Más que defensa, ¡fervoroso llamado!


Hay una combinación que define y mueve el propósito humanista. Esta combinación históricamente ha espesado los infundios y las flamas que más hondo han lacerado la majestad humana.



 

Esa condición de hereje con que se ha satanizado el espíritu humanista cada que su necesaria verdad ha conmovido los cimientos de las verdades  establecidas.



 

Ese espíritu indómito, no por causa de altivez o valentía de su huésped, sino por el respeto que infunde en la persona que le cultiva, que no es otro que el respecto de sí misma, es decir, del auto-respeto, el más edificante de todos los respetos; ese espíritu ha demostrado no necesitar de otro dios para ennoblecer la vida de su huésped a la altura de lo heroico. Tal vez porque la vida verdadera requiere insoslayablemente heroicidad, la vida misma fragua percepciones de lucidez exquisita que la interpretan y representan en desafío de cuantas insensateces hayan erigido los tiempos en contra de su esplendor. Esos son los hitos merced a los cuales la vida franquea los límites de sus depredadores. Así como la vida es fruto de violencias y cataclismos, así ella debe preservarse de las propias capacidades para degradarse, particularmente la vida humana cuya inteligencia usada sin la escrupulosidad del principio fraterno, pronto perfeccionará un mundo plagado de cerrojos, donde el gran enemigo o mejor, el gran peligro –para ese mundo- siempre será la vida que se mira a si misma con respeto, sin tolerarse afrenta, siempre exigente, reverente de sí, de lo visible y lo invisible, de los superficial y lo profundo, de lo tangible y lo intangible, de lo conocido y lo ignorado, de lo medible y lo inconmensurable, de lo estético y lo inefable, del significante y el significado, de las leyes euclidianas  y las leyes eisntenianas, del universo y del pluriverso. 



 

Una especie de escepticismo místico que atrae al alma pueril de la masa  y emponzoña mortalmente a sus dedicados tutores, que no la soportan por la disrupción que le causa a su mesnada y, mucho menos, porque les patentiza la verdad de su felonía y del uso simoniaco del simbolismo místico que, en sus prístino origen  son los accesos y exigencias de las instancias íntimas generatrices de cuanto existe.

 

¿A qué tales disquisiciones? A exorcizar los cientos de papeles donde el aliento de la ordalía ha proyectado cuernos y cola sobre un pedagogo, cuyo verdadero delito ha sido, es y, quizá,  será pensar con honradez.



 

Pero.. ¿qué es pensar con honradez? Para el caso, dar prioridad a lo que dicta la consciencia. ¿No es ello, de suyo, asumir la indisciplina como correlato de la  gestión escolar? Si y no. Por positiva que sea la ley, incluso por lacónica e imperativa como una  ¡No matarás!, no sería cumplible si su valor fuera absoluto. Su relativización a la realidad le da sentido y posibilidad, pero al mismo tiempo abre el espacio a la interpretación y la jurisprudencia, esto es, a aquello que llamamos justicia. Ahora, si giramos contra la responsabilidad, esto es, si oponemos disciplina a responsabilidad, y definimos la responsabilidad mayor de  un rector como la garantía del derecho a la excelencia educativa de los menores de la población de menor ingreso -los menores de los menores-,  y , así mismo, definimos por excelencia los estímulos culturales necesarios para que un chico al tenor con su singularidad logre avanzar hacia una mayoría de edad integral, es decir, desarrollar las  competencias de su autonomía, entendiendo por autonomía la capacidad de ser por sí mismo, de modificarse a voluntad y de preservar su independencia crítica, particularmente frente a los poderes estatuidos visibles y  subterráneos.  Ya que sin cultivar y blindar las competencias críticas no habría opción para la democracia, pues no habría nunca juicio suficiente  donde encarnara una soberanía cuyo ejercicio permitiera acreditársela al pueblo y no a sus llamados representantes, menos aún a los que hacen del estado un instrumento del interés foráneo.  Respetar el crecimiento en el sentido de lidiar y conjurar los  factores socio-culturales y mediáticos que convierten la adaptación en compulsión, haciendo de la persona un bastión del statu quo se requiere trascender, por supuesto implica trascender el modelo escolar asociado con esa adaptación automática. “La escuela de la noche”es la caracterización que William Ospina le da a este envilecimiento del servicio. Pero una cosa es leer la escuela -ya como preocupación intelectual honrada o como simple demagogia de las políticas y programas públicos- y otra es batallar la crítica como construcción curricular alternativa experimental real. Ahora, ¿qué experimentar en una innovación educativa de nítida dimensión alternativa? Primero, la activación de los dispositivos de reacción automática, relativos a la conducta inercial en que yacen postrados todos los llamados estamentos que se interceptan en la escuela haciendo una especie de sinergia inversa. La más insidiosa de todas las reacciones será la de los docentes más recalcitrantes que, por lo general, son el poder secular de la iglesia en el magisterio. Segundo, el contagio de suspicacia malévola en la masa frente a toda actividad o cambio proveniente del elemento maldito, hereje o disidente. A través de estos el establecimiento –establishment- hace la tarea de neutralizar al elemento perturbador de la paz del rebaño –del idiotismo bucólico, diría Marx-. Ellos tienen licencia y catadura para conspirar impunemente en defensa de ese  statu quo y, sobre todo, en interés de sus apacentadores. El poder secular desde los propios escenarios de la pedagógica, el poder político desde los burós, el poder clerical desde púlpitos y confesionarios. Todos ellos con una capacidad refinada, por siglos de manipulación y juegos de poder, para suscitar y exacerbar  el fanatismo, secularmente inculcado a fuego y tenacidad misionera, como parte de la vieja  estrategia de metamorfosear la compasión del terror en devoción al amo. Han establecido códigos, palabras-clave simples y eficaces que, una vez proferidas, destruyen cualquier consideración frente a la víctima; una vez rotulada ésta deja de ser humana y pasa a ser“monstruo de maldad y objeto de abominación”. A partir de aquí el acoso parecerá como una demanda  obcecada de la masa; cosa que le permite a los verdaderos determinadores de la maniobra mejorar su mímesis y  lavarse las manos.



 

El docente intelectual llega a rector, esto es, a representante del gobierno en la escuela, precedido de un compromiso  dictado por la Constitución y la Ley en tanto estas, más que representar formalmente el principio universal del derecho a una educación de calidad libre y liberadora, honren en los hechos dicho derecho, con especial celo tratándose de quienes ya han sido puestos en desventaja, por causa de la injusta estructura socio-económica dada a la nación por  quienes capturaron el estado desde la cuna misma de la república. 



 

Así pues, aquí ya tenemos de plano el impase ideológico que va a sesgar y a explicar la difícil relación de roles, ya como agente del estado, ya como intelectual, esto es como autoridad pedagógica avalada por el rigor de su comprensión cabal de la tarea educadora, antes  que por incisos y normativas cuya ciega observación reduciría al pedagogo a un manojo de funciones a la altura de un cretino, que no de la singularidad de la persona en estado de arte que se requiere para liderar procesos pedagógicos transformativos. Impase que se va mitigar o exacerbar dependiendo del talante del gobierno de turno, ya que si la pedagógica liderada por el rector, antes que como agente del estado se asume sin demagogias como servidora de los intereses más altos y profundos de la sociedad, y otro tanto no hace ese gobierno, pronto tendremos un desequilibrio entre el poder burocrático y el respaldo que la gestión de un nuevo currículo necesita para abrirse camino, primero frente a la refractariedad del propio claustro llamado a replantear el ejercicio de su magisterio y, segundo, frente a las inercias  acendradas en chicos y padres domesticados por la escuela feudal, que requerirán de mucha coherencia de los docentes con el proyecto para  que el cambio de paradigma reciba de esas audiencias la tolerancia y compás de tiempo mínimos para ser comprendido y evaluado con mente abierta, esto es, sin la tiranía de los prejuicios doctrinales inculcados contra todo respeto al libre desarrollo de la personalidad, en que debe fundamentarse -no solo por derecho constitucional-   un proceso pedagógico para legitimarse como tal.



 

Control Interno Disciplinario conoce de estas tensiones, infortunadamente por la obtusa y nefasta derivación que de toda controversia o temeridad se hace a dicho despacho, arrasando así las posibilidades y la necesidad imperativa de defender y construir el ambiente escolar como el campus civilizatorio por excelencia, donde la sociedad aprenda a interpretar y dirimir dialógica e ilustradamente cuanto el drama de la injusticia social ha confinado a la demagogia clientelista de gamonales y púlpitos, negándole a esa sociedad tino en la dilucidación de sus males. ¡He ahí el espíritu eminentemente civilista, demoKático, del proyecto educativo que sintetizáramos como Educación para que  el pueblo pueda! ¡He ahí la razón de la acerva persecución que focalizó en mi al “cabecilla”, cual si se tratara de una conjura subversiva y no el acto eminentemente responsable, humano justiciero de emancipación de los pobres del ámbito pueril en que miserablemente se ha mantenido confinada la consciencia popular, con la cómplice participación de una escuela que de moderna no tiene ni sus instalaciones, mucho menos el humanismo que lideró y liberalizó el pensamiento y las artes por sobre el milenario y pernicioso oscurantismo feudal. 



 

Primero se nos hizo comparecer por las supuestas demoras en la adopción del Proyecto Educativo Institucional, pese a que los tiempos de dicho proceso están relativizados a las características y exigencias del modelo en construcción y a la autonomía escolar. Un nuevo Colegio siempre es la posibilidad de marcar un hito respecto del desastroso modelo tradicional, que mantiene en los sótanos la educación pública, mientras la privada se jacta -con la desvergüenza del municipio- de ser la gran cosa a nivel nacional. Así lo entendimos desde el momento mismo en que concebimos el nuevo colegio como alternativa de refugio a la  inquisitorial persecución emprendida contra el suscrito, una vez estuvo a punto de experimentación el proyecto educativo diseñado para la Comuna 8, denominado “Misión Kumbre” y que, cínicamente, también recibiera como extremaunción el homenaje del gobierno.



 

Una vez estuvo en sazón un constructo ( PEI) lo suficientemente coherente para intentar la obra del salto cualitativo de la educación pública municipal, los cancerberos del oprobio reactivaron su arsenal de trapisondas, empezando por crear una atmósfera  de satanización –macartización- e infundios, que permitiera forzarme a dejar el cargo mediante el uso anticonstitucional            –doloso- de  una suspensión cautelar. Ello como reacción autoritaria a mi “ingrato” desistimiento de la Comisión de Estudios con que daban por sentada mi exclusión de la rectoría. Apelando al fanatismo y a todo el ascendiente clientelista sobre docentes y comunales, presionaron el ausentismo escolar como estratagema inicial para oponer al derecho del rector el servicio mismo, llegando, incluso a violar el derecho a la movilidad de quienes no cohonestaban con la maniobra; conductas desestitucionalizadoras que, pese ala gravedad,  solo han merecido una soberana omisión. El siguiente paso no fue precisamente llamarme a consultas, como era de esperarse, si en verdad Secretaría de Educación fuera ajena a este conjunto de despropósitos  contra el rector. No; simplemente se me abordó con sigilo conspirativo, soslayando con cuidado los oídos de la comunidad docente, a objeto de constreñirme impunemente a tomar una Comisión (absolutamente injustificada) en el despacho, so pena de abrumarme de investigaciones y de usar dolosamente contadores  para armar hallazgos; frente a lo cual reaccioné con decoro ciudadano, manifestando mi decisión de denunciarlos, como efectivamente lo hice.



 

 ¡He ahí la rabia, el temor y el repentismo con que se urdieron y espesaron los infundios, encubriendo tras el denigrante expediente montado ese fin de semana, la verdad del  abuso frente a los derechos y la entereza moral de un rector, perseguido por esa atrofia democrática  para valorar y coexistir  con iniciativas pedagógicas, cuyo único “crímen” es, precisamente,  aplicarse con rigor al desarrollo de las competencias ciudadanas imprescindibles para  librar la sociedad de esa nefasta dependencia del clientelismo politiquero, posibilitando la emergencia de una participación capaz de rescatar la política de entre el insidioso lodazal en que yace sumergida, para tranquilidad de quienes medran con la alienación de los pueblos y la captura del poder público.



 

No ha sido entonces la indisciplina la que me ha colocado en la picota pública, sino la consecuencia con una conciencia y una juiciosa elaboración curricular dirigida a corregir cuanto de oprobio y de brutal ha descargado la escuela pública en las ingenuas almas de una sociedad a la que nunca se le ha dado oportunidad de participar y definir su destino sobre las verdades  conquistadas con tanta heroicidad por la humanidad, pero con tanta saña oscurecidas a los pueblos amerindios, pese a los esfuerzos y el sacrifico de Grandes Majaderos, como los del propio Padre de la patria.



 

Obviamente, no espero de quienes han montado tan grotesco expediente llevar sus pesquisas al punto de establecer las arteras maniobras que movieron cuanto allí se ha consignado, aunque a estas alturas muchos de los quejosos inducidos y no pocos miembros de la propia sociedad manipulada a presionar por vías de hecho mi  retiro, hayan entendido hasta que punto han servido al más abyecto rastrerismo; porque ello sería tanto como esperar que auto-denunciaran el uso abusivo del poder



 

Tampoco tengo interés en revertir prueba alguna contra quienes han pretendido por vía de coerción revertir  la institución como feudo de favores clientelistas, sacrificando alevemente mi derecho adquirido en méritos, tanto en concursos como en gestión. Reconozco, sí, que sin importar la enorme gama de estratagemas y vicios con que se han manipulado documentos y testigos, ni la omisión del dossier presentado en su momento aclarando con sustento el fondo y los responsables de esta infamia, mi destino inmediato estará signado por la necesidad de justificar  tanto mal causado a mi honra, tranquilidad, peculio, familia y discípulos.



 

 Mi lucha no es leguleya, aunque el gobierno se valga de la intimidación que produce el ser juez y parte, primera y segunda instancia, acosador y beneficiario de mi desahucio; logrando a través de sus sañudos sabuesos acallar y banalizar lo que hay que hacer para darle al municipio una educación capaz de responder por una Sociedad Civil fuerte, esto es, apta para obtener disciplina y pulcritud de sus mandatarios y funcionarios. Mi lucha es, y seguirá siendo, por el ennoblecimiento del alma popular, para que no sea “instrumento ciego de su propia destrucción”, que tal es la verdad que tiene que tener bien claro este gobierno a la hora de proferir fallo alguno. Y no niego que me haya equivocado, por darle a la institución, con el acuerdo público de todos los estamentos,   tres veces más de lo que un contrato sin hallazgos. ¡Qué saludable para las finanzas públicas sería que mi juicio sirviera para que en la picota pública todos los rectores declararan, aunque solo fuera por la conveniencia de defender su timorata piel de obsecuentes!



 

Se me honra injustamente con la persecución, pues la misma me concede una estatura que mi modesto esfuerzo no amerita, y no alcanza siquiera la farsa judicial para acreditarme un algo de Dignidad por la que fueron inmolados  insignes pedagogos, entre ellos el propio padre de la Escuela Moderna, don Francisco Ferrer y Guardia.



 

Se comprende entonces la contradicción de principios; pero no por ello es aceptable que se resuelva como pulseo de poderes, y no tanto porque esta sea una desleal pelea de tigre con burro amarrado, como porque admitirlo equivaldría a admitir la imposibilidad de que la nación  deje atrás pacíficamente la cautela mezquina, lucrativa y denigrante que falsea las consciencias y con ellas la democracia. Es decir, en todo caso, es preferible incurrir en la ingenuidad de creer, a riesgo de que se aprovechen una vez más de tal nobleza, que las postulaciones curriculares de la vieja y la Nueva Democracia pueden dirimir dialógica y negociadamente sus diferencias, pues de nada nos servirá una desmovilización de las fuerzas insurgentes, si el propio sistema supuestamente interesado en ello mantiene su talante excluyente. Así pues, al margen de patrañas, lo que pone en cuestión este choque de visiones e intereses es la posibilidad misma de una paz permanente, de un post-conflicto perdurable y sobre todo, edificante. Lo digo esperando de la persona del gobernante una lectura que lo eleve por encima de los sentimientos que tanto dolor innecesario y tanto daño le han causado al devenir de nuestros pueblos. En tal sentido deben entender las molestas pero forzosas claridades de este documento; que es ahí, en esa capacidad de tolerarlas donde reside la posibilidad de enmendar y encontrar vías de concordia a las diferencias. ¡Tolerancia, entonces, es lo que clama (que no, reclama) mi alegato! ¡Tolerancia para que podamos convivir, mejorar nuestra mutua comprensión, cerrarle las vías al atrabiliarismo y, sobre todo, ser ejemplo para nuestra (la tuya y la mía que, quiero pensar, son la misma) sociedad; para los curtidos   y, especialmente, para la generación que puede ser la transición entre la bicentenaria mesnada y la tricentenaria Sociedad Civil; que de otra manera tal vez pronto no tengamos Patria.   



 

En consecuencia con esa tolerancia para dirimir sin prevalerse de ventaja alguna, y refrenando abnegadamente el reclamo de las laceraciones ya causadas, es que he aceptado voluntariamente dar paso al lado, sin más intención que permitir el sosiego necesario para que con el hombre no se margine también lo que de su empeño corresponde a la legítima necesidad de este pueblo.     

 

JORGE EDUARDO SOTOMONTE GAMARRA

Rector –¡por ahora!- del Colegio Ecológico de Floridablanca

(Febrero 22 de 2010)

 

Pdta: Incorpórese a esta versión libre:

Ochenta y cinco (85) folios correspondientes a una muestra del dossier de actas, evaluaciones  y comunicados de todos los estamentos y Consejos del colegio, así como de la Sociedad Civil, denunciando la conjura contra la experimentación del nuevo currículo tras la persecución al rector.

Una carpeta en medio magnético intitulada “¡Mas vale tarde que nunca!”, contentiva de dos (2) documentos, a saber:

1.- Mas vale tarde que nunca!

2.- Me propongo demostrar…