QUE LAS GUERRAS CONDUCEN A LAS REVOLUCIONES, Y QUE, POR OTRA PARTE, LAS REVOLUCIONES GANAN GUERRAS INGANABLES.

 

E.J. Hobsbawm, Las revoluciones burguesas

 

Forzoso es preguntarnos si el imperio se ha percatado que la necrofilia de Uribe está omitiendo olímpicamente esta verdad histórica, aproximando el momento en que el alma enajenada de la Colombia sobre la que reinan sus depredadores, rompa el embrujo autoritario y con la urgencia del tiempo entregado a sus  desahucio, busque con la heroicidad de su nervio soberano el único camino hacia la Patria Bonita, la Patria Grande, la Patria sin genuflexiones a ningún imperio y mucho menos a ningún traidor.  



 

Con su furor genocida está tentando a desencadenar un conflicto de ejércitos en una revuelta general, omitiendo la gigantesca e impagable deuda histórica que la oligarquía apátrida mantiene con los de abajo. Sabe perfectamente que la guerra es su desahucio, y el del sistema que representa,  y aún así insiste en semejante disparate. A la larga va a conseguir que las reformas, perfectamente necesarias para construir un país decente y en paz, reclamadas por la insurgencia, se conviertan en posiciones verdaderamente radicales de un pueblo forjado para la grandeza por la dureza de sus pruebas.  



Frente a una oligarquía tan contumaz  y siniestra, la debilidad es la mejor forma de afirmarla en el abolengo de su rastro criminal y en la marrulla de su infame juridicidad. Obcecadamente se niegan a reconocer el fruto de su arrasadora presencia. Su opresión ha producido múltiples formas de inconformidad, lamentablemente no todas articuladas y muy pocas a la altura de los retos. La guerra, sin embargo, nos lo dice el más serio de los historiadores contemporáneos, no deja lugar a resistencias aisladas. Fuerza a los pueblos a sacudirse de sus estultas complicidades, para posibilitarse estadios civilizatorios superiores a la insoportabilidad de sus dolores.



Esta Colombia, que pareciera incapaz de despertar y ennoblecerse, fue la primera en poner en fuga a  un virrey. Mal podemos pensar que la miseria moral y la miopía que hoy nos caracterizan  no sea un producto extraño, un producto de importación como lo es el consumismo, el individualismo y, en general, el inhumano capitalismo.