¿A QUIÉN LE IMPORTA SER BOLÍVAR?   ..MUCHO MENOS GALÁN!


Nada, el tiempo de dar la vida por romanticismo pasó. Se la sigue dando por cualquier cosa, menos por altruismo. Ahora la cosa está centrada en los esfínteres y la posesión personal.



 

El capitalismo provee. Bueno, digamos la era tecnológica, la maquila ultramoderna que produce a granel. Podés tener los millones de adminículos y estupideces que hasta hace tan solo décadas hubiesen ambicionado los mismos monarcas del mundo de transición burguesa. Te podés llenar de tantas cosas sin ser rico; incluso siendo miserable. Esas son las cosas del capitalismo: Vender cuanto servicio o chuchería requiera la necesidad y la necedad de los miles de millones de fascinados compradores ¡Comprad, malditos!



 

¿Quién quiere ser Simón, quién José Antonio? Como cuentos de héroes, comics, aventuras de distracción y hasta de llanto, está bien. De ahí a que  nos digan algo respecto de nuestro presente y, sobre todo, respecto a nuestros nervios y disciplina, ¡vaya, una necedad!



 

Pero no dejan de aparecer -eso sí, cada vez más fantoches que enternecedores- los lunáticos que se crean ungidos o llamados a misión. Pero el mundo es obvio, esto es, una verdad evidente de fatiga y hastío, de dolor y vida improductiva. Una afanosa fuga de la muerte, que en su infinita necedad -o bondad- persiste, inventando tandas frente a los logros de la asepsis y la demencial tecnología alopática. Si el cuerpo no era cabalmente una máquina, la medicina moderna lo ha sistematizado de tal manera. Por ahora, mueren los que no tienen como pagar los cuidados intensivos o los que se abruman con los sinapismos de los mismos. Más adelantico, es decir, ya casi, habrá que ahorrar y contratar pólizas y abogados para que nos dejen morir. En la sociedad del valor –de cambio- la vida vale, y vale mucho para permitir que dispongan de ella sin rédito alguno. Tal es, tal será el espíritu de los derechos humanos en desarrollo desde los protocolos de postguerra.  Al ¡No matarás! se antepondrá el ¡No morirás! La iglesia te había dicho que lo peor era una eternidad de vida en el infierno. Te mintió. Los peor es simplemente una eternidad de vida; sin importar quién rija los dominios de Gaia. Dios o el Diablo, no hay diferencia. El hombre diablo del capitalismo, o el hombre dios del socialismo!



 

El mundo como mundo nunca ha valido la pena. Lo que ha valido la pena, irónicamente, es la pena de unos cuantos creadores; pero han sido insuficientes, a pesar de su eximia grandeza, para satisfacer tanto idiota conformista y  vencer tanto idiota empoderado. Malandros o idiotas, no hay diferencia. Los unos arriba, los otros abajo. Es cuestión simplemente de posición. La diferencia, en cambio, la marcan esos pocos que imaginan destinos de justicia,  de amor, de bienestar general, de estética,  de libertad. Los engatusadores de la heroicidad. Los que nos instan con su ejemplo a la tentación del desafío titánico, a desmontar al emperador, a derrotar la pulsión mezquina, a sacrificar la fácil sensualidad donde encontramos suficiente satisfacción y distracción para pasárnosla hasta re-bien. Personajes admirables y, por lo mismo,  peligrosos. Seres anómalos, inadaptados que desequilibran la tranquilidad de las modorras cuando éstas ya han sido establecidas con la conformidad del montón que, ciertamente, es capaz de  pasarse siglos y hasta milenios vegetando entre fantasías que enredan y oscurecen las mentes distanciándolas de la rigurosa observación. Pero, ¿acaso lo nuestro no es pasar? “Pasar abriendo caminos”, ha dicho Machado, pero a renglón seguido ha dicho, “caminos sobre la mar”. ¿Qué diablos es abrir caminos sobre la mar sino perder el tiempo?, y ya sabemos que –ha dicho la sin igual iglesia-  el tiempo perdido los santos – léase, los dueños- lo lloran. Si la cosa es simplemente pasar. Bien ha hecho la humanidad  liberándose de humanistas, es decir, de esos personajes que se creen llamados a ponerle, más que oficios, sacrificios heroicos –extremos- al fatigado común. Esas vacacioncitas a las que incitan siempre resultan en tremendos cataclismos, donde no queda piedra sobre piedra. Se dirá que  müssen, que tiene que ser – que es el “toca” nuestro- es la manera de la épica de inexorabilizar lo exorable para limitar la reflexión o la prudencia y forzar los pueblos a la epopeya.



 

De este credo que reseño han salido, están saliendo ciertos personajes intermedios, planteando revoluciones bonitas, a mitad de camino, cuasi-revoluciones, mixturas que no por su dudosa radicalidad liberan sus audiencias de la clarísima radicalidad de los ofendidos con tanta labia verídica. No porque la labia sea suficiente para erradicar las bases del oprobio, sino porque tienta la ira y el miedo –que es peor, que es más criminal que la ira- de los posicionados históricos, los prebendados y ennoblecidos del orden tradicional, del atavismo servil. A ellos no hay que culparlos por su condición intermedia, ya que ha sido la forma en que la sociedad ha rencontrado curso a sus frustraciones. Eso es lo concreto. Otra cosa es que ese curso pueda soslayar el muro de los intereses desafiados. Los intermedios por lo visto también cumplen una función histórica, ¿pero hasta dónde y, sobre todo, hasta cuándo? Yo diría, sin ánimo de pontificar, hasta cuando se feria entre los oligopolios del petróleo el Orinoco. Por supuesto, cualquiera me pudiera contestar -no sin razón intermedia-  en términos de gobernabilidad y  de ganar tiempo a la manera leninista de Brest-Litovsk; aunque aquello fue en caliente y esto es apenas en aspavientos, lo que no le quita posibilidad. 



 

Casi siempre se empieza con buenas intenciones. Todos, ricos y pobres, tenemos ese vicio, esa pulsión, esa tendencia, esa necesidad -se diría-  a justificar noblemente los proyectos o las causas que acometemos. Son los llamados principios; pero una vez giramos contra la realidad encontrada, el idealismo se va pragmatizando, esto  es, negándose hasta convertir los principios es mero mascarón. Es entonces cuando surge con mayor fuerza la crítica contrastando la práctica con los principios, llenando de sabia perplejidad el alma de los crédulos y, por consecuencia, debilitando la fuerza del fenómeno donde se había colocado la fe. Sicología que conocen bien los estrategas de la contra-revolución, los encargados directos de sostener los poderes en cuestión por la irrupción de las masas, no tanto las sufragistas como las aventadas a los comercios y a palacio por causa del insoportable desespero, las masas del caracazo. Masas que vieron en otro aventado la posibilidad de cristalizar lo que entrevieron el día en que se erigieron en oclocracia, dejando en evidencia la debilidad del régimen que las pauperizaba. Felizmente el aventado ha continuado aventado, aunque más como retórica que como práctica de un poder revolucionario, hecho que explica exactamente el devenir  y la textura de una década de gobierno cuyo cerrado ejercicio oficial le ha devuelto tranquilidad a quienes se asustaron con el insurgir de la masas.



 

Los estrategas del imperio no dejan de hostigar, no tanto para tumbar a Chávez por vías de hecho evidentes, como para clausurar cualquier opción que le quede de convertirse en un auténtico comandante revolucionario, esto es, de liderar una auténtica irrupción revolucionaria de las masas que aún le copian. Pero Chávez ha dado suficientes muestras de “cordura” en situaciones realmente álgidas, donde un espíritu aventurero podría ceder a sus propias pulsiones antes que a razones de gobernabilidad. De hecho, ya no se le tilda de loco, y eso es mucho decir. Lidiar con Chávez le va mejor al imperio en el marco del juego institucional, que precipitar una guerra civil donde no tendría la seguridad que, independientemente de la incómoda prosapia revolucionaria, le brinda la reinstitucionalización lograda después de las revueltas de finales de siglo. En todo caso, a los imperios siempre les viene bien una reserva de conflagración para sus tantos otros intereses geopolíticos. Obviamente, existen factores idiosincráticos y humanos que ni la misma racionalidad del lucro logra conjurar cabalmente, como lo es el talante de cuerpos que al interior del propio imperio han demostrado odio y capacidad hasta para atentar contra sus propios presidentes, cuando éstos no han satisfecho a tiempo  sus porfías. Así mismo queda en vilo cuanto depende de la propia bilis -indisciplina- de sus aliados y socios en el vecindario y al interior de Venezuela. 



 

Así pues, tranquilidad en el frente. Los chinos dirían “no importa de qué color sea el gato con tal que cace ratones”. Chavismo y uribismo signarán el ciclo bicentenario, sin que al treinta podamos decir que se resolvieron las deudas aplazadas con las generaciones libertarias, aunque para entonces América Latina tenga un talante mucho más moderno y una mayor inserción al mercado mundial. Al fin y al cabo somos la reserva estratégica del mundo, así éste se vista de azulito o de rojo rojito. Estaremos un poquito más calienticos que ahora, pero todos, juiciositamente nos habremos aplicado a paliar de cierta forma los estragos ambientales de la explotación a escala que se hará de “nuestros” recursos naturales. El mundo, por supuesto, seguirá sin valer la pena para los que le metan cacumen, ya que tendremos menos singularidades originales, esto es, menos auténticas culturas, más pastiche y simulación, y unas masas perfectamente dóciles para los dictados mediáticos. En cuanto a los escépticos frente a este nuevo orden, es posible que consigan levantar un proyecto conspirativo global, ya no frente a uno u otro imperio, una u otra clase social, sino frente al tipo de hombre que profano este poema llamado Tierra. Si es así, no conseguiremos saberlo -por ahora- porque una cosa les será imprescindible: El más inteligente sigilo.



 

JORGE EDUARDO SOTOMONTE GAMARRA