…POR CUENTA DEL DIABLO


En la historia, como en la naturaleza,

La podredumbre es el laboratorio de la vida.

Karl Marx

 

¿Quién niega que las instituciones coloniales a fuerza de látigo hayan inculcado en el mitayo las tinieblas y los derrumbes, el abuso y la letra muerta del proteccionismo legal? ¿Quién niega que la mitahaya subsistido a la república, incluso al neoliberalismo, a la tecnología de punta de la proverbial dentellada sobre los recursos estratégicos de la Patria Grande?

 

Lo nuevo no es la guapeza de los mineros latinoamericanos para medírsele a un salario tan temible como ratero. “La riqueza de Chile no son sus minerales, sino sus mineros”, ha dicho cínicamente el oligarca Piñera. Sudor, silicosis y sangre indígena, negra y mestiza han regado el jardín de oprobios con que las metrópolis colonialistas ostentan y dan sublimidad al expolio y la degradación de la Pacha mama, de Abya Yala.

 

No nos sorprende la capacidad de las hormigas humanas de cultivar con sus pulmones, alvéolo a alvéolo, el pan de sus hijos. Diez mil años de adorar la madre en el pedernal profundo de su entraña. Quinientos de vejarla por el interés tiránico de sus dominadores.

 

La mejor de las vidas, ha dicho Popper. ¿La más útil, por cierto? ¿La que nos hace más y mejores hombres? ¿Con la vida actual estamos en mejores condiciones de hacerle el quite como especie al homúnculo perfecto del imperio corporativo global? En resumen, ¿somos más genuinamente solidarios?

 

Miedo y confusión, confusión y miedo, miedo y confusión, confusión y miedo. Y todo en el imperio y, obviamente, en el mundo se resume y explica así: Miedo y confusión alimentándose, cual perverso mutualismo, del alma atrofiada de los pueblos. Donde la grandeza soberana insinúa abrir sus alas, allí el imperio planta sus peores pestes, su sañudo castigo a la insumisión, así en naciones como en individuos.

 

Es en los escasos relictos de comunitarismo donde aún reside un cierto potencial soberanista; el mismo que a toda costa buscan descomponer los cancerberos del canibalismo con que se ha suplantado la única relación necesaria entre los hombres, la relación fraterna. Esa que desnuda su grandeza en momentos en que un hombre hormiguea entre la tierra en busca de otro hombre, solo para ofrendarle el tributo de su riesgo a cambio de defender su vida. Sublimidades capaces de trascender el fenómeno mediático de conveniencias, montajes, señuelos, imágenes, distractores y, por supuesto, dólares.

 

¿La podredumbre homuncular de la era tecnológica, Carlitos, esta vez también será el laboratorio de una mejor vida, una superior al medio que la distorsiona y esclaviza?

 

Ignorancia, horror, hambre, muchas y graves afrentas asistieron a la cuna de nuestros mayores, pero nunca tan insidiosas como las causadas a la humanidad en este tiempo en nombre de los derechos, del respeto a la vida, de la ciencia, la sicología, la propia pedagogía. Estamos siendo calculada y sistemáticamente inhabilitados en nuestro potencial de grandeza y soberanía. Esos Hombres de la mina San José, jamás habrían subsistido al rigor del atraso en el sistema de explotación, si en vez de la premodernidad de sus nervios, la sicología contemporánea los hubiese hecho a su imagen y semejanza. Claustrofobia, pánico, hambre, individualismo habrían superado sus reservas de humanidad, canibalizándolos. Pero, en cambio, ninguna angustia, desespero o temor estuvo por encima de la capacidad y la sensatez colectiva. Adaptación, diríase. A unas condiciones de vida, unas condiciones de personalidad pertinentes. Los rasgos de personalidad pertinentes al patrón, se nos replicaría con justa sorna.

 

Y es así, ¿soportaría, acaso, esa cosa llamada hombre contemporáneo -es decir, nosotros-, saberse manumiso de las empresas prestadoras de “salud”, es decir, expuesto a la contingencia sin la seguridad de la atención médica como lo dictaminan los estándares internacionales de calidad?

 

Damos por cierto, como Popper, que esta es la mejor vida y que, por ende, la manera de aloparnos contemporánea es la pertinente. Sin embargo, nunca estuvimos tan aterrados como cuando se nos vendió la idea de la seguridad social. Nunca fuimos menos libres para emprender la aventura como cuando pudimos darnos –o reclamar- pólizas de seguro. Hasta los jóvenes de hoy quieren anteponer a la osadía altruista el reclamo por el seguro que les garantice que el sistema al cual van a desafiar no buscará castigarlos con toda la saña y gusto de que es capaz.

 

Cien mil agujas, cien mil procedimientos, cien mil exámenes, cien mil terapias, cien mil fármacos inyectan por día los poderosos laboratorios de quienes controlan la tecnología de punta referida a la “maquina” del cuerpo humano. Frente al cientifismo de la pseudo-medicina alópata no hay cliente sano, así haya que enmascararle el linfoma y devolverle a casa con el consabido analgésico y el consuelo de la fementida benignidad. El “saludable” homúnculo de la maquila médica, el eterno cliente de la cien mil inmunidades, profilaxis y prevenciones es parte del nuevo turismo empresarial que te vigila hasta los cagadas y pedos, para velar, eso sí, por el perfecto funcionamiento de tus vísceras. Acunado por los analgésicos brazos de esa sinigual “madre” sustituta, la incauta víctima del sistema sanitario descansa confiada, sin atreverse a pensar, siquiera, en que puedan existir otras concepciones y otras maneras de responder y evolucionar la salud pública, sin degradar el necesario estoicismo humano, sin segmentar medio ambiente, solidaridad y salud, sin exponer al anatema mercantilista la vida humana.

 

El sistema sanitario perihumano solo piensa en vender y acumular. La salud para él es necesaria como cualquier otra mercancía que se quiera vender. Solo que la “salud” es una mercancía especialmente plástica en manos de estos magos del maquiavelismo y la plusvalía. La “salud” también se inventa, y qué fácil para los que manejan la “razón científica”, si ya el mundo está domesticado en este nuevo credo, si los mundos de la medicina tradicional han sido contaminados y dasacreditados.

 

Al terror y la confusión, seguridad. Seguridad que genere más terror y más confusión. Este es el espiral más productivo de idiotas útiles al anti-proyecto humano de los oligopolios. Sin tener perfeccionada la tecnología, ya están convencidos de su invulnerabilidad. Los afirma en dicha convicción la manera en que disponen a su antojo de la salud y la vida de las naciones bajo el embrujo de su abyecta tentación.

 

Esa cosa llamada “gente” alimenta el sistema. El sistema perfecciona a la gente, haciéndola a imagen y semejanza. Así, la gente con su compulsión reclama al sistema, y de esta manera el sistema se sofistica incesantemente, pariendo y cultivando al homúnculo de su dedicado amor lucral.

 

¿Hasta cuándo? Hasta siempre …que lo permita esa cosa anómala y terrífica llamada Consciencia. ¿Consciencia en esta grey? Bueno, la grey reacciona a los estímulos. Como está preparada básicamente para los estímulos vegetativos y territoriales, es especialmente susceptible a los retas del sistema. La gente misma es su mejor treta, su espejo. Pero ese espejo se va llenando de una cierta aberración en proporción inversa al sistema que tan dulcemente le explota, le usa y le degrada. Llega un momento en que por fuerza la realidad se desnuda, se quita sus afeites, muestra la miseria de sus encantos y empieza a cuestionarse. Cuestionarse es la forma en que el homúnculo va desprendiéndose de la homunculidad, Una manera de ser humano va emergiendo por entre las grietas de la ciega adscripción al orden degradador. Una manera que empieza a escrutar como buscando alternativa, algo que ilumine, algo que complete su sospecha, un acicate en que apoyar la resistencia y el anhelo de encontrar otro modo de vivir por fuera del sistema, es decir, una manera de no ser sistema, de no ser función.

 

Qué dicta la manera de ser un ser alienado, lo sabemos. Qué la manera de preferir dejar de serlo, lo sabemos. Pero, ¿qué es aquello que puede mantenernos en curso a pesar de la miopía, el miedo y la propia inercia del estar así (“el ser ahí”) tanto tiempo? El sistema de vida alienado se sostiene per se. Es el sistema, el entorno, la atmósfera, prácticamente el todo. ¿Entonces.. cómo hacen, cómo logran algunos alucinados adscribirse a otro mundo? ¿Acaso así, dándole la fuerza de convicción del alucinado, la credibilidad que hermane la necesidad despierta del oprimido con el theleios mesiánico anhelado? Es posible. En todo caso hace falta la sociedad secreta que trascienda la fragilidad del caudillo o redentor, y cultive con rigor la cosmicidad y prevalencia de las funciones superiores del cerebro, revinculándolas al interés y la preocupación altruista por la especie, sus especímenes más maltratados y los más inisidiosos. Una organización cuyo sigilo ridiculice la invulnerabilidad de cualquier espécimen por poderoso que sea; esto es, una organización respetable para tirios y troyanos. Respetable por la fuerza de su sabiduría y por la sabiduría de su fuerza.

 

No existe dios en un país donde los hombres no sean solidarios 

(…¡Píense en eso!)