DE LAS PRESIDENCIAS PROGRESISTAS


A   LA REVOLUCION CONTINENTAL

 


La Venezuela insurreccional, la del CARACAZO y las revueltas militares del 89. Esa Venezuela ha posibilitado la resurrección del espíritu independentista, soberano. Y de verdad ha tenido ganas de ir más allá de las estrechas márgenes de la democracia liberal. Pero a estas alturas es claro que el Gobierno Bolivariano está más preocupado por conjurar y asimilar los potenciales insurgentes del pueblo bolivariano, que por pensarse como fermento de la legítima Soberanía Popular. Ha preferido lidiar con herramienta inapropiadas, por no decir contradictorias, para una construcción socialista, a optar la destrucción del régimen de las oligarquías y la instauración de una   Democracia sin márgenes ni resquicios para más economía que la Social.



 

Votar es fácil y, afortunadamente, Chávez se hizo notar luego del caracazo. El Común tiene a Chávez para que le mitigue los rigores de su desespero y su deseperanza. Chávez desactivó la bomba social, merced a su honesto y formidable esfuerzo por democratizar la renta petrolera.. Así ha sido. Y eso le basta a la gente para mantenerle su apoyo y, desde lo que pueden, secundarle todas sus iniciativas, e incluso sus  reculamientos. Confiando en tal ascendiente popular Chávez osó ir un poco más allá, pero omitió el mal gobierno de no pocas alcaldías y gobernaciones. Mal gobierno y perplejidad inducida por la fortísima carga mediática, saldaron casi al empate las cuentas del fallido referendo.



 

La intencionalidad y el brío originales en transformar los contundentes resultados electorales de la “revolución bonita” en una auténtica revolución social, se sacrificaron en favor de la legalidad, con especial evidencia a partir del golpe de estado. Desde entonces  el poder popular se resignó a un hábil sofisma de campaña: “Con Chávez gobierna el pueblo”, más que en la disposición efectiva a consentir el empoderamiento ciudadano, en los niveles de soberanía necesarios para socializar de hecho la propiedad oligárquica y poner en blanco y negro las cosas con el imperialismo y todos sus secuaces domésticos.  Esta atribución la ha monopolizado el gobierno, siendo este su peor yerro. Ni si quiera por el hecho de desaprovechar el ambiente favorable para armar al pueblo, sino   por la peregrina hipótesis en que sostiene todo su esfuerzo. Jugársela a acosar y debilitar las estructuras oligárquicas, generando desde el estado una especie de paralelismo socializante. “Un estado, dos economías”, diría el cuestionable pragmatismo de Deng Xiaoping. Dicha mixtura ha sido posible por el excepcional momento de los precios petroleros de la última década. Gracias a la increíble plusvalía que pagan con su sangre pueblos martirizados como Irak, pueblo y oligarquía venezolanos han mejorado su ingreso y sus condiciones de vida.



 

Tal es la correlación de intereses que posibilita esta nueva variante de la conciliación de clases o neo-mamertismo, sobre la que se pretende erigir el “”socialismo” Bolivariano. Obviamente no va a funcionar, no son conciliables los intereses. Las derechas jamás negocian en su desmedro o no serían derecha. Toda aparente mesura es una táctica para conservar y conservarse, mientras los factores le permiten desencadenar toda su insensible voracidad. Pero el gobierno bolivariano, a pesar de su labia revolucionaria, todo el tiempo está encriptando mensajes de contemporización que, básicamente, se resumen en mantener a las masas irrestrictamente adscritas al orden institucional, soñando, a través de la democratización de los porcentajes no anónimos de la renta petrolera, con el paraíso socialista.



 

En Venezuela el Gobierno Bolivariano ha confundido el asistencialismo y las reformas democrático-burguesas con el Socialismo. Con todo y el carácter netamente institucional (en Venezuela ya  tenemos un PRI, aunque nunca hayamos tenido una auténtica revolución) del reformismo bolivariano, mal llamado socialismo, el dispositivo reflejo de protección de los intereses imperiales se activó desde el primer planteo constituyente, y a estas alturas es un menú sofisticado e integral de escenarios y estrategias, cuyos tópicos generadores son una mezcla de Chile y Polonia, con el enconado matiz mediático relativo a la singularidad discursiva de Chávez.



 

Mientras el Presidente está en una más de sus campañas electorales, centrando su estrategia en embelesar al pueblo con mil proyectos de mitigación y redención,  el imperialismo tranquilamente aceita todos los mecanismos para enguarinbiar el país y alzarse con los últimos jirones de nítida autonomía presidencial, luego  de las elecciones regionales y locales. Con los mecanismos de descrédito y saboteo gozando de la liberalidad bolivariana y con un pueblo convocado y entrenado básicamente para batallas electorales, sólo nos quedará, llegado el momento,  llorar con los dientes apretados el desahucio de la siembra petrolera bolivariana.



 

La diferencia entre Chávez y el imperialismo está en que Chávez ha convertido el anti-imperialismo en una retahíla sin las previsiones identificadas enfáticamente por  el Ché          (”¡¡Ni tantito asi!!!), mientras el Complejo Industrial Militar Norteamericano habla menos y hace más. De hecho, ni siquiera está pensando a Venezuela como país. Cuando el imperialismo fracciona un país, es precisamente porque está pensando geo-estratégicamente. Cuando EE UU piensa en Venezuela, está pensando en toda la región, en la mayor reserva planetaria. En tal sentido, Chávez oficia como una pieza más del juego. Incluso podría concebirlo como una avanzada importante de apertura hacia la inmensa fuente de riquezas de la Orinoquía y la Amazonía (sin tal apropiación, por simples razones ecológicas el capitalismo no sería viable)..   Tarea hecha con demasiada ineficiencia y lentitud por los gobiernos clientelares, más preocupados de su hacienda personal que de la modernización de sus países. 

   

Tales son las premisas en que Chávez funda su gobernabilidad. Tales son los consensos tácitos, pero reales, con la oligarquía. Cuando la burguesía eufórica derrota en las urnas por primera vez al eximio caudillo, su afán mimetizado bajo la consigna: “gobierne para todos”, es en verdad:  “gobierne con nosotros”, la extraversión del gesto que define el cuadro de las fuerzas actualmente. Por  primera vez en nueve años la derecha logra exhumar su confianza histórica en las urnas. Las reglas del juego democrático vuelven a hacer del interés de sus tradicionales manipuladores. Chávez, por su parte, sigue confiando en su carisma y las posibilidades de la chequera petrolera, para apalancar con cienmil obras y otras tantas estadísticas todo un año de campaña. El sabe que el pueblo venezolano mide y quiere la “revolución” con respecto a cuanto ofrecían y daban los gobiernos del bipartidismo tradicional.



 

 Perfectamente consciente de su situación se lanza en ristre contra quienes proponen estrategias de defensa en el plano propiamente de la soberanía popular, contra los críticos de esta manera tan “chilena” en defender los progresos logrados, a los cuales sin fórmula de juicio identifica con el enemigo. Basta que sean críticos serios o críticos osados, como los de la Nunciatura , para que sean sofocados so pena de ser tratados como infiltrados.. “La revolución es la paz”, enfatiza estigmatizando cuanta sensatez haya en colocar el acento de la defensa del proceso, en la insurrección popular propiamente dicha, antes que en las armas y acciones institucionales. Pero extraña y suertudamente, como casi siempre le sucede a Chávez, sus alógicas interpretativas del “poder popular” encuentran,  sino coherencia si, por lo menos, cohesión, ya que si “con Chávez gobierna el pueblo”, y es el pueblo quien debe velar por sus intereses, lo “lógico” es que sean, entonces, las instituciones las que defiendan el proceso.



 

Así están las cosas en Venezuela. Un empate técnico y un común acuerdo en impedir que el pueblo revolucionario desborde los marcos institucionales, en su afán por encontrar respuestas estratégicas a los pasos de animal grande dados por la conspiración desestabilizadora.



 

Las llamas oclocráticas que posibilitaron la toma del poder político, ahora son desestimadas  pese a ser la única alternativa capaz de conjurar la retoma del poder por la oligarquía.



 

La reconquista, las dosis nacionales de desestabilización siguen como una sombra criminal al nuevo liderazgo independentista latinoamericano. Y como sombra que es, solo puede ser derrotada con la transformación meridiana de los procesos progresistas en auténticas revoluciones sociales, que den al traste con las oligarquías y todos los traficantes de la dignidad de los pueblos, posibilitando en las alas del raudo huracán la irrupción soberana y radical de la Patria Grande.