ALOPATÍA Y SALUD EN EL CAPITALISMO:

UN CASO COLOMBIANO

 

De la gama de medicinas existe una que la va muy bien con los negocios. ¿Que cómo pudo ser? Tal vez porque ella es hija de la modernidad, Se hizo en sus laboratorios. Triunfó con ella y se posicionó como la dueña y señora de la salud. Trajo consigo logros incontrovertibles. También trajo consigo otros controvertibles, e incluso de muy cuestionable moralidad. Sin embargo, aquellos fueron suficientes para enmascarar  sus excesos y el sinfín de reverberaciones indeseables que su inercia fue produciendo. Bajo el fascismo higiénico de su cientifismo tomo el control del cuerpo humano y lo esclavizó, ahormándolo al arbitrio de su desmesura tecnológica. Las estadísticas de morbi-mortalidad y su prolijo metalenguaje lE dieron el mito necesario para que su permanencia pareciera inherente a la especie. A medida que su sistema ha ido extendiéndose bajo la figura se seguridad social, su influjo sobre la vida humana es mayor. A estas alturas es ella la que determina  cuándo y cómo nacer, incluso cuándo y cómo morir. Potestades otrora exclusivas de los Dioses. Por su infalible sapiencia el útero y su manera tradicional de incubar y parir ya no es derecho inalienable de la mujer. “La ciencia médica” no admite ni siquiera la razón filosófica. La medicina alopática cada vez se parece más a una nueva y sofisticada  forma de derecho. Bien pudiéramos considerarla al nivel de la iglesia, como esta lo es de la política. Las facultades como nuevos escévolas instruyen acerca del ritual e inculcan el espíritu quirúrgico de la tecno-asepsis. Las corporaciones alocráticas engullen clientes y los cronifican cual sofisticada secta.

 

La sofisticación no es solo cuestión de innovaciones tecnológicas permanentes, lo es también en cuanto a los eufemismos necesarios para sutilizar el secuestro de los cuerpos, para intervenirlos y manipularlos a su antojo, banalizando los incómodos pero convenientes incisos, que dan visos de regulación al oficio médico y al negocio alopacrático.   Consentimiento informado llaman a las patentes de corso que se les hace firmar al rendido paciente o sus contritos deudos.  Las escuálidas posibilidades de una réplica al contundente sistema sanitario alopático se vaporizan a cambio de evitar la derivación, el subtratamiento o simplemente el ensañamiento con el enfermo que se reserva el derecho a enjuiciar los errores “científicos”, la negligencia o la infinita gama de eventos médicos adversos, inevitablemente asociados a la deshumanizada y deshumanizante eficiencia de la medicina-negocio. Tan sistematizada, tan blindada contra los derechos humanos y los derechos de la gente que ya hasta resulta inconcebible su compromiso, sin la premisa de la renuncia a cualquier reclamo que no se inscriba dentro de los sistemas autocomplacientes de calidad. La sociedad como tal no cuenta. Cuentan las cuentas de la Superintendencia y los créditos de los sanedrines globales de la calidad, por supuesto establecidos y pautados por el patrocinio de las altas corporaciones tecnológicas.  El ciudadano, la gentecita, es apenas el pretexto de todos los negocios que convergen en la maquila sanitaria.

 

Gracias al cientifismo ha llegado a minimizarse la capacidad auto-regenerativa del cuerpo. Remplazar la homeostasis por el intervencionismo tecnologicista es el filón que mejor provee las arcas de los traficantes de la salud. Fraccionar, segmentar, reducir a pedacitos, a cuadritos como un cuaderno de matemáticas, a protocolos tan quirúrgicos como las tablas de los auditores. No importa que las responsabilidades individuales se disuelvan en la continuidad técnica de la epicrisis y las conductas estandarizadas para cada diagnóstico. Si  sospechaste corioamnionitis punza, punza. No importa que arriesgues las membranas y esa cosa que se mueve adentro. Mejor si te haces asistir de una estudiante. Tal vez en la primera en vez de líquido saques aire. Tal vez en la segunda punces al feto. Lo importante es que en la tercera, digamos después de precipitar el parto que tan diligentemente se buscaba evitar, saques suficiente inescrupulosidad para justificar el diagnóstico y neutralizar demandas, Si es que no son suficientes los títulos y el crédito de la respetabilísima autoridad que practicó el procedimiento, siempre queda la reserva del riesgo advertido y del consentimiento informado. Pero si aún así, el terco padre insiste en no cejar en su cuestionamiento. Separa al prematuro de la madre. ¿Cómo podría probar que sí había UCI disponible en la misma clínica. Entrégale el “nacido vivo” a otro operador y… que sea lo que Dios quiera. Que vayan a “montar gorro” a otro lado. A la madre, de paso,  la podés retener unos cuantos días bajo chuzo, pues la antibioticoterapia además de darle a la lactancia, le da a la supuesta corioamnionitis. Como lo ves, todo se puede hacer muy científico, especialmente no permitir jamás que se tomen en serio los derechos del paciente, mucho menos los del usuario, mucho menos los derechos de la sociedad a exigir responsabilidad distinta a la que ética y generosamente le quieran otorgar los médicos tratantes y su personal auxiliar.  En caso extremo queda la división jurídica para hacer papilla con el iluso que se atrevió a cuestionar la probada eficiencia de los sistemas de calidad endógenos, tan preocupados con los efectos económicos de los “eventos médicos adversos”.      

 

Bueno, pero finalmente si es mucha la insistencia de la materna en ver a su inmaduro producto, se le autoriza para que termine su antibioticoterapia ab hospitalario. Si no es suficiente con tres días más, se le fraccionan las medicinas y que vuelva al cuarto día por el resto. A la niña antes que suministrarle la peligrosa leche materna, se le extraerá de su escasa sangre suficientes muestras para anemizarla y, a la larga, transfundirla. Además, dada la sospecha de corioamnionitis se le suministrarán preventivamente antibióticos. Agujas aquí y allí. Eso sí, cuando se practique “procedimientos” se hará salir a las “mamitas canguro” y en trance de serlo. Es inapropiado que ellas presencien como es que se les canalizan sus venitas inmaduras. Y que ningún cándido pregunte cómo es que subsisten algunos bebes a tan especialísimas atenciones. Siempre es conveniente advertir a los padres la miríada de riesgos predecibles e impredecibles tratándose de una sietemesina. Además, la pérdida de peso durante la primera semana se dará por cosa natural, no tanto por el distanciamiento de los cuidados de la madre. Ah, pero eso sí, solo a partir delos 1400 gramos  la madre podrá calificar como  “madre canguro”. Protocolos científicamente probados, frente a los cuales no hay bebe por compensado que esté  -estable, es mejor decir- que pueda lactar y recibir el calor materno, así esta sea la forma de ahorrarle los riesgos del arsenal tecnológico. El ojo clínico es cosa del pasado. Ahora todo, absolutamente todo tiene que ser descartado con exámenes, especialmente contando con un laboratorio tan acreditado, eficiente y a la mano.  En cuanto a las incubadoras, ah qué maravilla, tan inteligentes que es muy poco lo que hay que preocuparse por ellas. Sus computadoras lo regulan y lo avisan todo. Es muy extraña una lesión ocular porque la prematura buscando descansar de tanto sinapismo mueva sus manitas y se descorra un tris el tapaojos. Ya sabemos que la retinopatía –ceguera- es uno de los riesgos mayúsculos de un prematuro. Por eso no existe tanta dificultad ante las demandas que se puedan presentar. Tampoco por los impactos cognitivos e incluso sensoriales del cotorreo de las enfermeras y los circunspectos médicos. Sin embargo ha de advertírsele a las madres que apenas les susurren. Y habrá de considerarse como insolencia que ellas repliquen pidiendo aclaración acerca del controlable pitico con que las incubadoras suelen arrullar a “sus bebes”, merced al desparpajo general en la sala de “cuidados intensivos”.  Cuantas veces se tortura al bebe con sucesivas canalizaciones por no estar atentos a sus movimientos. Cuántas veces quedan atrapadas las mangueras entre el colchón y las tapas de las incubadoras, facilitando que el niño perfore sus venitas al intentar moverse. Cuántas veces se enredan en el propio bebe por causa de la indiferencia profesional o, incluso, de la irracionalidad de jornadas y quehaceres del personal auxiliar. Cuántas veces se dejan caer bebes por el facilismo de no colocar la mesa auxiliar de seguridad. Cuántas veces se mimetizan caídas u otras brutalidades  detrás de eventos asociados a la prematurez. Cuántas veces se interrumpe la lactancia materna por arreglos locativos u otros eventos perfectamente previsibles o manejables, ello sin la aquiescencia de las madres. Cuántas veces se somete a los neonatos a ruidos estruendosos por construcciones o reparaciones igualmente mitigables. Cuánto tiempo están los pediatras y perinatólogos observando a los bebes y cuánto frente a las pantallas de la estación. Cuántas cositas se podría decir y prevenir de este sistema fraccionado y nada filial de tratar a los más indefensos. Al punto que pareciera que la prevalencia de sus derechos se observa simplemente con su crucifixión a las máquinas. 

 

 

Jorge Eduardo Sotomonte Gamarra