ORACIÓN DE UN EXTRAÑO ESCÉPTICO

 

Prefiero concebirte como hombre, es decir, prefiero hablarlo y saber que me escuchas.  Es la forma que tengo más a mano para interactuar contigo, para obtener dispensa a mis proyectos de realización, aunque no siempre aspire cosa noble, o por lo menos sensatas, socialmente hablando.



 

Qué me queda sino salvarme, pedirte mi egoísmo de salvación personal, una burbuja en el desierto del desorden y la mala vida general. Dame cosas, así el mundo lo que necesite es reconquistar el alma universal hurtada, fragmentada y degradada.



 

Yo sé que no sos la cosa aquella que rezamos en esos palacetes llamados templos.  Ya sé que Dios es comunión, espíritu, vida verdadera. Yo sé que no vives entre muertos, como sé que desde que perdimos el alma común sólo eso somos, muertos deambulantes, parias, expatriados de todo paraíso y consideración.



 

Yo sé que sólo regresando avanzamos.  Yo sé que no hay progreso en esta progresión infausta y aleve.



 

Yo sé que nos hemos distanciado de ti, que nos estamos alejando más y más, y que esa distancia es desvarío, incultura, terror, muerte y condena.



 

Yo sé que no es por ahí, así el frenesí del mundo nos impida siquiera pensar la locura cometida.



 

Yo sé que mientras el frenesí nos posea no tendremos la mesura para ponderar nuestros actos y recobrar altura.  Porque se nos ha dicho que cultura es distancia, siendo todo lo contrario, porque de ti y sólo de ti proviene la guía y el régimen para mantenernos en curso.



 

Perdona entonces que te hable de Señor, también dicha licencia es parte de nuestra banal incuria.  Pero tómalo como que te reconozco superior a mi atrofiada pelusita de divinidad.



 

Ciertamente sos padre, sos hijo y sos espíritu santo, y que yo, como todos los que heredamos la Tierra, hemos sido bendecidos con ese potencial de santidad acunado en asombro de nuestro sistema nervioso.



 

Yo sé que nos privilegiaste con la más larga infancia para facilitarnos crear en y hacia la consciencia plena de nuestro ser cósmico de universal y amorosa comunidad.



 

Yo sé todo eso y creo que basta para saberme y para sabernos perdidos de tu reino.  Yo sé que inventamos nuestro infierno, no siendo ese tu proyecto para nosotros.  Yo sé que nos descarriamos, que para mayor grandeza nos diste arbitrio, porque sólo así seriamos libres, autónomos, no autómatas.  Yo sé que transformamos la libertad en opresión, que nos dejamos tentar por la propiedad y el miedo, que nos empoderamos y empoderamos como reino las cosas, esas formas condensadas de tu espíritu, olvidándonos que son sólo eso, quimera de solideces (soldados).



 

Yo sé que por esa vía sólo llegaríamos a donde estamos llegando, a transformarnos de humanos en soldados, de paraíso fraternal en cruel malicia y basurero.  Todo se degrada porque lo hemos desalmado todo, porque todo lo hemos convertido en botín, en conquista y no en amorosa comprensión.



 

Yo sé todo eso Señor, y me arrepiento aunque poco o nada me sirva saberlo si ahora soy preso de ese mundo de traición heredado y tiránicamente reinante.



 

Qué puedo hacer si no decírtelo, clamarte la luz de tu perdón y esperar que quieras hablarme a pesar de mi profunda cobardía para entregar mis restos exigiéndome contra el mundo de frenesí y distancia interpuesta entre nosotros.



 

No niego que lucho, tampoco que lo hago mediocremente, así los santos de tu heroicidad quieran ayudarme, que los ha habido, así no hayan sido suficientes para impedirnos llegar hasta aquí, al propio y definitivo abismo en que todos nos miramos a la cara sin encontrar sentido al desatino en que perdemos nuestras vidas.



 

También sé que continuamos naciendo, que aún llueve, y neciamente algo en medio del frenesí me invita a no claudicar en la resignación en que han postrado tus iglesias, pero qué puedo yo contra el mundo si ni siquiera puedo con esta carga de sobrevivencia imbécil.



 

No estoy solo porque los demás me acompañan en la caída, tampoco lo estoy porque no son pocos los que quisieran la resurrección del común espíritu original, pero sí lo estoy y mucho, porque ya casi nadie queda que se atreva a levitar, a sobreponerse al poderoso e inercial peso de nuestra mortal caída.  Pero Señor, tú sabes que a pesar de todas mis necedades y egos lo he intentado con persistencia a lo largo de mis días, que ya me aproximan a tu insoslayable veredicto.  Y me cuesta mucho pedirte ese algo milagroso que necesito para sumar fortaleza a quienes pudieran aplicarse con mayor entrega a intentar el puente que le hará a la humanidad una segunda oportunidad sobre la tierra.



 

En todo caso perdona mi tentación mesiánica si a la final descubres con plena certidumbre que sólo fui un manojo de presunciones y que no hubo en mí nada distinto de fatua egolatría; así lo temo, aunque esa misma egolatría me impida verlo así con certeza, que mucho aliviaría el peso de este mundo si por lo menos le quitara el peso de mi vana presunción misional.



 

Como lo ves, ni siquiera intentando hablarte en solitario dejo de fingir, que a la larga estas palabras sólo buscan posicionar mi nombre en otro hombre, antes que mover su corazón a buscar con devoción la fuerza para renunciar al mal que ata nuestra vida al peso de las cosas, convirtiéndonos en las más depredadoras faunas.



 

Ayúdame Señor si es que en verdad hay entre nosotros un algo de tu luz que pueda rescatarnos de este mundo y este siglo aciagos.

 

AMÉN