de lo criminal en la Audiencia, en reemplazo de don Manuel Silvestre Martínez, cuando este haya de ocupar la vacante que habrá de resultar de la promoción del señor Moreno y Escandón a la Audiencia de Lima.  Todo se produjo como una cascada de despropósitos, hecha a propósito para causar el tan buscado atosigamiento de las gentes.  Tres meses más tarde se dicta la real Cédula que incluye el reglamento y aranceles para el comercio entre el Imperio y sus colonias denominado P.C.L., Pragmática del Comercio Libre, que de libre no tenía nada. (54). Ocho días después se determina aumentar en dos reales de plata el precio de la libra ponderada de tabaco negro en rama y en igual cantidad el de el azumbre de superior aguardiente de caña dulce.  Y con la misma se solicita la contribución de los vasallos del “gracioso donativo” para atender los gastos de la guerra.  A continuación se expide “la Instrucción general para el más exacto y arreglado manejo de las reales rentas de alcabala y armada de Barlovento”. Y para terminar se ordena publicar el Auto resolutivo, por la cual se establece la cobranza del derecho de Armada de Barlovento, separadamente del de alcabala, con arreglo a los aranceles insertos en los despachos, por edictos y no en otra forma”. 

 

Por otra parte, se seguía manteniendo como patente de corso, el impuesto establecido y conocido como el de “las siete rentillas” sobre la pólvora, el azufre, el plomo, el bermellón, el lacre, los naipes y el almagre.


Pareciera que solo fue la culminación de un proceso burocrático, carente de todo sentido humanitario, es decir, tiranía y despotismo regados a la vera de la plaza grande.  La subsistencia, así   se vio amenazada por la aparición de plagas, sumadas a las indecibles trabas al comercio libre y a los altos impuestos.  La desconfianza entre ingleses y españoles obligan de hecho a limitar o desconocer la aplicación de ciertas disposiciones fiscales, que de lo contrario traerán la ruina económica  de colonos y vecinos del reyno. La guerra también alimenta el contrabando,  convirtiéndose este en el único vehículo para exportar cosechas e importar abastecimientos.  Por fin, el impío destino está dando permiso para que unos pueblos medrosos y atomizados actuasen por la vía de los hechos.  De manera indirecta pero tangible el viejo Imperio de ultramar está siendo socavado por la ingerencia extranjera que trae consigo el contrabando y la piratería.  Todo esto se conoce por el secretísimo correo de los capuchinos, porque ya los jesuitas no están por aquí.

 

Ya casi se completan las figuras petimetres del rompecabezas, que se mueven insidiosas a la otra orilla del Común, como encargadas de chupar como vampiros la poca sangre que les queda a los villanos.  Solo nos falta la pieza más interesante del ajedrez; todos dicen que vuela muy alto  en petulante arrobamiento, pues ya aterriza como líder espiritual  del Reyno y muy pronto sus poderes alados lo elevarán al cargo de Virrey, quizás haya tenido razón, porque un clérigo bajo el régimen del patronato eclesiástico  es un virtual empleado de la Corona, así sea una figura gastada, reliquia de otra época: su Señoría Ilustrísima, don Antonio Caballero y Góngora, que con el beneplácito del santo Padre Pío VI, es promovido desde su sede obispal de Chiapas y Yucatán al arzobispado de Santafé.  Colegial del imperial de Santa Catalina, capellán de su Majestad en la Real capilla de Granada, canónigo lectoral de la catedral de Córdoba y Caballero gran Cruz de la orden de Carlos III, entre otros honoríficos títulos.  Dueño de una basta erudición y encanto, posee la triste ventaje de seducir sin esfuerzo alguno como queriendo desnudar el alma de su breve interlocutor.  Oriundo de aquellas familias del Priego de Córdoba, famosas por su fidelidad y fiereza al servicio de los reyes, fue nacido en cuna de oro como esas viejas estirpes que se olvidan muy  pronto de su condición de viles mortales.  Venido del rancio club de los oropeles y extravagantes verdugados fue mimado en los salones de versallesca aristocracia. Erudito como pocos, de finos talentos y astuto negociador, encarna, sinembargo, la tiranía encubierta con el maquiavélico velo de la farisaica religión.  Humanista y estadista de alto vuelo, es mas conocido como tratadista afamado y sociólogo abrumado de santas escrituras y exegeta sobresaliente de cátedra teológica. Avezado político de donoso porte y distinción, es meticuloso, ordenado y bien atosigado de bastos conocimientos de todo el saber humano, además de altanero, orgulloso y soberbio de su alta envestidura, era uno de los pocos hombres de mayor visión de su época, no obstante, y como cosa rara en estos individuos de alto turmequé,  posee ciertos visos de buen samaritano y algo de bondad en su corazón.  “El equipaje que trae desde Campeche, parecería hoy fabuloso: sesenta y ocho grandes cajones, veintiún baúles, cuatro frasqueras, doce canastas, un tonel, algunos rollos de lienzo para pintar y de papel de colgadura.  De solo libros hay treinta y ocho cajas que lo acreditan como un insaciable humanista. Libros escritos en leguas vivas y muertas. Sobre materias varias y sin fronteras. Fuera de la apologética y la moral, la literatura, la astronomía, la botánica, la navegación, la geografía, la medicina, la mecánica, las matemáticas, que se yo” (55). Su Ilustrísima podrá perdonar mis yerros, pero no mi cobardía en contar la verdad, además, el panfleto de la esquina nos dirá claramente los detalles suyos, cuadro que bien merece un pincel por separado: “el peligro de los prelados es ir convirtiéndose en matronas, blancos, redondos, fofos, gelatinosos, y adiposos, con proclividades incontenibles hacia el chocolate, con morbosa delectación con el pan de yuca recién sacado del horno, con excesivos manoseos para los gatos, con fascinación ante los turpiales y canarios, con complacencias imperdonables con los perros de lanas.  Y  con apetencia invencible por esas golosinas, por esos postres y por esas colaciones de dulce que producen las monjas de clausura” (56).


Avanzado a los de su tiempo, como si hubiese nacido en el siglo de los sabios, era un excelente conversador y un magnífico oyente. Lector incansable de Voltaire y los enciclopedistas franceses. Extremadamente culto,  curtido en el conocimiento del alma humana, cuidadoso no dejaba cabo suelto dentro de su laborioso ministerio religioso y administrativo. Incansable predicador, realiza extenuantes jornadas y visitas pastorales a toda su grey, acompañado de franciscanos y capuchinos. Su séquito digno de cualquier reyezuelo de la India goza de amplio respeto y temor donde aparece.  Su estilo principesco, con rubicundo anillo de precioso rubí al dedo anular de su mano derecha; medallón grueso de oro sobre su adiposo pecho, el cayado de san Pedro  ensortijado en plata blanca; una sotana roja o negra, según la ocasión, bien acomodada sobre su robusto cuerpo, llena y aplomada a su alta investidura.  De pies pequeños, parecía incomprensible que tan diminuta base pudiese sostener tan rolliza mole.  De una mirada serena y piadosa, de unos ojos grandes negros y redondos denotantes de inteligencia sagaz, de mucho saber y sobre todo del tranquilo político y del viejo canónigo conocedor del delicado corazón humano; son ojos marrulleros y soñadores, pero al mismo tiempo fríos como el pedernal, con la mirada fija y escrutadora, muy atenta al ojeroso visitante. De labios gruesos y sensuales, acostumbrados a saborear el añejo vino almendrado de Borgoña y las magras gruesas carnes de pollo y de jamón ahumado.  Respira hondo por una nariz delicada de fino olfato político conseguido a través de su continuo roce con prohombres de salón olorosos a perfumados encantos y ademanes principescos.  Sobre su altiva cabeza, descansa una abundante cabellera, de lustroso pelo amarillo-cano con bucles en sus sienes y en su nuca regalados con fino aceite del oriente. Su peluquero, que hacía de barbero y boticario debía ser de los más costosos de Córdoba, su patria.  Su prominente barbilla denota firmeza de carácter y determinación en sus decisiones…..en fin, todo su conjunto muestra majestad, fortaleza y decisión de mando y sobre todo mucho respeto y altanería.  Proyecta su imagen un misterioso aire galante, casi ceremonioso, unido a un tufillo palaciego de malsines intenciones.  Tiene la voz melindrosa y cauta, salida de una garganta ronca, bien educada y el pisar de bailarín. Luce grandote, abobalicado, muy dado al cuchicheo y al chisme de salón. Meloso y zalamero, era considerado en Córdoba, teatro de sus andanzas eclesiásticas, como un sujeto sumamente cortesano en el engañoso arte del disimulo y del ascenso a las altas dignidades de la diplomacia Romana.    Las manos rollizas y la papada otro tanto.  Habla con nasales vascongadas y mece bajo sus carnosos párpados un delicioso ensueño a jardines rosellescos. Anda, eso sí, con paso decidido y presuroso como arrollando a su acomodo cualquier persona u objeto que logre atravesarse en su largo camino de perverso figurón.


“¿Cómo, con esa cara de pastel,


rubicunda de vinos y jamón,


donde vidria el ojo remolón


y arrastra la lujuria su arambel


pudieras tu, parlamentario infiel,


no ser como un emblema de traición


o de pérfidos crímenes padrón.


Clavado de esta iglesia en el dintel?


los manes de Molina y de Galán,


de Berbeo, de Ortiz y de Alcantúz,


vengados ya, su maldición te dan.


¡Hoy son los comuneros gloria y luz!


Mal Caballero y Góngora: el Jordán


no lavará el oprobio de tu cruz…..!”(57)

 

Causó un gran escándalo la llegada desde Mérida en Yucatán el señor Caballero y Góngora a Santafe, al arribar donde las murmuraciones, las consejas, y los decires mantienen  ocupadas las lenguas del hormiguero de curiosos santafereños al observar esos extraños gustos o placeres, como se prefieran llamar, de tan estrambótico personaje con un fastuoso tren de vida, seguido de un enjambre de ceremoniosos servidores y de un séquito selecto de doce jóvenes mestizos mejicanos, casi todos de Yucatán; entre amanuenses, secretarios, pajes, asesores y escribientes, relatores y toda clase de sacamicas que causan la más viva admiración y los más crueles interrogantes de la plebe: Pedro Bolio y Tordecillas, José Rafael Caraveo, Joaquín Cascaya, José Domingo Duarte, Martín Guerra Villafañe y su hermano Pedro, Esteban y José María León, Francisco Medina, Antonio Mendoza, Alejandro Villoria, y con ellos Ignacio de Cavero y Cárdenas. Este joven de veintiún años destacará mas adelante, primero como realista furibundo y luego como decidido patriota y revolucionario, no importándole su origen mejicano, como que fue llamado un día, el libertador del Libertador. Al lado del severo Arzobispo, sirvió como oficial de su secretaría y redactando personalmente la relación de mando que Caballero y Góngora deja en su bitácora a su sucesor el virrey Gil de Lemos en Turbaco el veinte de febrero del ochenta y nueve. De los muchos documentos de esta época que de alguna manera atañen a esta formidable revolución comunera, pocas tan completas y analíticas como la que escribió Cavero: Diez cuadros estadísticos  y las muy prudentes observaciones, bastante imparciales para el momento que se vivía, dan cuenta del estado social y económico del reyno.  En Cartagena fue administrador de la alcabala de tabacos, oficial real y administrador de la aduana por casi veinte años.  Por su oficio y vocación tuvo a su cuidado la espléndida biblioteca del Arzobispo, de casi diez mil volúmenes, entonces tal vez, la mejor del reyno.

 

Los criollos avispados, viéndose de ordinario, excluidos de los empleos, gajes y sinecuras en beneficio de los españoles, acarician al acecho y en secreto las ideas vagas de independencia y libertad, en tanto que los pecheros gimen abrumados por numerosas y vejatorias gabelas, que pesan sobremanera sobre las clases pobres en particular y solo aspiran a conseguir algún alivio, sacudiéndose de ellas. “La adjunta copia, enterará a V.E. de lo que en esta ocasión escribo a la Habana, y de mis recelos porque la especie de  independencia de las colonias inglesas del norte anda de boca en boca de todos en el tumulto, y aunque no son capaces de formalizarla, sin embargo de estos asuntos no conviene despreciar en los principios ni la menor chispa.  Lo que aseguro es que si pueden lo harán, y cuando menos en el país levantado no quedará rastro de justicia, gobierno ni real hacienda, y que cada uno hará lo que quiera (58).

 

Era el tabaco, el fruto que mayores utilidades dejaba a los cultivadores y cosecheros de las villas del Socorro y de San Gil, antes de hallarse estancada la renta. “La única granjería que por el año ochenta quedaba a los pobres que habitaban en los distritos de dichas villas, era la de las labranzas de maíces y algodón, y las hilanzas y tejidos de este fruto eran la ocupación de las mujeres y los pobres, con la cual se procuraban el diario sustento, pero tan exigua era la utilidad que les dejaba, que si se pagaban a la vez los derechos correspondientes de alcabala y armada de Barlovento, como estaba dispuesto, venía el beneficio a parar en pérdidas.  Las mujeres solían por lo general hilar media libra en todo un día, y para obtener esta era necesario emplear libra y media de algodón en rama. El hilo gordo y el delgado eran regularmente reputados por monedas en los tratos y cambios de la gente pobre y servían para adquirir lo indispensable para satisfacer sus mas apremiantes necesidades.  Cualquier gravamen que afectase este artículo era absolutamente injusto, odioso e intolerable.  Talaban los guardas los plantíos de tabaco, arrancando de raíz las matas y quemándolas al tiempo con las semillas, en los distritos de las jurisdicciones del Socorro, Simacota, La Robada, Charalá y el Valle, San Gil y Barichara, y en todos los demás terrenos excluidos del beneficio de las siembras, y perseguían, maltrataban y estropeaban a los labradores y cosecheros, encarcelándolos luego. Por solo uno o dos manojos de tabaco que les encontrasen, de los que solían llevar consigo cuando a sus casas volvían de las faenas, en los terrenos donde estaban permitidas las siembras, los ponían en prisión por uno o varios meses, padeciendo hambres y trabajos al igual que sus familias. Los administradores formalizaban los sumarios e imponían penas pecuniarias sin moderación ni equidad.  Las constantes extorsiones de los recaudadores y alcabaleros y las arbitrariedades y tropelías de los guardas de las rentas  estancadas, unidas al pillaje de unos y otros, europeos en considerable número, provocaron motines locales de protesta en varios pueblos de las jurisdicciones de las villas del Socorro y San Gil y del corregimiento de Sogamoso, al finalizar el año ochenta” (59).

 

Solo en el año setenta y seis se presentó en la villa del Socorro y sus contornos una grave epidemia de viruelas que causó muchas bajas y una hambruna tremenda, esta última originada por los bajos precios del algodón.  “Si este Reyno hubiera conocido en el año de setenta y cuatro y setenta y seis este sabio y político reglamento, no contáramos víctimas lastimosas de la necesidad e infinita muchedumbre de racionales que murieron a impulsos del hambre en la general carestía que se experimentó.  Solo en la villa del Socorro perecieron de hambre mas de seis mil- como me lo aseguró don Francisco Javier de Uribe, procurador general de dicha villa, hombre de toda verdad- siendo teatro funesto de clamores tristes y de cadáveres fríos, que representaba en los caminos desiertos o en las calles solitarias. Ellos parecen frayles  victorios, precisados a una exacta abstinencia de carnes, alimentándose con un insubstancial ajiaco….o de una insípida mazamorra, con posición de turmas, harina de maíz o panizo, molido a brazo y hecho una masa de sémola. Tienen por bebida la chicha, que es un licor usual entre todos….los arrieros se mantienen con ella muchos días….de aquí nace el general trastorno dentro de borracheras que se observa en la república, particularmente en los días de mercado…..este vicio general en todas las provincias interiores del reyno tienen embotada la estimación, engrosados los humores, impedidas las potencias y entorpecidos los sentidos, siendo madre fecunda del desorden y de la ociosidad.  Los blancos o cosecheros de comodidad  acostumbran  matar un novillo, toro o vaca, y cecinada la carne, la conservan para mezclarla con ajiaco.  Los del vulgo no la gustan sino cuando trabajan a jornal o cuando la fortuna los favorece en la montería”. (60).


Por el año ochenta, la situación económica y social de los privilegiados y los pecheros era sumamente grave,  como para pedir limosna. El sistema impositivo por parte del señorial Imperio es ya insoportable. Los abusos y malfetrías de un opresor intruso que llegó a monopolizar y a implantar una legalidad fiscal unos pechos y deberes trasplantados desde España a las Indias con apelativos tan sonoros que hoy suenan a sonidos de campanas por difuntos.  Son mas de treinta impuestos que sonsacan y hasta más desde los directos e indirectos hasta la Martiniega, pagadera por San Martín en noviembre; el yantar y conduchos; la fonsadera, las rodas, la forera cadañera, los derechos de la justicia, a la cancillería, a las regalías y los monopolios, cobro a los bienes abintestatos y mostrencos, la de ronda, el quinto real, el requinto, sobreminas, regalías de acuñación, la de Barlovento, guías y tornaguías, a las barajas y naipes, la media anata, a la pólvora, las facenderas, a las escribanías, sobre el papel sellado, impuesto a la sal, al superior aguardiente, al tabaco. Algunos indirectos sobre el tráfico y consumo de productos por la vía mercantil como los portazgos, los almojarifazgos, llamado también renta aduanera, considerado como conjunto de rentas como herencia indirecta de la fiscalidad urbana andaluz; los diezmos aduaneros, las alcabalas y sisas, las graciosas contribuciones, los auxilios extraordinarios y todos los impuestos regidos por el patronazgo eclesiástico como la décima, la de indulgencia, a las bulas y cruzadas, a las limosnas, a la guerra, los bautizos, los matrimonios, dispensas papales y difuntos.  Dentro de estos ingresos como rentas aforadas por la Corona, solo la alcabala le proporciona al Rey casi el ochenta por ciento de los ingresos ordinarios. No obstante el grave malestar se venía acumulando por el rechazo y la resistencia genérica y colectiva a su pago, por estas sociedades profundamente conservadoras a cualquier innovación de carácter hacendístico, mas si se tiene en cuenta el hecho peregrino de haberse introducido en la práctica  los principales impuestos descritos como fenómenos transitorios, con la suprema excusa de atender solo a necesidades pasajeras, pero atendiendo mas a la vieja argucia, muy pronto se transformaron por completo en un impuesto ordinario de costumbre sempiterna de nunca acabar,  tal es el caso famoso aplicado a la alcabala, pues en un principio fue un impuesto extraordinario, renovado como forma especial de recaudación del “pedido”. Lo mismo ocurrió con las tercias reales concedidas por los pontífices, e incluso con las aduanas, el servicio y montazgo y las salinas, a pesar de que surgen sobre tradiciones fiscales mucho mas antiguas, porque para los usos de la época era muy difícil admitir el pagar nada fuera del campo de los pechos y derechos “aforados”.

 

“La colonia es la privación de todo derecho, la restricción de toda libertad, la compresión de todo impulso noble de independencia, la traba para todas las empresas, el desaliento para toda aspiración generosa.  Desde el bautismo se apodera del hombre la mano del fisco, le sigue a su casamiento, le persigue hasta el entierro, y aún más allá de la tumba le cobra el derecho de manumisión y los derechos curiales de inventario, avalúos, divisiones y partición. Todo está gravado: el capital y la renta, la industria y el suelo, la vida y la muerte, el pan y el hambre, la alegría y el duelo.  Mostruo multiforme, verdadero Proteo, el fisco lo invade todo, en todas partes se encuentra, y ora toma la forma enruanada del guarda de aguardiente, el rostro colérico del asentista, el tono grosero del cobrador de peaje, la sucia sotana del cura avaro, los anteojos del escribano, la figura impasible del alcalde armado de vara, la insolencia brutal del rematador del diezmo,  o la cara aritmética del administrador de aduana” (61).

 

“La muy antigua provincia de Tunja, con su ciudades de Tunja, Muzo, Vélez, Girón, Pamplona y Salazar de las Palmas, y las Villas de Leyva, San Gil y Socorro es una zona política que empezó a influir en los destinos del Reyno por las razones obvias de cruce de caminos: el paso de la minería y el comercio terrestre hacia la Costa, Cúcuta y Venezuela colocaba a la región en natural ventaja geográfica, pues por primera vez aparecía una industria artesanal de lanas y lienzos que irá a ser fácil mercado hacia el interior del país. La aparición del comerciante en la región presionaba sin quererlo, al gobierno para que abriera los decrépitos caminos del Opón y del Sogamoso, por cañaverales; rivalizando abiertamente con los poderosos núcleos mercantes del Magdalena, residentes en Honda. Por otra parte, la tecnificación, si así puede llamarse, de los campos agrícolas socorranos, ha hecho su providencial aparición y como rasgo de excepcional importancia “el arado de hierro” con bastante anterioridad a las demás provincias del Reyno (62).


También por aquel tiempo hubo profusión de bandos sobre circulación de papelones sediciosos, con gravísimas penas para los que escribiesen, copiasen o esparciesen proclamas o noticias de subversión del orden, con la obligación de denunciar a quienes tuviesen en su poder libros o papeles de tal carácter y un llamamiento ex profeso a las autoridades eclesiásticas para que exhortasen a las gentes a observar fielmente sus deberes de la conciencia y una excitación paternalista a los sabios del reyno a que empleasen “sus luces y talentos” en fijar la opinión pública a favor de la “santa causa” con la firme promesa de ser recompensados con toda largueza por su leal confianza al rey. “El Rey. Por cuando habiendo llegado a entender por mui seguros e indubitables informes, que a empesado a introducirse en mis reales dominios un libro en octavo mayor, escrito en lengua francesa, intitulado “año dos mil cuatrocientos y cuarenta”, con la data de su impresión en Londres año de mil  setecientos y setenta y seis, sin nombre de autor, ni de impresor, y que no solo se combate en él la religión catholica, y lo mas sagrado de ella, sino que también se tira a destruir el orden del buen gobierno, promoviendo la libertad e independencia de los súbditos a sus monarcas, y señores legítimos, he resuelto, que además de prohibirse por el Santo Oficio este perverso libro, se quemen públicamente por mano del verdugo todos los exemplares  que se encuentren”(63).

 

En un comienzo estas comunidades agobiadas por el exceso de los impuestos y elevando las antiguas exacciones a extremos intolerables mantuvieron una actitud de apática indiferencia y, únicamente apoyados en un sistema de operaciones onerosas no tardaron mucho en surgir las frustraciones y el descontento mas agudos y ya los respetos al cura, a la alcurnia y a las autoridades virreynales han cesado, pues ya viene corriendo en vorágine tropel el ruido de la venganza más atroz.  “Este pueblo, Socorro, tiene sesenta y tantos de fundación, es desmembración de la villa de San Gil…. En sus principios era una corta aldea en donde descansaban y tomaban fuerza las mulas para la continuación del viaje.  Las primeras familias se propusieron y en efecto lo lograron, de dirigirse por sendas y rumbos conocidos para llegar al último término de opulencia que preparaban a su prosperidad. Su empeño y constancia en labores de maices, cañas, y algodones dejaron a sus hijos un documento digno de ser imitado y seguido….es permanente y sólido el establecimiento que fundaron en las labores y tejidos de lienzos, manteles, mantelerías y bayetas, fecundísimo ramo de la actual industria popular, capaz por si sola de llenar de bienes y felicidad a sus habitantes con notable preferencia entre las demás provincias del Reyno….en sus principios se derramó la fama de su ocupación, y al paso que se aumentaba la población, crecían también las sementeras, se multiplicaban los telares y se promovía la industria.  En el cálculo de individuos que se hizo en el año de ochenta y uno, resultaba el número de quince mil…es uno de los pueblos mas vistosos y civilizados del Reyno.  Tiene bajo su jurisdicción ocho crecidas parroquias, algunas de ellas tan pobladas que el número de feligreses sube al de seis mil, como son Simacota, Oiba y Charalá cuyos alcaldes son pedáneos… tiene un gran comercio, activo y pasivo, y el carácter de sus habitantes es muy vivo, laborioso,  aplicado, de nobles talentos pero de bastardas ideas.  Es una de las villas más abundantes e industriosas….es notoria la multiplicación de todos los años….no intervino emigración de pobladores que vinieses de otro clima ni de otra provincia para establecerse en esta villa.  Su crecida multiplicación es propia de sus hijos” (64).

 

-        Hay un creciente clamor en el poblado.


-       Con muestras de violencia y de tragedia.


-       Sí, porque no se vislumbra ningún arreglo sustancioso para los afectados del conflicto.


-       Es costumbre de pobres iniciar reyertas.


-       Es solo gentes de cabreros.


-       Ebrios de chicha.


-       Que causan profundo malestar.


-       Ellos andan tras una perniciosa propaganda.


-       Todo es posible menos la traición.


-       Andan de hito en hito.


-       Andando, andando se llega lejos.


-       Dizque ya anda por aquí Galán. Llegó de Cartagena.


-       Bebe más que un cosaco.


-       Y tiene muy mala reputación.


-       Se halla mentalmente desajustado.


-       Y pobre, como dicen tras paredes.


-       Es hombre de mucho valor.


-       No importa, le pondremos el pie sobre el pescuezo.


-       Mata al líder y morirá la hinchazón.


-       Es un trato.


-       Tiene miedo y pretende escapar nuevamente.


-       Con mucha arrogancia y poco juicio.


-       Le falta disciplina y se excita demasiado.


-       Es saludable apurarle los celos a ese majadero.


-       Es un bribón.


-       No es el rejo de mis apetencias.


-       Pero se supone contrario al régimen.


-       Con ello tiene ganadas las simpatías populares.


-       Pero eso no le basta.


-       Es un eterno enamorado de sus ideas, que no admite la más mínima contradicción.


-       Yo lo vi conversando muy cerca de la boca del monte de los cucharos.


-       Está muy enraizado en su tierra.


-       Y es muy dificultosa su extirpación.


-       Además conlleva un alto riesgo.


-       No pertenece a nazarenos ni cofradías.


-       No conozco dello mucho.


-       Pero entre conversa y conversa se nos va pasando el tiempo y no sucede nada importante que nos cause beneficio alguno.


-       A la contraria, cada día nos aprietan más la cincha y nos  humilla más el guarda y el corregidor de turno.


-       Cansados estamos con reclutamientos forzosos de paisanos al Fijo.

-       Expropian nuestras tierras de labranza.


-       Y las mulas, los marranos, las gallinas, el tabaco, el aguardiente y hasta el hilo gordo y el delgado.


-       Si, hasta el arroz y los hilados decomisan.


-       Porque ellos no salen del “estanco”.


-       Es hora de resollar.


-       Juntémonos todos en junta y hagamos valer nuestros cojones.


-       Si, es tiempo dello, para luego no ser tratados como corderos al matadero, vuestras mercedes dispongan  lo necesario.


-       Formémonos una santa alianza a toda costa y todo lo demás será tolerable.


-       Esta es empresa que requiere la presencia y la energía de los hombres jóvenes.


-       Si, los viejos vacilan en tomar el riesgo.


-       Y, son desconfiados.


-       Vayamos al Socorro a proponer.


-       Es solo un pueblo que se desgañita gritando.


-       Iremos a dormir allí, sin perro ni tramojo.


-       Es un antro de conspiradores.


-       Y el que hace bulla, un tal Berbeo.


-       Púes, el hijo del doctor Justino.


-       Es todo un aristócrata.


-       No, es un político frustrado.


-       Pero tiene agallas liberales.


-       No me crea tan pendejo, Lupe.


-        Nadie moja la pluma, sin pedir por delante su estipendio.


-       Menospreciar los resultado, es no sumar bien los detalles.


-       El anda entre perdones y confesiones.


-       Y además ha perdido hace mucho tiempo la vergüenza.


-       La habrá perdido en el juego.


-       Es un redomado tahúr.


-       No tiene motivos ese miserable para levantarse.


-       Pero solo él responde a todo ruido, y tiene pretensiones.


-       No es santo de mi devoción.


-       Está soltero y conoce medio mundo.


-       Le tocaremos la cincha.


-       Nada se pierde con intentarlo.

 

Como principio de unos hechos que nadie supo explicarse como terminaron, todo comenzó con el brote de una simple queja leguleya, promovida ante el cabildo del Socorro por un grupillo de políticos incautos buscando arrodillados la rebaja de los impuestos y rogando misericordia desde lejos al abusivo y altanero Regente visitador. Uno de los quejosos es Juan Manuel de treinta y siete años, hermano del futuro generalísimo conductor comunero.  Pero era imposible ya dar marcha atrás a la imposición hacendística y comercial. Estaban perdiendo miserablemente el tiempo. El P.C.L. está en marcha y ya nadie podrá detenerlo, quien lo podía hacer parar estaba muy lejos. Era un modelo económico irreversible, como lo fue la revolución: el uno fue la causa y el otro fue el efecto producido…la chispa ya está prendida, solo falta que llegue la hora precisa y el momento adecuado. El alzamiento y sus primorosos resquemores son como los eventos y los sufrimientos de un parto de mula, transitan por nueve meses y son dolorosos y febriles pero al final… la vida libertaria y el respirar tranquilo a tantas angustias, así haya habido vertimientos de sangre y una que otra arfugia de la muerte. “En la villa de nuestra señora del Socorro en tres de septiembre mill setecientos setenta y ocho ante mí el escribano del número de esta villa y su jurisdicción por su Majestad y testigo que se nominarán parecieron presentes el regidor fiel ejecutor D. Juan Manuel Berbeo, D. Pedro Josef Navarro y Murillo y D. Juan Francisco Fiallo, alcalde de primer voto, vecinos a quienes doy fe, conozco y dijeron que otorgan, que dan su poder cumplido, como de derecho se requiera y sea necesario para valer a uno de los procuradores del número de la Real Audiencia….se presente ante su señoría el señor Regente Visitador general y juez de Residencia del virrey D Manuel de Güirior poniendo la queja en los términos de la instrucción, le insinuarán con los motivos de ella….”(65).


 El segundo chispazo, sucedió en Monguí de Charalá, pero el proceso es tramitado por jurisdicción y en segunda instancia en el Socorro. Fue una reyerta pueblerina a que nos tienen acostumbrados estos enjambres de hombres con sangre en el ojo, promovida por la parodia de nuestro ya conocido mandón, el capitán Nieto y unos mestizos chisperos bien amigos de Galán y casi de su mismo embrague. Corren chismes de que Galán ya está entre nosotros, pero es mentira, ya lo hubiéramos presentido. Apenas está esperando la ocasión y el descuido de sus compañeros para volarse del “Fijo”. “En la parroquia de nuestra señora del Rosario del Riachuelo, jurisdicción de la villa del Socorro en dos de noviembre de mil setecientos setenta y nueve años ante mí. Dn. Juan Domingo Chacón de Thorres, alcalde partidario en dha. parroquia de esta demarcación por su Majestad y por ante testigos que serán firmados por no haber escribano, compareció presente el capitán de milicias españolas, dn. Pedro Antonio Nieto, vecino de dha. villa, a quien certifico, conozco y dixo que por el thenor del presente y en bastante forma que más haya lugar, da y otorga su poder cumplido, el que de derecho se requiere y es necesario a dn. Joseph de Vega,….para que siga y prosiga en primer lugar la demanda que tiene puesta y se halla en el juzgado ordinario de dha. villa contra Ignacio de Acero, Francisco Xavier de Acero, Nicolás de Acero, Lorenzo de Acero y los de derecho Ignacio y Xavier Pico, y los más que resultaren complicados y reos en el tumulto y alevosía que intentaron contra dho.capitán, entre su misma tienda, en la parroquia de Ntra. Sra. de Monguí, sobre cuyo asunto observando las instrucciones prosigan hasta que se verifiquen su definitiva sentencia…..”(66). A los cuarenta días se respondío, “que por la presente otorga que se saque en fiado como responsable que se constituye a las personas de Ignacio de Acero y sus tres hijos llamados Xavier, Nicolás y Lorenzo, presos por la causa que tienen con el capitán Pedro Antonio Nieto…”(67).

 

-       Todo se halla en el atraso más atroz.


-       Solo basta oír la masa de hacendosos, honrados y compradores como los abuelos.


-       Oprimidos por fuerzas extranjeras, extrañas y devastadoras.


-       En circunstancias tan aciagas, es preferible la lucha.


-       Estamos persuadidos dello.


-       Necesario es corregir este abuso.


-       Hay que sacarlo de esta tierra de opresión y tiranía.


-       Son indicios de algo muy sucio por dentro.


-       Hablamos con franqueza y decisión.


-       Es hablar de las miserias, los gustos y caprichos de las gentes.


-       Para morir es que bregamos hasta donde mas podemos.


-       Pero el monarca bien puede desarraigar las ideas perniciosas de sus vasallos.


-       Pero con la persuasión de los fusiles.


-       No mortifique al pueblo.


-       Es de tiranos hacerlo.


-       Además es injusto.


-       Todo correrá de nuestra cuenta y riesgo.


-       Le participo a usted para que mande lo que sea.


-       Haberlo sabido por mi boca y por la voluntad mía.


-       Para que no osen extrañar mi silencio.


-       Y la peste?.


-       Viene cuando quiere.


-       La viruela grande del pasado se llevó mucha gente.


-       Pero no escapará del hambre y la miseria.


-       No lo admito, ni permito.


-       Pero algunos les va tan mal como el que echó las velas a asar.


-       O como aquellos que quieren repicar campanas y asistir también a la procesión.


-       Todo es para mí sagrado.


-       La religión es alegría, pero también es temor.


-       Todo se muda con el tiempo.

 

Fumaban tabaco, el vicio de la época y hablaban de revolución, el pasatiempo del momento, cuando un globo grande de colores se quemaba arriba de la bóveda celeste sobre el vetusto convento de los frayles capuchinos, mientras algunos guardas, indios y contrabandistas de tabaco y aguardiente levantan los ojos indiferentes a un espectáculo ya hartas veces conocido.  Durante los meses finales del año ochenta se presentaron pequeños motines y hogueras de rabiosos revoltosos, enardecidos por la pólvora y la chicha, aunque leves y rápidos, el veintidós de octubre en la altiva Simacota, y el veintinueve en la gentil Mogotes, que no prendieron candela intensa porque la leña y el combustible no estaban secos todavía, pero fueron muestras inequívocas de liderazgos pueblerinos para ir señalando mandones y pecheros,  capitanes y chisperos, que más tarde fueron señalados en plazuelas y aún encausados por ser los motores del tumulto en cada pueblo: Por Simacota: Archila; por Mogotes: González, Arias, Forero y Figueroa; por Charalá: Calvino, Nieto, Araque, Tomás Araque, Vargas, Suárez y Reyes; por Oiba: Rubio, Cala Tavera, Montañez y Estevez; por Chima: Rueda, García y Girón; por Moniquirá: Pacheco, Pinzón, Moncada, Francisco Pinzón y Alonso Moncada; por Santana: Torres y Ferro; por confines: Uribe, Plata, Amorocho, y de los Santos; por el Tirano: Camacho, Zárate, Peñuela y Juan Esteban Camacho; por Puente Real: Tomás Pinzón y Ulloa, Pinzón, José Pinzón Toloza, Diego y Crisóstomo Beltran Pinzón y Reyes; El Socorro: Miguel Monsalve, Nieto, Juan Vicencio Plata, Juan Dionisio y Benigno Ardila, Cristancho y Uribe; San Gil: Gómez y Vesga; Pinchote: Santos, Uribe y Camacho; Suaita: Echavarría y Luengas; por Barichara: Gómez; por Cincelada: Becerra y Juan Francisco Becerra de la Fuente; por Curití: Uribe y Amaya; Chiquinquirá: Melgarejo; por Chitaraque: Calvo  y Torres; por Gámbita: Garavito, Nicolás Garavito y Vesga; por Güepsa: Pisco; La Robada: Aranda; por Málaga: Cárdenas, Cordero y Hernández; Ocamonte: Araque; Por Onzaga: Cárdenas y Ardila; por Páramo: Uribe y Ardila; Riachuelo: Martín del Busto; por Santa Rosa de Cerinza: Morales, García, Corredor, Higuera y Pérez; Sogamoso: Vega, Díaz, Nosa, Avendaño y Alcantúz; por Tausa: Rodríguez; por el Valle de San José: Ardila y Ríos; por Vélez: Flórez, Franco, Camacho y Vanegas; por Zapatoca: Vesga.

 

Hubo otra asonada también, de poca fuerza, pero sumamente bochornosa en el hermoso casar de Charalá el domingo diecisiete de diciembre, promovida por el hombre fuerte, el sin igual capitán Pedro Antonio Nieto contra monseñor José Carrión y Marfil, visitador, provisor y vicario general del arzobispado, quien de visita periódica vigila el desempeño y buen recaudo de los dineros de las iglesias de todo el arzobispado. Y que al hallar allí, malos manejos en los libros de la fábrica de la iglesia llamó paternalmente la atención del encargado de la misma el tal mentado capitán.  Este ni corto ni perezoso, para tapar el robo y peculado promovió tumulto contra su Ilustrísima, después de este celebrar la misa mayor, diez de la mañana, para ser exactos. Al fin los revoltosos se sosegaron y las cosas no pasaron a mayores, con el agache de la cerviz del promotor del incidente y el abandono del lugar de los diez o quince picados lugareños que se marcharon contentos a seguir libando a costas del demagogo capitán.  Mientras que el señor Carrión, sumamente enfadado, amenazando y excomulgando a diestra y siniestra proseguía su rápida inspección a la aldea de San Josef de los Confines, lugar de su itinerario, prometiendo a cierta cruz no volver a pisar jamás estos lugares del infierno, llenos de miseria y de ladrones.

 

¿Tendría memoria este oscuro individuo, apellidado Nieto, adornado con largo rabo de paja, para inculpar inicuamente a su amigo Galán, meses mas tarde en un infame informe presentado a la Real Audiencia y al alcalde del Socorro Angulo y Olarte? “Y entre las muchas insinuaciones y representaciones que cómo comisionado se me hicieron por particulares, y en solicitud de recaudar lo que este ladrón violentamente les había quitado, se registran los intereses que usurpó de los sujetos que constan en la minuta o razón que acompañó a esta; que una y otra se servirá V.md. agregar a los Autos, para que en su confesión diga y declare en qué a invertido estos intereses; en donde los ha vendido, y a cuyo poder se hallan, para que los interesados soliciten su recaudación, y este ladrón quede castigado según las leyes; y que sirva de ejemplo a tantos que por voz y acciones siguen los pasos del fraudulento Galán, sirviéndose vm. darme recibo de esta prevención, pues así conviene para efectos de mi comisión.  Dios guarde a  vm. muchos años.  Charalá y octubre 21 de mil setecientos ochenta y uno. De  vm. su atento servidor. Pedro Antonio Nieto”. Debería haber dicho: para efectos de mi traición.  Pero no se atrevió a decirlo.

 

Nos estamos asomando muy nerviosos al revoltoso año del ochenta y uno. Sus ciertas calendas nos prometen un año de mucho calor, los idus de marzo nos auguran un estallido, no necesariamente de un volcán, con días nefastos de harto bochinche, mucha polvareda, y bastante reguero de sangre.  Y aunque el ambiente está caldeado, los pecheros prevenidos y avisados, los pensamientos bien dispuestos, las ideas no muy claras, el juicio ya sujeto, los artificios solamente discutidos y la chispa del incendio ya prendida, solo falta esperar el viernes día de alboroto para iniciar la gran conflagración que incendiará el Reyno por sus cuatro costados.  Y el ombligo es el Socorro. No podía ser otro el pueblo redentor. Lo escrito, escrito está. “De nada hubiera servido aquellas perturbaciones del orden público si el Socorro no capitaliza su importancia. La revolución necesitaba conformarse y configurarse en torno de propósitos idénticos.  Siendo como era la capital textil del virreinato, el epicentro comercial de la comarca, la encrucijada de un intenso trafico de arrieros, viajantes y colonos, y la sede de una aristocracia rentista embuida de complejos nobiliarios, era apenas lógico que le hubiera correspondido asumir la rectoría del movimiento”(68). El mismo Galán sabe y conoce que sin tener la fuerza y el apoyo del Socorro es imposible tal empresa, “y qué ínterin el Socorro no diera pendolada sobre aquella obra, no se podría poner mano en ello”; (69). Pero también es cierto, que si Santafé, a la cabeza del marqués de San Jorge,  no inteligencia, no comunica ánimo y noticiosa información valiosa, si no presta ella apoyo moral y económico a los mandones del Socorro, el alzamiento no hubiese tenido el éxito “relativo” que tuvo.  Cerca de setenta conjurados comprometidos con la causa están listos a prestar el apoyo necesario cuando les sea solicitado entre ellos Bonafonte, Vergara, Arce, Vélez, Bernal, Santamaría, Campusano, Correa, Ignacio Díaz, Espada, Franco, Lozano, Millán, Villegas, Silva, Pablo Díaz, Francisco Rodríguez, Porras, Quijano, Fernando Rodríguez, José Ignacio Ramírez, y Rafael Ramírez. “don Dionisio de Contreras es un caballero muy rico, poseyendo dos millones de pesos”. (70). “Suponiendo tener aliados que lo protegían” (71).  “Doy noticia de lo que es cierto de Santa Fe”, (72).


 Y por este mismo tiempo abordó Galán a Charalá, volándose de Cartagena. Huyendo inteligentemente no se dejaba ver por ninguna parte, quizás escondido con los guanes, y viniendo esporádicamente a casa de Toribia.  “Pero de mucho ánimo; que solo se había venido de Cartagena sin cumplir su destierro” (73).  Y a los tres se huyó, tan corregido, que en las sublevaciones del Socorro lo echaron de la cárcel, donde se hallaba por incestuoso con una hija” (74). Inapropiadamente se ha dicho  y se le ha endilgado a José Antonio  el premeditado abuso carnal de su hija y que las autoridades nominaron como incesto.  Poco tiempo antes del levantamiento del Socorro, quizás cuatro meses antes cuando en calidad de desertor y remiso había Galán regresado de Cartagena a su hogar, la esposa de este compareció con su hija, de catorce o quince años a lo sumo, ante el alcalde de Charalá, y “de libre y espontánea voluntad, presentaron formal denuncia de palabra contra José Antonio Galán, por el delito de forzar repetidas veces y contra su voluntad a su hija, para gozarla como a su propia esposa”.(75) . Si bien es cierto que posee rasgos negativos de dolorosa pesadumbre, como cualquier ser humano, “tiene poco sentido común y una ignorancia general de los valores morales éticos,  falta de confianza en sí mismo, hipocresía religiosa, histeria, reserva, masoquismo y decepción, por ello puede darse a la bebida, debido a la constante necesidad del estímulo emocional y físico”.(76) No creemos que el líder haya cometido este grave pecado contra su misma sangre, como tampoco lo creyó Buenaventura Gutiérrez, mogotano, casado en estos meses con la hija de Galán, pues mal haría el yerno, de armas tomar como Galán, en acompañar, liderar y aún servir de guardaespaldas al charaleño, si no confiara plenamente en él y a sabiendas de que su suegro había violado a su esposa, la madre de sus hijos. “Nos hallamos dispuestos a salir con nuestra tropa el diez del corriente, cuyo seguimiento tenemos practicado con todos los comunes del lado del Socorro; y Gutiérrez salió de aquí para Tequia con la misma orden, a disponer la salida de aquellas tropas”. (77). “Y su yerno Gutiérrez salió de aquí para Tequia con la misma orden a disponer la salida de aquellas tropas” (78).

 

 

A mediados de marzo, obedeciendo a los superiores despachos del Regente visitador general y del corregidor, y justicia mayor de la provincia de Tunja el maestre de campo don José María Campusano y Lanz, dispuso el cabildo del Socorro fijar sobre una tabla, colocada en uno de los lados de la puerta de la recaudación de alcabalas, contigua al portal de la residencia del alcalde ordinario de primer voto, don José Ignacio de Angulo y Olarte, suaitano, en la plaza mayor de la villa el edicto acompañado del auto resolutivo y el arancel para la exacción del derecho de armada de Barlovento, llamado también sisa o alcabala nueva, en atención a que el mencionado alcalde era a su vez el asentista del ramo de alcabalas.  El viernes dieciséis de marzo, día de mercado semanal, originose un tumulto, cuyo número fue calculado en dos mil personas, armadas de piedras y armas encubiertas y descubiertas, encabezado por José Antonio Delgadillo tocando un tambor, a quien acompañaban los carniceros de la villa: El zarco Ignacio Ardila, Roque Cristancho, el cojo Pablo Ardila y Miguel de Uribe, reconocidos peseros y mal nombrados los magnates de la plazuela o los plazueleros y el joven chispero Isidro Molina. Prorrumpiendo airosos con los gritos de ¡viva nuestro rey de España, pero no admitimos el nuevo impuesto de Barlovento¡, encaminose el tumulto de la plazuela de Chiquinquirá a la plaza grande, dirigiéndose luego a la casa del alcalde ordinario, a tiempo que este, a causa del alboroto, se asomaba al balcón, manifestando a los revoltosos que tenían que observarse las órdenes del Regente y superior gobierno, en cuyo cumplimiento daría su garganta y los exhortaba a que se sosegasen, prometiéndoles que se informaría por intermedio del cabildo al señor Regente para que se suspendiese el cobro de tal impuesto.  Tales palabras, que sonaban huecas, lejos de calmar el ímpetu de la multitud la enardecieron mucho más, y de sus senos salieron voces airosas y desafiantes contra el alcalde, provocándolo a que bajase y replicándole que antes morirían todos que consentir con el nuevo pecho….. Y acercándose al portal de la recaudación la valerosa mujer Manuela Beltrán, arrancó en un rapto de sacra ira el edicto con el arancel, haciéndolo trizas, juntamente con la tabla en que estaban fijados entre la algarada y el delirio furibundo del populacho enardecido, quien recorría luego las calles con gran barullo y alboroto, gritando: ¡Muera el Regente¡….!Muera el fiscal Moreno¡. “Qué en el mesmo día de la sedición no distinguió sujetos, porque todos los que se aparecieron se precavían con sus sombreros gachos; que pasados algunos días supo que Josef Delgadillo había hecho tocar el tambor y a este le seguían Roque Cristancho, Ignacio Ardila, el zarco, Pablo de Ardila, el cojo, Miguel de Uribe y otros muchos de sus aliados; y que son ciertas las expresiones que en aquel día dijo que habían de observarse las órdenes del señor Regente y superiores, de lo que enardecieron, expresándole que bajase abajo, cuya voz salía del tumulto, y solo conoció a Manuela Beltrán, que rompió el edicto y responde”(80). “La viejecilla de que aquí se habla fue la que dio la primera voz; pero  el pueblo estaba ya tan descontento con los continuos impuestos y más que todo con los guardas y administradores, que no aguardaba sino la ocasión de manifestar su resentimiento, el cual comenzó porque a la citada mujer le hicieron los guardas de alcabalas derramar un poco de arroz que había comprado con un ovillo de hilo, del cual pretendían aquellos no había pagado la alcabala”(81). No era muy joven que digamos, tenía cincuenta y siete años cuando la Beltrán rompió el edicto. De familias fundadoras del Socorro, venidas de Simacota, era conocida como comerciante y revendedora; mamá bella, era gorda, cuello grueso del toro, altiva, muy apegada al goce de sus fueros, criada en relativa independencia económica. Nacida el trece de mayo y bautizada el tres de julio, día de San Beltrán. Tenía el talante de la líder obcecada, servicial, noble y atravesada.  Estimada por la pobresía, es un toro para el aguante y el trabajo, respondona y arisca, dueña de una voz garbosa y penetrante, que parece arrogante, pero solo es altiva, independiente, guerrera y laboriosa, inquietante y autónoma, de ninguna manera sumisa ni pusilánime. “María Manuela. En la parroquia del Socorro en dos de julio de setecientos veinticuatro, yo el Mtro.Dn. Joseph de Lara Mirabal, theniente de cura en ella condicional, bauticé y puse oleo y chrisma a una niña llamada María Manuela de un mes y veinte días, hija legítima de Juan Beltrán y Angela de Archila Sarmiento.  Fue su padrino Nicolás de Cardenás Barragán. Doy fee. Mtro. Joseph de Lara Mirabal. (82).

 

 

 “Pero advierte, señor, que en los respetos


que te has granjeado para mayores palmas


una sola mujer tiene alcanzado


qué del Socorro termines ya privado” (84).


 

El seis de agosto del ochenta y uno, el Arzobispo, confirió un indulto general de perdón y olvido a todos aquellos que habían participado en las revueltas, entre estos doña Manuela, haciéndola abjurar junto con los vecinos del barrio de Chiquinquirá en un documento que pinta muy a las claras el estado de ánimo de aquellos antiguos fantasmas insurrectos. Fue además obligada a pagar una alta suma de dinero y a ser desterrada a cuarenta leguas de distancia del Socorro, lugar de los hechos y de su familia. Radicada en Confines, lugar de su confinamiento, pasó los últimos años de su larga existencia: “En san Joseph de los Confines a los veintinueve días del mes de agosto de mill y setecientos noventa y dos años, yo el infrascripto cura enterré el cuerpo difunto de María Manuela Beltrán de Archila, soltera, no se le pudieron suministrar los santos oleos por encontrarme yo enfermo y postrado y no tener persona alguna que lo hiciera. Para que conste lo firmo. Firma y rubrica” (85). Señalando los lugareños el sitio de sus despojos al pié de unos cuantos sauces llorones, por el camino real a Charalá.

 

El dieciséis de marzo, dice Plata,  prendió en el Socorro la primera centella y no pudo saberse en esta capital hasta el veintidós. Sabedores de los sucesos del Socorro, el Real acuerdo de justicia, en sesión del día veintitrés, dispuso que el señor Regente comisionase al alcalde Angulo y Olarte para que indagase con sagacidad y prudencia el origen del tumulto del día dieciséis: quienes fueron los motores y si algunos ejercieron influjo en la plebe, y que en tal caso procediese a la prisión de los reos y su remisión a la capital.  Que restableciese la exacción del derecho del Barlovento, suspendida por el cabildo momentáneamente.  Que volviese a fijar la tabla y el edicto en el arancel, para que no quedase tolerada la insolencia de su rompimiento, y procediese con la ejemplar severidad que demanda crimen tan atroz, contra el delincuente que se atreva a quitarlo por segunda vez. “Ignacio Ardila, sus hermanos, dice el alcalde, Roque Cristancho y Miguel de Uribe, son los carniceros de aquella villa, que por no haber carnicería ni dehesa, compran los ganados que entran, y los expenden ellos; y cuando no vienen los salen a solicitar, y con el motivo de ser allí escasa la carne, y depender de ellos la venta, tienen a todas aquellas gentes plebeyas subordinadas; así las de aquella villa como las de Simacota, por abastecerse aquellas de allí también las más veces de carne, de suerte que por eso aquellas gentes les dan el nombre de “magnates de la plazuela”.”.

 

El, Berbeo, dice Plata, nombra por su secretario a Joseph Ignacio de Ardila, su sobrino carnal del escribano, y por su cabo a Ignacio de Ardila y Olarte, primo hermano del escribano. El, Berbeo, nombró por capitán de volantes  a Isidro Molina, pariente del escribano, quien asistía en su casa (la de Berbeo) y comía a su mesa. El, Berbeo, estaba escoltado siempre de los Ardilas, magnates de la plazuela, y de esta suerte hizo temibles sus resoluciones. No se infiere, pues, que la elección de capitanes y toda esta tramoya de sublevación, se hizo de acuerdo entre Berbeo y los Ardilas?. Su amado y favorito Molina confiesa que él mismo, Berbeo, dijo lo proclamasen de capitán, y aunque quiera dorarlo el escribano, por mano de Vega, sabemos muy bien las conferencias que tuvo sobre esto, mucho antes de la primera conspiración; y su mismo tío carnal de Berbeo, Cristóbal Martín, se ha jactado públicamente, después del perdón que a él, a Berbeo, se debe la quita de Barlovento, pues con los Ardilas convocó  la gente para este fin.” (86).

 

“La época fatal de estos desatinos fue  el día dieciséis de marzo en la referida villa del Socorro. Y está tan obstinada en reducir a su partido los lugares, que por edictos públicos los ha amenazado con la pena de abrazarlos y de acabar con las vidas, en caso de no observar sus pensamientos y de no declararse con entusiasmo bajo su comando. Este temor ha humillado las cervices de las parroquias mas sosegadas como lo ha sido entre ellas esta mía, la que se mantuvo inflexible a fuerza de mis exhortaciones, hasta que el día veinte en el que “ viribus et posse”, los alistaron a estos vecinos dos capitanes nombrados por los levantados del Socorro, llamado el uno don Antonio de Uribe y el otro Fermín de Ardila, los que aceptaron los empleos, por haberlos amenazado que de no servirlos se les apearía la cabeza. Los dichos capitanes en el día citado publicaron sus títulos a son de caja y con bandera, lo que no vi porque mandé cerrar el portón y ventanas de mi casa, pero la vieron todos. En este día no me atreví a hacer demostración alguna, temiéndome de mis feligreses, sino de otros muchos de los levantados del Socorro, que se hallaban aquí guardando a los capitanes” (87).  


El sábado diecisiete cerca de las siete de la noche, prorrumpió en el pueblo de Simacota un motín conformado por cerca de mil quinientos aldeanos, armados de piedras, ondas y bordones, hallándose en la plazuela vieja, esperando a que el administrador de la renta de tabaco, don Diego Berenguer y sus guardas saliesen con la ronda acostumbrada por aquel lugar para atacarlos. Al son de cajas y dando vueltas a la plaza los revoltosos gritaban con pasión desaforada ¡Viva el Rey y su Corona y mueran sus malos mandatos!...¡Viva el Rey  y mueran sus ordenes y los ladrones que están aquí!. Y a los ocho días, día de mercado en San Gil, amotinose la gleba. Eran las once de la mañana y hacía un calor infernal. Los revoltosos arrancaron furiosos el edicto, con el arancel y lo hicieron añicos. Isidro Molina dice que Berbeo lo mandó con Ignacio Tavera a levantar a San Gil y “ este se sublevó primero que el Socorro contra las reales administraciones de alcabalas, tabaco, aguardiente y naipes; y sus capitulares tuvieron la vergonzosísima paciencia de que las mujeres mas viles del lugar los echasen a empujones de su sala, ocupasen sus sillas y dictasen providencias, como depositarias de la autoridad real. ¡Hasta la sujeción de las mujeres se ha enrevesado en la villa de San Gil!” (88). Con lo que dieron bastantemente a conocer, dice el Regente Visitador, que estaban interiormente tocados de igual vicio y que aplaudían y protegían a los rebeldes. Y en Pinchote, el domingo veinticinco, siendo las ocho de la noche, algunas mujeres, quizás familia de Antonia Santos, promovieron un bochinche frente al estanquillo, aprovechando que no había cura ni alcalde, sacaron el tabaco del mostrador, lo llevaron a la plaza y lo quemaron, al tiempo que otras tocaban a rebato las campanas.

 

Y el viernes treinta, el Socorro volvió a demostrar con creces la bizarra enjundia que lo caracterizaba. Al estallido de muchos voladores, siendo las doce del medio día, reunieronse en la plazuela de Chiquinquirá una turba de gentes del Socorro, Simacota, Chima y la Robada, quienes habían ido, como cada ocho días, al mercado, armados en su mayor parte de cuchillos, machetes, chafarotes, sables, bordones, garrotes, piedras y armas de fuego que ocupaban casi seis cuadras de tumultuantes agrupados como masa y común, lo que hacía suponer un número muy cercano a las cuatro mil cabezas. “Reunidos en la plazuela, sacaron una carga de tabaco, que expendieron públicamente a cuartillo el manojo o andullo, con excepción de unos pocos que sobraron, los que echaron en un costal, que habiéndolo cogido Juan Agustín Serrano, uno de los tumultuarios y echándolo al hombro, encabezó el desfile con un puñal desnudo en la mano gritando: “Viva el tabaco” . Divididos en trozos los tumultuarios, se dirigieron por varias calles hacia la plaza, gritando unos: “Viva el tabaco a cuartillo”, y otros “Viva el tabaco y mueran los guardas”. Reunido el tumulto en la plaza principal, llamó el administrador del tabaco, don Diego Berenger al escribano Ardila, para que este diese fe de lo que viese. Momentos después de esto, llegó con varios compañeros, Juan Agustín Serrano, con el costal de tabaco al hombro, a la puerta de la administración de la renta. Observando esto el maestro don Joaquín de Arroyo, cura de la iglesia, hizo tocar a plegaria y salió inmediatamente con el Santísimo Sacramento, a fin de aplacar el tumulto, pero apenas había caminado dos cuadras, cuando hubo de detenerse por haberse encontrado con los amotinados, a quienes dirigiéndose en alta voz les dijo: “Viva Dios, y respondieron todos: “Viva”. Dijoles luego: “Viva el Rey”, y contestaron: “Viva. Luego insistiendo: Viva la paz y cese el tumulto”, a lo que algunas voces contestaron: “Cese”. Regresó entonces con parte de la multitud el cura, y en la puerta de la iglesia invitó a los perturbadores a entrar en ella, bajo santa obediencia, lo que así ejecutaron algunos, habiéndose quedado muchos por fuera. Más tarde, habiéndose presentado, al frente de la puerta de la tercera de tabaco, una arrabalera de casta de mulatos, a quien todos llamaban “la vieja Magdalena”, tan despreciable que no hay términos con que calificarla, preguntó en voz alta a los revoltosos: “¿Hay quien defienda las armas del Rey?”, y todos a una voz respondieron: “No”. “¿Hay quien se ponga a la defensa de la renta del tabaco?”, preguntoles enseguida; y contestaronle enfáticamente los tumultuantes: “No”. “¿Hay quien defienda este estanco?”, habiendo la multitud contestado: “No”. Entonces, la dicha Magdalena, en airado amenazante ademán lanzó con todas sus fuerzas, una certera pedrada contra las armas reales, colocadas sobre el dintel de la puerta, cuyo ejemplo, imitado por la gleba, desató una tormentosa lluvia de pedradas contra las dichas armas hasta volverlas pedazos. Luego sacaron el tabaco que hallaron en oficinas y le pegaron fuego en la plaza, despedazaron el mostrador, dos sillas, una mesa y la tabla de las tarifas, y se llevaron la balanza sevillana que allí estaba.”. (89). El cabildo de la villa del Socorro, en comunicación del  dos de este mes de abril, dice el Regente, me dio aviso de los repetidos insultos que la plebe de aquella villa y de las parroquias inmediatas ha cometido contra las rentas reales y la tranquilidad pública, llegando al extremo de faltar al respeto de nuestro Señor Sacramentado, que para contenerlos sacó en público el cura ecónomo maestro don Joaquín de Arroyo a quien y otro sacerdote don Joaquín Ortiz, que le acompañaban apedrearon, obligándoles a entrar, huyendo en la iglesia, hasta donde les persiguieron gritando: “Mueran, que Dios perdona”.

 

Pero la Divina Providencia se complace en colocar a las personas en el lugar y el tiempo preciso para que ellas siendo felices se conviertan en sujetos importantes, así sean de cortejo humilde y sencillo, como el caso de Juan Agustín Serrano, alias “el pintao”. Las sandeces de  vecinos y zopencos me recomiendan que lo trate de explicar con toda la confianza del caso para no dejarlo morir en el olvido.  Había salido mozo de su tierra en Girón en compañía de no sé quien, ni porque diablos, y al rejo nativo juntaba con astucia las patillas de su arte y el ceño criollo de los pelambres, sin importarle el hambre, ni la sed, ni el calor, ni la fatiga.  De apariencia bien curiosa, blanco y pecoso, de pelo casi rojo, chapurro y gordo de carnes, con el pelo erizado y cuello de toro, de voz meliflua con la brutalidad de un pesero, sumiso y húmedo, de gesto huraño, siempre esquivando el humo de la adulación, bien guarnecido de pistola de chispa y puñal sevillano. Como pocos, nunca usa sombrero, sin abandonar jamás la camisa de presilla atravesada y echada sobres sus pecosos hombros y las vistosas alpargatas olorosas a enjalma del trapiche. Siendo un ser humano muy servicial, conoce a todo el mundo, va y viene recorriendo la vereda, pero es inquieto, morlón, y perturbador de la paz pública. Es bien conocido entre la gleba y los líderes políticos y sociales del Socorro como agente provocador de la trifulca y el embate. Sin dejarse intimidar y sin ser considerado como criado o servidor, permanece soltero y así se mantiene hasta morir. Aunque está lleno de un profundo y un abyecto servilismo, viviendo en vulgar contubernio al lado de los Plata y los Berbeo, para poder respirar, pero está siempre a punto en el término de la distancia. Corto de palabras y tan callado como su perro, es bribón y salvaje, pero aparece donde lo llaman los demás. Es además, audaz y atrevido pero corto de entenderas. Temerario y arrojado, como agente provocador del pleito y la reyerta callejera, arrastrando su vida por mesones y chicherías de mala muerte, es propenso a los agravios y escandaloso al final de las jornadas pueblerinas. Vivía de regalo en montepío y agradecía cualquier morabetino que le obsequiaran o le pagaran para comer cualquier morcajo al desayuno. Nunca está libre de recelos porque sus dotes de agitador tropero habían vuelto locos a los peones y plazueleros del Socorro, mereciendo toda la confianza de los Plata y los Molina. Y cuando en estas alteraciones revolucionarias, las pasiones se desbordan aparecía él, donde aquel incendio tomaba el más alto grado de intensidad preparándose antes de desencadenar cualquier tormenta, contagiando a los demás con su entusiasmo levantisco y chispero. Va siempre adelante y trompiando la manada carneril, mostrando un arrojo que a veces rozaba la imprudencia, siendo el motor de los tumultos y excitador primario de la plebe. Ducho y experimentado sabía exprimir el sentimiento popular al frente de una masa, que antes tenían por estúpida, y que él manejaba a su manera con esos aires de anarquista presumido.

 

-       No hay puerta que no se abra con llave de plata, decían sus ojos recelosos y malignos.


-       Mira que tengo los sabuesos sobre mi cabeza, si asoman el hocico no faltará quien me advierta. Yo se que me juego la vida conspirando y no me dejaré sorprender en la cama como incauta liebre

 

La toponimia local de la gentil Socorro, guardará fiel copia y para siempre de la memoria de este sujeto sudoroso y patiliso y del lugar exacto de sus presurosos pasos correteando a los asustados frayles y sus acólitos del convento capuchino y en Zipaquirá ofreciendo meterle dos balazos a su Ilustrísima, el Arzobispo, por comprar la conciencia de Berbeo. “Que por cuanto yo dicho alcalde de segundo voto, el martes en la noche, que se contaron seis del presente mes, tuve denuncio de que Juan Agustín Serrano, vecino de Girón, estaba dentro de esta villa, y mediante a que este mismo fue el que pública y notoriamente, en los principios de los levantamientos, era el que hacía los oficios de seducir las gentes, y hacer de embajador contra las administraciones de tabaco y aguardiente, con el supuesto que iría a nombre de los comunes, y también de que salió a esta plaza con todos los pesos y romanas y públicamente en una hoguera redujo a cenizas así el tabaco, barajas y pesos, como también derramar los aguardientes y concurrir a destruir las demás administraciones de alcabala y guías, y el que con igual insolencia, según tenían noticia, hizo de embajador en el puente real, para invadir al señor don Josef de Osorio, oidor, alcalde de Corte y comisionado de la Real Audiencia de Santa Fé, y el que según tenemos iguales noticias, ofreció al Ilustrísimo señor arzobispo don Antonio Caballero y Góngora, un balazo en el campo de Nemocón o Zipaquirá, porque su Señoría procuraba la contención de la gente insolentada; y también el que acompañado de Isidro Molina y de don Juan Dionisio Plata y otros, repitieron viaje a invadir la Corte de Santa Fé; y en fin, el que ha sido el  móvil y causa principal, así de los pasados movimientos, como de los que se estaban experimentando en esta república y sus convecinas, por cuyas razones y como delitos notorios, yo dicho alcalde pasé en su solicitud y aprehendí su persona y puse en el calabozo de esta real cárcel con un par de grillos; y para que se le aplique el castigo que sus delitos merecen” (90).

 

El sábado treinta y uno bochincheros y atacantes saquearon por la noche en Simacota, las administraciones de tabaco y aguardiente, pasando a mayores los disturbios. El tres de abril, dispuso el real acuerdo, observando que los sucesos se iban agravando, para que el corregidor de Tunja, se trasladase personalmente a las villas de Socorro y de San Gil y allí indagase e investigue con sagacidad, cautela y sigilo el origen de los sucesos y los principales motores de los tumultos, hasta establecer la verdad de los hechos, pero “sin aventurar la tranquilidad pública, manejándose con la debida prudencia”. No obstante el corregidor Campusano, emprendió su salida desde Tunja a paso de tortuga, sin mirar que la situación era en extremo grave, recibiendo por ello una dura reprimenda del Regente, quien se halla sumamente contrariado: “este procedimiento de  vmd., que yo no esperaba, me ha sido muy reparable. Viva vm. persuadido de que se le hará responsable de tan punible omisión, y que si no provee enmendarla, pasando luego a dicho puente real de Vélez, y practicando lo demás que por las anteriores órdenes le está prevenido, se acabará de conocer que vmd ha abandonado el cumplimiento de sus mas esenciales obligaciones y se procederá a lo que corresponda”. Amenazas vanas que no se cumplen, porque es más violento el que manda y mas lerdo el que obedece.


El domingo primero de abril, el de las lluvias mil, se amotinaron los vecinos de Confines, Barichara y Chima, sucediendo lo que siempre sucedía: pedreas callejeras, quema de tabaco en las plazuelas, los gritos y abajos al mal gobierno, refriegas y turbamultas, con heridos y contusos de bando y bando. El lunes dos, en Oiba, siendo las once de la mañana, formose una algarada de una turba de cincuenta pobladores que se encaminó al estanquillo y habiendo tumbado la puerta, sacó todo el genero allí almacenado,  conduciéndolo a la plaza, simulándolo quemar públicamente. El martes tres, algunos revoltosos de la vecina Simacota, invadieron a San José de la Robada y saquearon la factoría de tabaco, de la cual extrajeron cerca de cuarenta cargas que se cargaron. El viernes seis, atumultuose por la noche el vecindario de Simacota, arremetiendo contra la casa del administrador don Juan José Domínguez, haciendo pedazos, las pesas y medidas . Tan rabiosos y alzados están, que yo presumo, que no harán respeto por la semana Santa que viene ya. El día ocho, domingo de Ramos prorrumpió un peligroso motín en el Tirano. Individuos de Chima y Simacota armados con toda clase de armas, en número de doscientas personas a los menos, hicieron irrupción en las horas de la noche en el poblado y penetraron en casa del administrador de tabaco y aguardiente,  de donde se llevaron medio tercio de tabaco y el aguardiente que había.

 

El lunes Santo, nueve de abril, dispuso el Regente nombrar al oidor y alcalde de Corte don José Osorio, español recién posesionado del cargo, para que “practique todas las diligencias conducentes a pacificar los ánimos de los sublevados y castigue a los culpados, restableciendo las rentas reales y la quietud pública”, tanbien para que marche el capitán de granaderos del regimiento “Fijo”, don Joaquín de la Barrera, con el mando militar de la expedición auxiliar del anciano oidor, quien moriría cuatro meses después en Santafe, después de los dolorosos afanes, de tanto correr y parlamentar con odiosos rebeldes y de un “acceso de hidropesía” al decir del coronel Bernet, y un tanto obeso diría yo. El diez, y martes santo, día de mercado en Charalá, aparecieron al amanecer pasquines en la puerta de las administraciones de alcabalas del tabaco y aguardiente. Gentes venidas del Socorro atumutuáronse en las cuatro esquinas de la plaza y en las calles principales vendiendo el tabaco. Casi al medio día, siete hombres, llegados del Socorro, capitaneados por un tal Chaparro, ayudaron a la sublevación de la plebe y en poner por cuenta del común los géneros que había en los estancos. A pocos días de esto, abordaron sesenta hombres más, procedentes del Socorro y comandados por Roque Cristancho e Ignacio Ardila, reunieron nuevamente a la gleba, aclamando como capitanes de la aldea a Pedro Antonio Nieto, don Antonio José de Araque, don Ignacio Calviño, don Félix de Vargas y a don Francisco Reyes. “Berbeo y sus compañeros de la capitanía general del Socorro, dieron títulos de capitanes volantes a varios individuos, para que recorriesen el territorio de cada pueblo y levantasen el vecindiario, desde el principio de la insurrección, ellos levantan lugares por sí mismos, derramando cartas convocatorias. Por medio de sus confidentes: Ignacio Ardila y Roque Cristancho, sublevaron a Charalá; pero Monsalve y Rosillo escribieron al procurador de aquel común, que solicitasen la obediencia de todos a los capitanes del Socorro, para conseguir unidos, el intento pretendido, pues si se rompía la liga, resultaría la ruina de todos. Consta por otras cartas que los dos y Berbeo tenían con los charalaes sus correspondencias de sedición. Lo mismo se deduce de las que remitieron a Oiba, a Pinchocte, a Suaita y a otros lugares, sin hablar de la ciudad de Tunja, Villa de Leyva y pueblos de ambas jurisdicciones, sublevados por su orden” (91).


Parecía, o por lo menos eso hacía suponer, que el tiempo tempestuoso había ya amainado y que los tropeleros se hallaran muy cansados y estuviesen descansando sobre mullidos lechos. Pero no. Simplemente, dando acatamiento a su fe y a su conciencia se adentraron respetuosos en templos y capillas para entregar su espíritu abatido y descontento en brazos amorosos del Señor Crucificado. Ellos son conscientes de estos días consagrados al sacrificio y redención de los pecados. Afuera, pueden esperar un rato las rabietas, el tumulto y el señor Regente con sus guardas camorristas. Extrañamos no haber visto a Galán en la toma a Charalá, no se asoma, ni da la cara. Lo entendemos. Tiene problemas con la autoridad del lugar y es huído del “fijo”. Esperémoslo un momento. Perro viejo late echao y en el                                                         momento  menos pensado, salta el zorro.

 

Y el lunes de pascua: “aquellos enemigos irreconciliables de la paz  y la tranquilidad publica concurren el día dieciséis de abril a la  villa del Socorro, en número de cuatro mil a seis mil, atraídos por aquel primer relámpago de sedición que se descubrió en ella con la rotura de los reglamentos para la sisa. Ya no hay autoridad ni fuerzas para resistirles. Los guardas y sus jefes huyen. Los jueces ceden a las violencias. La república y los reales intereses se abandonan a su arbitrio. En fin, se apoderan de estos y gobiernan a aquella villa sin la menor oposición que los contenga”. (92). Indispuesto, sobrecogido de temor y además enfermo el alcalde del Socorro, abandonó su puesto y se refugió en su hacienda de Suaita. “Siguiendo la desenfrenada plebe de las villas de San Gil y Socorro y los más de los lugares anexos a ellas, en continuar cometiendo los más reprensibles excesos, como son los que se vieron en la del Socorro, el día lunes, dieciséis del que gobierna, pues a la una de la tarde, habiéndome mandado a llamar don Diego Berenger y don Ignacio de Arriaga, concurrí en compañía de don Salvador Plata a la casa de administración de tabacos donde se hallaban los dichos y los guardas; y estando en dicha casa se apareció un mozo con una carta de la plebe para don Diego Berenguer expresando saliesen los guardas y el expresado administrador, a lo que respondió el dicho Berenguer, viendo él sin remedio, que saldrían; y luego se apareció la turba, que según los mismos dependientes de la renta regularon, no bajarían de setecientos, pidiendo se les entregase un tercio de tabaco y que no harían mas novedad; y habiéndoseles entregado por dicho administrador lo sacaron a la plaza y lo quemaron, junto con las varas, pesos y medidas que quitaron al fiel ejecutor, para que no cobrara derechos ningunos;  y luego se aparecieron otras dos turbas de gente, cuasi cada una de igual consideración que la antecedente, queriendo echar la puerta de la administración abajo a machetazos y piedra, y diciendo que pegarían  fuego a la casa, si no se les entregaba el tabaco; y viéndonos atribulados,  sin las fuerzas correspondientes para poder resistir, resolvimos entre el administrador, guarda mayor y yo, el que se pusiesen algunas cargas en la tercena y se les entregasen, para de este modo guardar ciento y más cargas que están en los almacenes; y sacaron nueve cargas y un tercio, y las destrozaron en la plaza; y luego pidieron las  barajas y les dio el dicho administrador unas docenas de las barajas de contrabando y del mismo modo las destrozaron; y no satisfaciéndose la furia de estos malvados, pasaron a mi casa, queriéndola del mismo modo derribar como la antecedente, a que el asentista de aguardiente le entregase las bodegas, para derramarlo; y viéndose dicho asentista sin arbitrio, les entregó una botija de aguardiente, diciendo que no había más, y la derramaron en la plaza; y de allí pasaron a mi misma casa y sacaron de la oficina de alcabalas las guías y tornaguías y el sello de los lienzos; y este lo quemaron en la plaza, expresando que no se había de cobrar más alcabala; y de allí fueron donde el alguacil mayor y le dijeron que no había de llevar mas derechos a los encarcelados, que era real y cuartillo.  De este modo, con indecible furia y confusión gritaban y proferían cuanto les venía a la boca, y que si no salían los guardas y el administrador, los habían de matar, en cuyas circunstancias se refugiaron unos en la iglesia y otros en casas particulares, para determinar su salida con secreto, por no haber bastado las reconvenciones que se le hacían a la plebe por mí y otros particulares, y por el señor maestro don Joaquín de Arroyo, pues tan breve asentía la plebe a una casa como disentía de ella, y así no se podía tomar sustancia de  nada; como todo  lo podrán hacer patente  a  v.s. los mismos dependientes, y de mis procedimientos en todos los asuntos acaecidos y que no han bastado los medios que pude poner, para ver si se podía impedir el grave perjuicio a las rentas, pues a mi costa puse cuatro guardas, pagándoles a cada uno doce pesos mensuales; del mismo modo don Ignacio Arriaga otros cuatro y don Diego Berenguer dos, con las armas correspondientes para que asistiesen de noche a guardar la administración de tabaco, en compañía de los demás guardas de ella; y solo se pudieron juntar siete hombres de satisfacción, por no poner otros de quienes no tenían confianza. Al día siguiente, martes, por la mañana,  corrió la voz de que el señor corregidor de Tunja entraba en aquel día en el Socorro, y salió toda esta perversa gente a atajarlo, que no había de entrar, o le habían de quitar la vida; mandando aviso para todos los lugares para que viniese gente; y así se estuvieron en el sitio de la Polonia todo ese día y esa noche; y me aseguran que no bajarían de cinco a seis mil hombres con los que se habían juntado,  armados con ondas, piedras, chafarotes. En este mismo día venía el correo y me aseguran abrieron la valija, sacaron las cartas y las leyeron a voz de pregonero, y entre ellas las que venían para Arriaga y don Diego Berenguer, la cédula para que contribuyesen con dos pesos los casados y uno los solteros, y la causa contra los delincuentes del guarda Sepúlveda, que según me dicen, se quedaron con ella; y los demás papeles, me dijeron, los habían entregado al escribano. En dicho día por la tarde, hubo noticia de que esa noche querían quemar a don Diego Berenguer, al teniente don Clemente Estévez, porque había mandado  hacer unas bombas contra ellos, y a don Ignacio Celi, porque no les había querido vender pólvora, que así se le había mandado; porque lo tenía puesto el alcalde Angulo para cobrar las alcabalas, Barlovento y despacho de guías, expresando que era tráfico que en esto se había formado; al regidor don Gregorio Roldán, que esa noche le habían de dar muerte; y viendo yo todo esto, y que decían las gentes que no había de quedar la renta de propios y que el archivo lo habían de quemar; y que no había arbitrio par defenderlos de cualquier insulto que estos amotinados intentasen, puesto que ya la gente buena se hallaba amedrentada por la plebe, cuando no se agregaba a ella, y no nos servía de ningún alivio, me salí fugitivo de aquella villa, abandonando mis propios intereses, y dejando mi mujer y mi familia fuera de mi casa, pues a esta cada día le estaban insultando; y en aquella noche ocurrió que fueron a buscar a Celi para matarlo. Yo llegué  esta de Suayta como atabardillado con la jornada tan dilatada que verifiqué en noche y día, y un mes de desvelo, desde que comenzaron los insultos; por lo que determiné informar a v.s. todo lo acaecido, para que provea lo que más convenga. Lo que más anza y soberbia dio a la plebe fue un pasquín que mandaron de esa ciudad, apoyando sus maldades, convidándolos para que fuesen a esa, donde los coadyuvarían con novecientos orejones; y que aunque viniese Campusano con gente, no le temiesen; y que si al Común de Santa Fee lo precisaban a la defensa, no temiesen, que las bulas irían a las nubes y las armas blancas no cortarían contra ellos. Con esto les parece que ya son señores de todo el mundo y tienen avasalladas las gentes de aquellas jurisdicciones. Yo me mantengo en esta parroquia hasta recuperarme de la salud y ver si aquellas gentes se sosiegan, para volver; pues en la estación presente no respetan a los jueces y hacen lo que quieren, sin poderlo remediar, pues de oponerse uno sería perder la vida y quedar las cosas en peor estado que antes, pero mi ciega obediencia siempre estará pronta para cuanto me ordenare” (93).


Angulo y Olarte había comprendido, muy tardíamente, que aunque España se ha movido siempre en defensa de sus mas caros intereses, en este caso no tiene un gobierno fuerte que pueda garantizar sus fueros en la zona del Socorro, centro revolucionario de primer orden y de vieja data no estaba tan pasiva como lo suponían las autoridades virreynales. Por todos los puntos de su geografía se han levantado sus habitantes en fiera lucha de resistencia. Es tanta su preocupación, que el Socorro no pregunta por la vida de sus hijos sino por la salud de su terruño. Eran los vigorosos momentos en la cual el virreynato rugía como una tempestad estrepitosa, presagiando los graves sucesos que un animal llamado pueblo está próximo a parir una revolución, sin reparar en jueces, ni lágrimas, ni tropa armada. Hay que echar abajo la tiranía del opresor, decían, que nos oprime con más impuestos, que nos trata con desden y con soberbia, exprimiendo al criollo, al mestizo y al indio, sin ninguna contemplación, como si nosotros no fuéramos nacidos y criados en esta tierra y dueños de nuestras vidas. Es fácil hoy prever, que la agitación popular de esos pueblos es cada día mas difícil de contener y aunque no había temor de una confrontación civil entre las gentes del reyno, solo se temía que abordara la temida anarquía, desembocando en un desenfreno brutal del populacho y luego invadir a Santafé y “pasar a cuchillo a los godos”, como alegaban algunos sediciosos infamantes. En todo caso estos hechos poderosos es un legado de aquellos tormentosos motines en que se produjeron levantamientos, sin duda, caóticos, irracionales y confusos, que el pueblo raso no sabía a ciencia cierta lo que quería pero si lo que no quería, y que, de cualquier manera cambió el rumbo social del virreynato. Nada después fue igual. Por supuesto, se resquebrajó la clásica frontera moral entre una autoridad y la masa amorfa del Común, quedando solos en mitad, unos desquiciados frayles capuchinos hablando pestes del infierno que vivían. Inquieta la Corona, empieza a verse en serios aprietos para contener las movilizaciones comuneras, combatir a los insurgentes y apagar un incendio de vastas proporciones, cuyas llamas carmesí avanzan peligrosamente hasta abrazar a todo el Reyno. Especialmente indignante para el mandatario es observar impávido como reina el caos, se fortalecen y se acrecientan los movimientos de rechazo con gigantescas movilizaciones, sin que aparezcan por ninguna parte ni el corregidor Campusano, ni el oidor Osorio, quienes habían amenazado, hace rato, con venir a reprimir la plebe con la aparatosa soldadesca acostumbrada, y el solo, esperando con impaciencia a quienes nunca habían de llegar.

 

Bien cierto es, que Dios oye las fervorosas oraciones de sus hijos. “Va el portador con el objeto de que vm. se retire inmediatamente de Monguí, porque las cosas se están poniendo muy malas. Escóndase vm. debajo de la tierra, porque van a mandar requisitorias. Mande a su afectísimo amigo que besa su mano. Firma el doctor Ruíz de San Gil”….. “carayo lacona” (94),  logra responder Galán a su amigo y mensajero Baltasar de Cala, natural de Oiba, quien lo invita a huir a su casa hacia la cuchilla de Oiba, muy cerca de otro asentamiento guane. Se halla un tanto abatido y algo enfermo con los sacudimientos de un escalofrío para luego venirle las calenturas; y al recuerdo de sus pasadas persecuciones andan sobre sus ojos un brillo intenso y pasajero, mientras reza algunas preces con devoción y desinterés. Conoció así lo grave de su enfermedad y trató de ponerse en camino, sin embargo el estado gravoso de su espíritu lo aniquilaba minuto a minuto. Regresa arruinado, quejoso e inadvertido por la mayoría, pero no es sujeto a quien la adversidad lo derribe tan fácilmente, por el contrario, se levanta como un misterioso roble como símbolo de la voluntad y la energía lanzados al vendaval revolucionario en medio de la agitación y los conflictos de los pueblos que hierven de pasión y beodez incitadora. Su estadía forzosa en Cartagena y el agotador viaje por el Magdalena arriba, en frágiles y sucias embarcaciones primitivas, sudorosas a pescado, por senderos casi intransitables y por trochas de contrabandistas, hasta abordar a su terruño lo habían debilitado un tanto en su prodigiosa resistencia al agotamiento y a la enfermedad. Seguramente está convencido de su fuerte temperamento y de su poderoso atrevimiento, como un presagio, también, de las tormentosas tramas que girarían, no muy tarde alrededor de su persona. Además, tenía derecho a cierto grado de indulgencia, fruto de su perenne lucha, pues nunca habían escaseado los sufrimientos y la miseria humana. Baltasar oyendo su relación en forma atenta, quedando penetrado de lástima, tuvo la feliz ocurrencia de llamar a su mujer,  quien despojada de su mantilla de Castilla, con ribetes de tafetán azul; de genio tan dócil como la malva y garrida como pocas, despertando al enfermo de los brazos de morfeo, se quedó parada en el dintel de la enramada, abultada de risa y desparpajo:

 

-       La afección es algo grave.


-       Comenzaremos con una sangría del brazo derecho, luego tomará sudor de paraguay con tres botones de manzanilla verde y cáscara de guásimo con la flor de la lumbaga.


-       Mande por el cura, antes mejor.


-       Vm. es un tunante.


-       Necesitas caret lege.


-       Mucho hemos aprendido de los guanes.


-       Ellos ordenan que primero está la miel que la salvación.


-       Estoy sorprendido y alagado.


-       Mucho se lo agradezco.


-       El corazón me avisa nuevas desgracias.


-       Mañana tomará un cocimiento de bledos y llantén acompañado de frotaciones con aguardiente alcanforado, agregado a ello un poco de mostacilla.


Entre manadas , recuas y meznadas de campesinos, se acogió al asilo en el corazón de la montaña. Las sombras y misterios, cubiertos de rastrojos, ocultan las noches friolentas que entumecen los huesos y privan los pensamientos incendiarios y conspirativos. Se quedó pasmado, ojeroso, descolorido y macilento, tristemente sentado en el alar de la miserable choza, viendo al despertar muchas mulas comiendo cogollo picado, un peine de cuerno, unas totumas colgaderas, un tiple, un garrote viejo, un rejo de enlazar y unas crinejas.


-       Sufre mal de azogue e inapetencia.


-       Es un mal curable.


-       Es la misma buenamoza.


-       No me detenga que ya quiera venir el día.


-       ¿Cuál es el afán de vm?.


-       Tengo una familia dilatada y numerosa.


-       La tormenta suena cerca.


-       Así está mejor. Sin violencia y estrategia.


-       Así las cosas, no le queda otro camino que apurar el tránsito.


-       ¿Es vm. un fugado del Fijo?.


-       Yo, amigo Cala, de nadie escapo.

 

Y con arisco ceño, le recomendó silencio. Estando en aquel trance se acordó de un guane amigo, a quien tenía obligado con antiguos favores, y apurando el paso para no mover sospechas. Se le enrostra que es malicioso, pero no es culpa suya, es el instinto primario de conservación que siempre acompaña a todo el que es perseguido.

 

-       ¿Desea vm. ayudarme a salir de este mal paso?.


-       Tres veredas hay: se compra, se pide a un amigo, o se toma. Así no mas: sin reales no se compra, y el amigo nos falsea.


-       Oiba lo espera.


-       El fervor popular se extiende a la provincia y llega a las humildes y apartadas parroquias del reyno.


-       Estoy enfermo, seré solo un convidado de piedra.


-       Don Gregorio Rubio lo solicita.


-       Lo digo con harta franqueza de mi parte.


-       Pero se nota su entusiasmo y su pasión.


-       Con estos fríos del enemigo malo.


-       No tenga cuidado vm.


-       Pues, que no caminemos sino de noche.


-       Si, porque las mulas están muy gordas y se fatigan dello.


-       Yo allí tengo parte y lo convido.


-       Lo acusan de inmoral a todas luces y refieren hechos muy escandalosos de su persona.


-       La opinión pierde mucho.


-       En nada disminuye la estima que le profeso.


-       En todas partes suele andar la chispa.


-       Y nosotros cargamos con una odiosidad que nos merecemos.


-       Yo la creo falsa.


-       Todo a costa de nuestra tranquilidad y buena reputación.

 

Empuñando su cuchillo y un mohín de su dolor, se colocó en sus filas para marchar a puente real de Vélez. “Josef Antonio Galán confiesa el mismo, que estando enfermo en Oiba lo trajeron al puente real Cala y Rubio: que de allí pasó a Chiquinquirá, vino a Enemocón,”. (95).

 

Durante aquellas memorables jornadas populares fue leído en altas voces por calles y plazas un pasquín o papelón sedicioso, vulgar y denigrativo, escrito en malos versos, enviado desde Santafé por don José de Alba con don Bernardino Girón, nativo de Chima, fue a parar a Simacota, de los principales focos de la sublevación. De allí se sacaron muchas copias, una de las cuales la remitió don Juan Bernardo Plata de Acevedo al escribano del Socorro don Mateo de Ardila y otras se llevaron Isidro Molina y el “tosco” Martínez. Fue Isidro Molina, uno de los que al son del tambor lo leía públicamente, mientras que Juan Agustín Serrano, recorría sus calles, leyéndolo en voces altas y descompasadas a los rabiosos tumultuarios. Don Salvador Plata, en actitud velada y miseria moral revela quien es su autor, y de paso manda a las galeras a don Javier de Vergara. Como buen pillo y con rampante vulgaridad, don Salvador, no se para en mientes para sacar brillo a los botines del Arzobispo: “que no sabe quien sea el autor de dicho pasquín en verso, que se remitió de esta Corthe, ni quien lo entregó al nominado Alba, ni los sujetos que tengan correspondencia desde Simacota con personas de esta capital; pero que lo que puedo decir es que Pedro Fabio de Archila, capitán de Simacota, tiene un hermano religioso, lego de Santo Domingo de esta ciudad, llamado fray Ciriaco de Archila…. No cree que sobre puntos de sublevación hallan tenido los capitanes y demás porque se le pregunta, correspondencia con personas de esta ciudad, y que lo que únicamente puede decir por habérselo oído decir  a don Juan Francisco Berbeo, que debía una particular estimación y antigua amistad a don Francisco Javier de Vergara, regente del tribunal de cuentas de esta Corthe” (96).

 

Por sus irresponsables manejos políticos y sociales los chismes de don Salvador, a la larga tuvieron mortales consecuencias: “Reservada. El Rey se ha enterado de los documentos que se acompañaron a la nota reservada número 24, y ve con satisfacción la prudencia con que ha obrado VE. para conservarle ese reyno. El Rey aprueba todo lo que ha hecho VE. para apagar las ideas de infidelidad;  pero en vista de la activa parte tomada por don Jorge Lozano de Peralta, que con sus escritos sediciosos conmovió la reyno y regó la semilla de la deslealtad, ordena a ve. que se le reduzca a prisión y se le encierre de por vida en el castillo de san Felipe de Barajas, de Cartagena, sin más formula ni juicio, guardándole en la prisión las consideraciones de su nobleza. Asimismo su confidente fray Ciriaco de Archila será confinado a uno de los conventos de su orden de esta Corthe. El Rey espera el cumplimiento mas estricto de esta orden que tanto interesa a la sujeción en que deben vivir esos dominios”. (97).

 

El miércoles dieciocho, fue un día de incesante trasiego y barullo en la cabecera del Socorro, con motivo del ir y venir de tropas, unas tras otras, de todos los lugares del reyno, al mando de sus líderes, las cuales son recibidos con cohetes y repiques de campanas, indicando con sus movilizaciones que el conflicto se ha radicalizado definitivamente. La marcha general se hizo en formación correcta y al son del tambor de la plaza principal capitaneadas por Isidro Molina, el sarco, Ignacio Ardila, el pintao, Juan Agustín Serrano, el cojo, Pablo Ardila y muchos plazueleros. Y en orden de parada promulgaron a tambor batiente, en cada una de las cuatro esquinas, “un mandato del pueblo”, recibido en copia y escrito con la letra del propio puño de Manuel José Ortiz, portero mayor del cabildo del Socorro. Que hermoso espectáculo el de este pueblo amado, que hasta el sol tuvo mucho que ver con el, pues ejerció sus violentos rayos con mayor fiereza. “Nos, el común de toda esta jurisdicción de la villa del Socorro, por cuanto hallarnos esperando avance que nos viene prometido, de venir a asolar, agotar y destruir nuestra villa y sus moradores, para cuya defensa tenemos ordenado y dispuesto, para gobierno y quietud de los soldados, y buenos ordenamientos, hemos tenido por bien nombrar y elegir por capitanes generales, en primer lugar a don Juan Francisco Berbeo, a don Salvador Plata, a don Antonio Monsalve, a don Diego de Ardila. Los cuales hemos nombrado por hallarnos con mas de cuatro mil hombres al presente y no poderse gobernar de otro modo. A los cuales dichos capitanes nos sometemos a rendir la obediencia, como a nuestros superiores, bajo las penas que ellos hallaran y tuvieren a bien el imponernos;  y nos obligamos a la defensa de que no se consentirá que ultrajen la persona de ninguno de ellos, ni se les falte al respeto. Bien entendido que todo esto sea anexo al uso de la defensa de nuestra empresa, y que lo  contrario usaremos de nuestro derecho con todo el rigor contra el capitán que se nos rebelare en contra nuestra lo cual no esperamos del christiano celo y honrosidad de  dichos capitanes. Y para que así conste, se promulgará este Auto, sirviendo de título a son de caja y voz de pregoreno, en cada esquina de la plaza de esta villa, en las demás plazas de los lugares de esta jurisdicción. Así  lo   otorgamos y prometemos cumplir bajo de la pena de nuestras vidas, en caso de rebeldía alguna que tengamos. Nos, el común”. (98).

 

Extrañamente, y en esa misma tarde, cuando ya caen las primeras tinieblas de la noche, acompañada de un fuerte aguacero, ocho hombres como sombras, decentemente vestidos con el traje del feo color de la traición, maquiavélicos y felones trajinan por las calles sucias como sus almas, saltando las charcosas aguas de su conciencia y evadiendo las molestias de cualquier leve contacto con los ebrios a su paso presuroso. Van camino a casa de don Mateo, el escribano, a otorgar a espaldas de la plebe, en el secreto de la oscuridad, ante el teniente de corregidor un infamante instrumento público al que llaman “exclamación” y de cuyo a pasar ante la posteridad como traidores que se atrevieron a asaltar la buena fe, la sencillez y la humildad de algunos pueblos que confiaron en su hidalguía y su buen juicio, sin percatarse jamás que a sus espaldas ocho de sus hijos mas respetados y queridos van tras la tajada de la torta, con la doble intención de jugar la partida con Dios y con el diablo. Cuatro de ellos, prohombres infatuados, ricos y patricios, adorados por la gleba, serviciales y amigos de hacer favores, dados a la molicie y buen vivir, aceptando cargos honoríficos o  a  proclamarse como en este día como capitanes generales de una empresa que pintaba rentable a la salud de la patria. Y los otro cuatro, cagatintas y leguleyos, duchos y curtidos en el viejo oficio y en el arte y manejo de adornar los tráfagos de cientos de legajos entre leyes y documentos oficiales y muy versados y componedores en enderezar y adobar escritos y dictar resoluciones y sentencias. En una palabra, los pueblos, como siempre lo hacen, entregan su favor y su mandato en las manos basuriegas del marullo y del oportunismo politiquero. Algunos de su misma calaña y bien amaestrados por la oligarquía trashumante salen en su defensa armados de lanza en ristre y galgo corredor, tratando de minimizar su fea nota, alegando que esa era la costumbre, el uso y el abuso de aquellos lejanos tiempos y que estaban obligados a manejarse así los actos de los hombres públicos para salvar el pellejo o por lo menos sobrevivir y aspirar a comprar un cargo a la Corona.  Que cerca están estos serviles catones en defensa del vicio y del delito. Las normas y mandamientos como la lealtad, el honor, la honorabilidad, la honradez, la equidad, la justicia, la jura y la palabra empeñada son virtudes tan añejas y sagradas como desde cuando el hombre empezó a enderezarse sobre los dos pies y dictada por el primer legislador moral, Hammurabi. Galán, fue mas allá. Meses mas tarde les endilgaba con una carta escrita desde Mogotes: “Por el malogrado habanze  de la vez pasada con que nos han dejado vendidos, abariciosos, picaros, traidores, a lo que no encontramos otro remedio que bolber a acometer con más maduras reflexiones como ya experimentados” (99).