Inescrupulosidad Sin Límite




En eso consiste el imperialismo. O, mejor, la inescrupulosidad infinita es la argamasa que da cuerpo a los imperios. Inescrupulosidad cuyos siniestros logros constituyen la piedra angular sobre la que los poderes dominantes proyectan la saga de sus antecesores.

El imperialismo yanqui desde su propia concepción se propuso atesorar toda la sapiencia necesaria para escalar su poder y debilitar a sus víctimas propiciatorias. Lo visible y lo oculto, la ilustración y sus tretas esotéricas, esto es, la mitificación  mística del complot permanente en que los dueños del mundo siempre han fundado su verdadero y único talante posible. A Estados Unidos lo fascina el romanismo, ese conjunto de inescrupulosidades terríficas probadas por los romanos a lo largo de centurias de expoliación y componendas con las natas apátridas de cada región ocupada. Inescrupulosidad verdaderamente demoniaca cuando el ascenso se convierte en afán de sustentación y, inexorablemente, decadencia, como acontece con el Imperialismo Norteamericano. Súmmum de todas las expoliciones colonialistas europeas en África, Asia, Oceanía, la Antártida y, por supuesto, América Latina.  

En eso consiste su sabiduría secreta, su “arte” de dominar y perpetuarse, sofisticada al punto de la filigrana. Ciertamente, el imperialismo presenta síntomas inequívocos de decadencia. Lo cual sólo debe entenderse como un estado de máxima peligrosidad para el mundo. Una vez despachada la competencia social que representaba el campo socialista centrado por la Unión Soviética, el capitalismo completó la obra de su globalización, re-hegemonizó el mundo disponiendo a su antojo del aparato productivo global mediante la privatización,  la transnacionalización, las macrofusiones y , por supuesto, las invasiones, arrastrando a China a unos niveles insustentables de crecimiento.

Entre la llamadas “aperturas económicas”, tratados de “libre” comercio y consumismo desaforado desmanteló el mundo del trabajo, dejando a miles de millones de personas ante las peores contingencias ambientales. No le importó porque ese era su plan. El imperialismo desarrolla a raja tabla una agenda oculta de reingeniería planetaria montada sobre cataclismos inducidos y mimetizados detrás de aparentes causas naturales. La totalidad de documentos mediáticos (NatGeo, Discóvery, History, etc) advirtiendo de la caída en cascada de todos los sistemas naturales sustentatorios de la hospitalidad planetaria tienen como misión desviar la responsabilidad hacia la sociedad; preparando así las condiciones subjetivas para un proyecto de control eco-fascista.

Habiendo desproletarizado al capital mediante la maquila y la infocibernética, obtuvo réditos económicos e ideológicos como jamás los soñara siquiera en lo más álgido de la guerra fría. Masas pauperizadas vulnerables del más abyecto clientelismo permitieron romper las resistencias naturales del mestizaje étnico y cultural, posibilitando la entronización de regímenes clientelares más ominosos que las descaradas dictaduras setentistas, pero con apariencia mesiánico-democrática. Del desespero vandálico y el desorden del festín neoliberal surgieron también fenómenos políticos contra-capitalísticos en latitudes donde la naturaleza había guardado los escombros solares de otras atmósferas menos propicias a la musaraña de la cual provenimos los humanos. No pudiendo perfeccionarlo todo en siete días en que el mundo pareció perder todo proyecto histórico, en el paraíso de los nuevos dioses se colaron algunos pequeños demonios, soliviantados por algunos más osados e irreverentes, que “inverosímilmente” se prevalieron de viejas ideologías dieciochescas consideradas muertas irremediablemente, pero que no resultaron tan inocuas, pues, por ahí andan construyendo utopía en medio de las inéditas asimetrías disparadas por la hiperconcentración del capital.

El imperialismo al  parecer jugó a permitirles la vigencia de la mitigación del desastre social, a cambio de que realizaran para él la obra de los accesos a las reservas naturales del tercer mundo, las más importantes para la vida tanto de la humanidad como del capitalismo. Esa identidad y esa disputa es la incógnita fundamental del destino del mundo humano, ya bajo una concepción social y ambientalmente responsables, ya bajo la égida depredadora de  la plutocracia, que nos forzaría a una sobrevivencia artificial, absolutamente cataclísmica para la demografía y la conciencia social. A dicho escenario maltusiano estaría apuntando la estrategia del imperio y su ensayística encubierta de operaciones a escala tipo torres gemelas, crisis financiera, pandemias, desastres “naturales” –tsunamis, tornados, terremotos, cambios climáticos, amén de los juicios fingidos contra dignatarios dignos, control mental teledirigido, etc., etc.

En este marco de perversidad extrema del capitalismo, no son pocos los elementos que podrían llevarnos a inferir causas deliberadas en el desastre de Haití, como no lo eran las relativas a su estado previo. Haití es el corazón geográfico del Caribe y  respira en la propia nuca de Cuba. Ese Haití africano derrotó al mayor imperio  colonialista de su tiempo. Esa esquina de La Española, donde el esclavo sacó de su desnudez y sudor cuanto no le permitieron traer en su hogar los negreros franceses, forjó la más heroica y espléndida victoria de libertad y solidaridad del continente, sólo igualable por lo que harían siglos más tarde sus vecinos de Cuba. A esa isla segmentada por la disputa imperialista de españoles y franceses, marcada al fuego por la codicia y el tipo de conquista de unos y otros bandidos, se intenta satanizarla por su devoción a la independencia, reducirla una vez más a protectorado so pretexto de la hecatombe causada por las dictaduras y el inclemente intervencionismo norteamericano, que experimentó con Aristide, lo que después aplicaría a otros dignatarios extrañados intempestiva y alevemente de sus cargos, sus patrias y su obra justiciera.

Diez mil marines de la más aveza flota de intervención imperialista sin lugar a dudas solo se movilizan por razones geopolíticas. Sólo la auténtica sensibilidad humanista se olvida de conveniencias, oportunidades o formalismos para darse por entero a socorrer a sus hermanos en desgracia. Los gringos son todo, menos eso. Cuando de ellos se trata es necesario pensar mal para acertar en identificación de sus reales intenciones bajo el discurso oficial. Proponer como hipótesis la posibilidad de que hayan probado bajo la tectónica haitiana tecnología de mega desastres, no sólo es sensato, es necesario. Estos monstruos hacen palidecer al propio diablo. Que nadie se equivoque porque la “comunidad” científica calle. Hace ya rato que el estado de arte de la ciencia fue confinada a la forja y al chantaje de las mentes criminales que dirigen el complejo industrial-militar de esta plaga. Todos ellos desde el proyecto Manhattan aprendieron a servir dócil y hasta entusiastamente a los despropósitos imperiales. Bien pronto veremos por los canales pseudo-científicos el explayado lucro que sacan de los desastres, especialmente para eclipsar los más juiciosos cuestionamientos e imponer la distorsión como opinión de las audiencias. Hace ya rato que los monstruos cuentan con la tecnología suficiente para esta clase de horrores. Así pues, sería menos ingenuo preguntarse si tendrían la cachaza para hacerlo. Con la simple experiencia de la sísmica petrolera se podría colocar a profundidad cargas como las que ensayaron los franceses en el atolón de Mururoa, durante sus pruebas nucleares de hace ya tanto. Piénsese la sofisticación que desde entonces hayan dado los gringos a su propia tecnología si ya en aquel entonces de lejos avanzaban a los francos.

El imperialismo norteamericano ha estado escalando tanto sus sistemas  de destrucción que ya están en condiciones  de cambiar dramáticamente la geografía y, por su puesto, la demografía del planeta. Dentro del tan brutal reingeniería estaría el cambio climático, siendo los dos grados de calor al 2050 adoptados  en Copenhague parte de su estrategia de desastres para el siglo en curso.

Los  cascos azules fueron tan sólo la avanzada “humanitaria” de los yanquis en Haití. El fraude electoral en México y Perú. La patraña judicial a Zelaya. La fragua pluto-mediática de magnates en Panamá y Chile. La cuarta flota, el releccionismo de Uribe y las bases militares que han de Colombia el portaviones terrestre más grande del planeta. Son todos elementos conexos por una común estrategia, la pacificación de las gestas nucleada en derredor del espíritu bolivariano. Y ya se sabe que sí hay algo pero que una conquista es una reconquista. No hemos consolidado aún las bases subjetivas imprescindibles para la soberanía, como lo lograra Cuba revolucionaria, y ya el imperialismo mueve toda su gigantesca maquinaria de manipulación y guerra. Latinoamérica no se discute; sin ella no habría imperio. Que lo tengan claro los que quieran insistir en creer que frente al imperio bastan simplemente votos. Que tengan bien clarito que el imperio está hilando muy finito, que hoy  como nunca su trabajo de domeñar y reinventar el mundo al antojo de sus despropósitos es una labor de filigrana. Que es necesario acelerar y afinar la percepción del mismo, para saber en dónde ese Goliat podría ahorrarnos el mega desastre de enfrentar sus tropas. Siendo en todo caso determinante la suerte de la biosfera en que alguna vez pudimos respirar, andar, nadar y proveernos sin más limitación que estirar la mano, preciso es, como se pudo con Bolívar, echar a caminar a Marx nuevamente, pues su obra nos demanda una segunda crítica a la economía política que nos resuelva el acertijo socialista en un capitalismo sin proletarios, que nos ilustre acerca de la explotación a las fuentes vida, que revise el leninismo y nos diga cómo desatar el nudo gordiano de la revolución mundial, especialmente ahora en que la exclusión del trabajo y la hipertrofia de la superestructura lumpenizó las bases del potencial socialista.

Apostilla: si admitiéramos la hipótesis del desastre inducido, ¿por qué el imperio no se ahorraría tiempo con la Venezuela Bolivariana, colocando sus ojivas debajo de La Guaria?

 

JORGE EDUARDO SOTOMONTE GAMARRA