NUESTRA EXQUISITA TAREA

Servidos y servidores. Sociedad y estado -¿…por supuesto?-. Los servidos atragantándose del bacalao podrido deliciosamente aderezado por la experta mano del estado. Llega un intruso y abusivamente decide que los servidos deben ser servidos al gusto de sus gustos increados, futuros, exquisitos. Por supuesto, esos gustos qué gustos van a tener cuando no existen como memoria, como deseo. Son gustos soñados por los revolucionarios que creen tener derecho a desear por la masa, bajo la excusa de que el gusto de la masa está domesticado como pollito de purina. Esos revolucionarios quieren tiranizar a la masa, sometiéndola a la alta cocina reservada para el gusto refinado, pero que a la masa le sabe espantoso. Refinar el gusto de la masa es doblemente criminoso, si se considera que detrás de tal consideración está la propia destrucción de la masa. ¿Cómo denominar a una sociedad de gusto exigente, una sociedad que no trague entero, que deguste bocado a bocado, que discrimine con su paladar cada jugo, cada textura, cada generosa proteína de la víctima que va a sustentar su vida, cada comunión? ¿Masa? ¡Oh, por cierto que no! Aprender a comer, ampliar el menú de expectativas va más allá del grosero engullir de la pitanza. Una masa que ya no se aviene bien al gusto estereotipado, a la repetición de los satisfactores profusamente proveídos por el sistema de sugestión que excita su gusto, ve singularizarse las apetencias de cada uno de sus componentes, es decir, esa masa se va descomponiendo en individuos menos compulsados por el gregarismo que por la búsqueda de más y mejores satisfactores. Repregúntome, entonces, ¿cómo llamaríamos a esa masa en descomposición por el fermento de su sofisticación gustativa? ¿Sería acaso una élite sofisticada? ¿Una nueva highlight? ¿Elite, cientos millones de gustos disputándose con ojos cada vez más profundos las verdades más exquisitas del espíritu universal, en el interés de extraer de ellas nuevas claridades, las luces necesarias para iluminar nuevos tiempos, nuevos mundos? La elit del pensamiento en cabeza de los-más, eso si que sería exquisito… aunque nos quede por precisar el nombre de esa nueva composición social.

¿Tendrían posibilidades de una mejor vida esos seres extrañados de su recién abandonada amorfía? ¿Sería tan sabroso revolcarse en estado de exquisiteces morales, como lo es esta frenética manera de revolcarse cual gusanera? Obviamente, se trata de gustos cualitativamente diferentes. Al gusto enriquecido le resultaría insufrible y desmoralizante aquella masa con la que parecía deleitarse incapaz de preferir algo distinto. Esos gustos habrían superado su estado larval; se habrían encapullado para no volver a reptar, para volar libres, bellos y fértiles como mariposas.